VIOLENCIA
POR AMOR
El
telediario acababa de dar la noticia. Había muerto otra mujer a manos del hombre
que un día prometió amarla y protegerla. Por desgracia, estas son bastante
frecuentes y lo peor es que ya nos estamos acostumbrando a ellas.
Creo
que la violencia por “amor” también se da en otros casos, que por ser menos
llamativos o frecuentes, quedan pronto olvidados y reducidos al entorno
familiar.
En la
residencia de ancianos donde trabajo, miro a mi alrededor y veo a muchas
personas derrotadas por la vida, los años y traicionadas en su voluntad por los
seres que más han querido. Eso también es violencia con consecuencia de muerte,
porque la tristeza, la soledad, esa que se da cuando tienes a tu alrededor todo
lo necesario para ser feliz y no lo eres, les va helando el alma hasta
convertirlos en “zombis”. Comen, duermen, toman las medicinas, pero teniendo
una mente lúcida, ya no dirigen su destino. Eso también es violencia del más
fuerte ante el más débil, aunque sea por amor.
Miro a
María con sus ojos tristes, está tejiendo otro jersey, Al principio eran para
sus nietos, ahora ya no sabe para quién. Cuando entró aquí era una mujer llena
de vida, alegre, nos ayudaba con los demás internos, siempre tenía la palabra
amable y adecuada para ellos. Pero se ha ido apagando con el paso de los años y
la tristeza de no poder acabar sus días como ella hubiera querido. Siempre que me siento un rato a su lado y me cuenta una
historia, su historia.
Su
marido era ganadero y agricultor en un pueblo de Castilla, tenían una finca
extensa y contaban con los servicios necesarios para que la vida fuera
agradable. Cuando crecieron los hijos los mandaron a la capital para que
hicieran estudios superiores, ninguno quería el campo. Terminaron sus carreras,
se casaron y se quedaron en la ciudad. Al pueblo iban en vacaciones, pero cada
vez menos. Los nietos se hacían mayores y querían otras cosas. Ya no les
importaba, como cuando eran pequeños, que en el rio se pudiera pescar, cazar ranas o zambullirse
tirándose de aquella piedra resbaladiza que tanto miedo les daba. Todo eso era
normal, su marido y ella lo aceptaban
como ley de vida. Algunas veces eran ellos los que iban a la ciudad a
verlos, pero siempre regresaban más pronto de lo que habían planeado. Con los
hijos todo iba bien, se querían mucho pero sentían que ya no pertenecían a
ninguna de esas familias, eran como satélites alrededor de las que sus hijos
habían formado. Su lugar estaba en el pueblo. Era allí donde querían terminar
su vida.
Cuando
su marido murió ella aun no había cumplido los 70 años y estaba en “pleno uso
de sus facultades físicas y mentales” como dicen los notarios
Una
vecina, más joven que necesitaba dinero, se ofreció para vivir con ella y
cuidarla. Eran amigas de siempre. No le fue difícil adaptarse.
Arrendó
las tierras, vendió los animales, quedándose solo con algunos para uso
domestico. Le parecía que podía empezar una nueva vida, después de la tragedia
que supuso la pérdida de su compañero había vuelto a encontrar la paz. Allí
quería acabar su vida, paseos por el campo, Misa y rosario al atardecer en fin
lo de siempre.
Un día
llegaron sus hijos con una propuesta, lo habían hablado entre ellos y estaban
de acuerdo. En la ciudad donde vivían se acababa de inaugurar una residencia de
ancianos con todos los adelantos modernos para hacer los achaques de la vejez
más llevaderos. Además en el pueblo se decía que la habían abandonado en manos
de una extraña con la maledicencia que provocan la envidia y la mala fe.
Era por
su bien, podrían ir a verla todos con más frecuencia y así se acabarían de una
vez las habladurías en el pueblo que ellos como personas de ley y que querían a
su madre no podían soportar.
Al
principio me conto que se obligaba a cruzar las densas capas de añoranza que
parecían fundidas en el aire. Quería sentirse bien allí, veía a sus hijos con
más frecuencia, estaba mejor atendida pero…. ese no era el final que ella
quería. Y aquí esta María, consumiéndose detrás de la ventana, añorando su
huerto, los campos verdes, el olor del bosque al atardecer, lugares donde había
sido tan feliz. Todo eso lo veo reflejado en sus ojos cuando por las tardes me
siento a su lado para que me cuente siempre la misma historia, su historia de
mujer sometida por “amor” a la voluntad del más fuerte.