Por
fin he vuelto a esta ciudad mediterránea llena de sol y de vida. A la ciudad en la que pasé una Nochebuena inolvidable. Esa noche fue el principio de todo. El día 24 de diciembre
del año 1900. Cambió el siglo y me
cambió con él.
He tardado
mucho en volver, más de 60 años y lo primero
que he hecho ha sido ir a verla, a ella, la casa de mis sueños, la que cambió
mi vida. También se le nota el paso del tiempo. Las personas que yo buscaba ya no vivían allí y nadie de los alrededores supo decirme qué había sido de ellas.
Hace frío, se acerca la Navidad. Me siento en un banco mirándola, como si de un amor antiguo y no
olvidado se tratara.
Los recuerdos se agolpan en mi mente y la
nostalgia humedece mis ojos.
El
día antes de la Nochebuena de aquel principio
de siglo, mis padres, actores ambulantes, “cómicos” a los que la sociedad
aún no les había quitado
el estigma de ser considerados vagabundos, instalaron su carromato en esta plaza.
Yo tendría por entonces ocho años y un defecto en el habla que no me permitía decir tres palabras seguidas sin tartamudear. Eso hizo de mí un niño solitario. Los mayores no tenían
paciencia para escucharme y los niños se reían.
Sin amigos me sentía muy solo.
En esa plaza donde
se iba a hacer la función en Nochebuena había una casa, casi un palacio
a mis ojos. La fachada era de piedra y acababa en tres arcos que parecían las almenas
de un castillo. Las rejas de las ventanas eran verdes y doradas haciendo
preciosos dibujos. En el centro,
un balcón acristalado digno de una princesa de cuento.
Recuerdo que me quedé embelesado mirándola hasta que un pescozón
me sacó de mi encantamiento. Mi padre me pidió que
sujetase una cuerda, pues estaban
montando el escenario.
En
un rato libre me senté en el suelo y con barro hice figuras que ponía en torres de castillos imaginarios. Ésa era mi gran afición:
construir algo bello. Mi padre me había enseñado a hacer con papeles viejos
pajaritas, animales y otras cosas que yo inventaba. Mis manos eran mucho más ágiles que mi lengua. Esa tarde, tan concentrado estaba intentando hacer un ángel con las alas extendidas, que no me di cuenta de que un niño, algo mayor que yo, se sentaba a mi lado y me preguntaba cosas sobre las figuritas de papel. Como yo le miré
sin contestar, se levantó
con ademán de irse pero, antes de que empezara
a andar, le tiré del pantalón.
Me miró extrañado pero volvió a sentarse.
Entonces le hablé, me escuchaba
sin prisa y sin notar, aparentemente, mi tartamudez. Vencido por esa confianza, le hablé de mi familia,
de mi vida ambulante, de mis padres a los que estaba muy unido
y también le dije que, cuando fuera mayor, haría casas como ésa que teníamos enfrente. Esbozó una sonrisa y, para mi sorpresa,
me preguntó si quería verla por dentro. Ésa era su casa. Él vivía allí. Después de decírselo
a mis padres cruzamos la calle y nos adentramos en un mundo para mí inexistente.
La puerta era grande, de madera tallada. Delante
de ella había una reja con preciosos dibujos
verdes y dorados. Recuerdo
que la toqué con veneración. Entramos y mi nuevo amigo me cogió de la mano para cruzar
un amplio salón al final del cual había una escalera de mármol blanco que iba hacia dos lados. Pasé la mano por ella y estaba fría y suave como la seda.
Llegamos a su habitación. Aquello era un almacén
de juguetes. Los había de todas clases, formas y colores.
¡Hasta tenía un rincón vallado con tierra para moldear
y ladrillitos pequeños
de barro cocido!
Pasamos una tarde estupenda. Yo le enseñé los secretos
de las figuritas de papel y él me enseñó a moldear el barro y a hacer edificios
con los pequeños ladrillos y, sobre todo, me escuchaba sin prisas y sin reproches.
En esto
se abrió
la puerta y apareció una señora elegantemente vestida.
Era su madre. Se sentó a hablar con nosotros, sobre todo conmigo y también me escuchaba
sin prestar atención
a mi defecto. ¿Eran especiales
las personas de esa casa?
Mi
amigo le preguntó
a su madre si podría ir a cenar la Nochebuena con ellos ya que mis
padres harían la función
y yo estaría solo. Con
una sonrisa dijo que estarían encantados
de que así fuera.
La tarde de Nochebuena, no podía casi respirar.
Tenía un amigo que no me rechazaba e iba
a cenar
con sus padres en la casa de mis sueños.
¡No podía ser más feliz!
Con
mi mejor traje a la hora indicada estaba en la puerta. Abrió mi amigo y me llevó a una habitación donde había instalado un gran Belén.
Era precioso, nunca había visto nada igual. Tenía luces, un río con agua y peces, montañas, hasta unos animales raros con joroba,
camellos, me dijo riendo. El nacimiento era de piedra, parecida
al de la fachada de la casa y
las figuras preciosamente talladas. Todo eso
lo recuerdo ahora. Con el paso de los años vienen a mi memoria muy nítidos los acontecimientos de esa noche, pero entonces sólo me parecía estar viviendo un sueño.
Mi amigo cogió al niño Jesús que sonreía en su pesebre y me dijo: Tú me has hecho un regalo
enseñándome a hacer figuritas
de papel y yo te regalo este niño Jesús de mi Belén.
Pero con una condición, que todas las noches hables con él en voz alta contándole las cosas del día. No te va a meter prisa, ni te interrumpirá, ya ves que es de barro, pero sí puedes estar seguro
de que te escuchará. Así, poco a poco, irás perdiendo
la timidez y te sentirás más seguro
entre la gente. Pero no dejes de hacerlo ni una sola noche.
Nos
llamaron para la cena y, al entrar en el comedor,
creí desmayarme con tanta luz reflejada por los espejos,
luz que, al dar en la gran lámpara de cristal
colgada del techo, se transformaba en bonitos colores.
La estancia, aunque grande, no estaba fría, era muy acogedora, como las personas
que se sentaban a la mesa llena de los manjares
más exquisitos. Todos se preocuparon de que me sintiera relajado y a gusto.
A la hora de despedirnos nos dimos un gran abrazo prometiendo volvernos
a ver. No fue así. Al mes siguiente marché a Francia con mis padres y allí vivo aún.
Pero el regalo funcionó. Mi defecto
mejoró con el tiempo. Estudié
arquitectura, viajé por todo el mundo haciendo bellos edificios
y no me he separado
nunca de ese niño Jesús al que sigo hablándole
todas las noches y que me hace recordar con mucho cariño a mi primer amigo y aquella Nochebuena tan especial que cambió mi vida.