Relato premiado por la asociación UMAY Mayo 2022
AMOR EN
LA NUBE
Autor: Viento de Levante
Se quedó pensativa mirando la imagen que en
ese momento le devolvía el espejo. Estaba terminando de maquillarse. Se detuvo
y preguntó al vacío: ¿Qué has hecho? ¿Cómo has llegado a dar este paso? Esa
noche era la culminación de un año de sentimientos encontrados, de querer
seguir con esa locura y a la vez odiar su conducta. Ya no era dueña de sus
actos.
Todo empezó un día cuando al salir de la
oficina y yendo a tomar una copa con sus compañeros, estos entre bromas y veras
le reprocharon la poca vida social que llevaba. Siempre se iba a casa sola y
los fines de semana apenas salía. Un poco nerviosa contestó: No os preocupéis
porque, aunque los cuarenta ya no los cumpla, tengo mucho amor por dar y muchas
ilusiones por vivir. No, no me voy a quedar sola.
Una de sus amigas, con la mejor intención, le
dijo: ¿Por qué no entras en internet a esos sitios donde se conoce gente? Y
¡Quién sabe! igual te está esperando…Todos rieron de buena gana.
De camino a casa la idea no se le iba de la
cabeza. Pensó que se puede mentir a una máquina pero... No había llegado al
portal y ya lo había decidido: De acuerdo, lo haré, pero solamente una vez y
por curiosidad. Yo no me voy a “enganchar”, prefiero el contacto humano, la
carcajada espontánea, el abrazo… ¡Cómo se equivocó! A partir de esa noche su
mayor deseo, que le impedía pensar con lógica, era llegar a casa cuanto antes
para conectarse.
Había encontrado un amigo tan solitario como
ella o al menos eso decía, porque a una máquina se le pueden decir tantas
cosas… Poco a poco fueron abriendo sus almas, conociéndose, eso también es más
fácil cuando no tienes enfrente a una persona que te puede juzgar por tus
gestos, tus tonos de voz, la forma de entornar los ojos, de ladear la cabeza
cuando dudas etc.
Por eso nunca quiso ver la imagen de su amigo
para no decepcionarse, solo los correos le bastaban, ya habría tiempo, ahora
tenía ilusión, no quería fracasos.
En los últimos meses había llegado al colmo
de la locura. Los sábados por la noche se arreglaba como si fuera a salir,
ponía sobre la mesa el mantel de hilo, la vajilla y las copas que nunca usaba,
todo doble pues su acompañante era la máquina. Mientras degustaba una exquisita
cena regada con un buen vino, escribía a su amante virtual diciéndole lo feliz
que se sentía.
Pero no era así, eso ya no le bastaba, por
fin la semana anterior se había decidido a dar el gran paso, le pidió una cita
para el sábado.
Cuando lo vio entrar al restaurante empezó a
temblar y unas lágrimas asomaron a sus ojos al reconocer a su vecino, ese señor
tan educado que siempre la saludaba abriéndole la puerta y dirigiéndole unas
miradas extrañas que ella no acertaba descifrar.
Azorados los dos rieron. Tú lo sabías
¿Verdad? Aquella tarde en el vestíbulo del edificio yo se lo contaba a una
amiga y tú al entrar te entretuviste con el ascensor. Seguro que me escuchaste,
le dijo ella.
Sintieron que habían perdido un año de sus
vidas. Dos soledades tan cerca y solo conectadas por un cable, no por miradas,
caricias, abrazos... Todo salió bien pero aprendió la lección. El contacto
físico nunca es superado por las frías teclas de un ordenador. El calor del
amor o de la amistad no traspasa la pantalla.