martes, 25 de julio de 2023

MOLINOS DEL CAMPO DE CARTAGENA

 

HISTORIA DE UN MOLINO

Ya se olía a primavera en esta tierra bendita,  tan falta de agua y tan llena de sol. El atardecer perfumaba los campos con el aroma de las florecillas silvestres aun no agostadas por el estío. Todo era belleza y tranquilidad a mi alrededor. Dentro de poco dejaría de trabajar, mi ama, la molinera se iría a su casa y nos quedaríamos solos Gris el gato y yo, aparte de otros animales que por las noches salen de sus escondrijos para comer los restos de la molienda que cayeron al suelo.

Se me ha olvidado decirles que yo soy el molino y bien orgulloso que estoy de ello. Me construyeron en un altozano para aprovechar mejor el viento que es mi fuerza, cuándo desplegadas las cuatro velas me hacen girar arando un círculo en el cielo.

A veces me imagino que soy un velero cruzando un mar casi siempre azul llevando conmigo a mi molinera. Estoy enamorado de ella desde que la vi aparecer el primer día con su refajo ceñido, la larga falda recogida a un lado dejando ver sus bonitas piernas y  asomando por el corpiño dos maravillas que se abocan sobre la muela cuando echa el trigo para que yo haga mi trabajo.

Soy grande y fuerte, tengo tres pisos y en el último hay una ventana donde se posan las palomas y las gaviotas, pero mi ama las aparta a escobazos, son insaciables y vendrían muchas más a comerse la molienda, esa molienda que con tanto sudor prepara en sacos para cuando viene el dueño a recogerla.

Mis velas son blancas, triangulares, iguales que las de muchos barquitos que veo a lo lejos cuando el cielo está despejado. Ellas también saben de las caricias y del poder de  nuestro señor el viento, algunas veces sus ráfagas son tan fuertes, que si no se recogen a tiempo, las destroza sin piedad.

El viento no sopla siempre del mismo sitio, es caprichoso y tampoco te avisa cuando va a cambiar, por eso tengo yo en todo lo alto un mecanismo que hace girar mi cabeza y las velas con ella, para aprovechar hasta el más pequeño soplo de ese voluble señor.

Ya ha cerrado la puerta mi molinera. Algunas noches cuando el trabajo es mucho y durante el día no ha habido viento suficiente, se queda y duerme entre los sacos. Yo la protejo y Gris ahuyenta los ratones para que no la despierten.

Gris, mi amigo Gris, es un gato romano corriente pero muy listo. Un día entró con sigilo y al verlo la molinera agarró la escoba, él, mimoso, se acerco ronroneando a sus piernas, quien fuera gato,  acariciándolas con su lomo y de esta forma se quedo a vivir con nosotros. Algunas noches de verano en las que el calor es sofocante, sale por el ventanuco de lo alto y se pone encima de uno de mis palos, siempre que la brisa sea suave, porque más de una vez ha ido a dar con su mullido cuerpo en el suelo.

Hablamos de muchas cosas. Me cuenta sus aventuras y correrías por el mundo. Ya es viejo y quiere acabar sus días aquí.

Una noche me contó algo que no me pude creer por disparatado. Vivía él entonces con una familia también molinera que tenían la casa enfrente del molino, en las noches de verano sacaban las sillas a la puerta y doña Paca la abuela, contaba historias y él bien enroscado en sus pies lo oía todo con los ojos cerrados pero con las orejas bien tiesas. Decía que una vez hace muchos, muchos años un caballero a caballo confundió el molino con un gigante, arremetiendo contra él. En esto un sopló un viento fuerte, quedando el pobre caballero enredado en las aspas y desde bien alto cayó al suelo. Gris no me lo ha dicho  pero yo creo que estaría un poco loco. ¡Hay que estar ciego para confundirnos con un gigante!

Otra noche me contó que vio en un campo no lejos de aquí, otra clase de molino, ese sí que parecía un gigante. Tenía tres o cuatro patas de metal muy altas y al final de ellas había unas aspas más pequeñas que las mías y sin velas, se acerco para saber cuál era su trabajo, pero hacia viento  y el ruido era ensordecedor lo que le hizo desistir, ya sabemos cómo son de delicados los oídos de los gatos y se quedo sin saber para lo que servía ese molino.

Sus historias son increíbles, me dijo que entre dos mares muy cerca de donde estamos había tierra y en ella se levantaban bonitos molinos como yo pero que su molienda era blanca y como curioso que es metió en ella los bigotes, por poco se ahoga de la tos que le dio al entrarle la sal por la nariz.

Él  me advirtió de un peligro que luego no fue tal, dice que vio, antes de venir aquí, no muy lejos como construían otro molino. ¡Eso no podía ser cierto! No había tanto grano para moler, uno de los dos quedaría parado sin trabajo.

Una noche en la que mis velas estaban dirigidas hacia ese lugar lo vi. El cielo estaba iluminado por la gran luna redonda que de vez en cuando aparece. El también me vio y arrastrados por la brisa comenzamos a hablar.

Por fin se aclaró el mal entendido, no era un molino de muela sino de agua. Trigo y agua, que bien suenan esas dos palabas, alimento principal de los hombres que nos cuidan. Me contó que al ser esta tierra tan seca se hacían unos pozos en el suelo para llegar hasta ella, algunos eran muy hondos hasta 20 metros o más Entonces me di cuenta que era como yo pero solo en apariencia, pues tenía una rueda en un lateral de su cuerpo. Al preguntarle, sonrió moviendo las velas aunque no corría la más leve brisa. Me dijo que no éramos del todo iguales, lo que tenia al lado era una noria que giraba con la fuerza de las velas igual que yo y así  subía el agua del pozo para depositarla en una balsa que tenia al lado.

Me conto cosas muy bonitas como que el agua con voz dulce y cantarina lo apremiaba para que la subiera arrojándola a la balsa para así, en las noches claras, poder atrapar las estrellas.

El agua dentro del pozo esta triste, oscura y muy quieta, pero nada más salir se vuelve alegre, ruidosa y baja contenta por unos canales que llaman acequias para regar los campos que hay alrededor.

Dios hizo el viento y los hombres los molinos para aprovechar su fuerza y con los años habrá otros ingenios que harán nuestro trabajo más fácil para ellos. Pero nosotros siempre estaremos aquí.

Algunas veces a la caída de la tarde, cuando mi molinera se va, me vienen con la brisa pensamientos tristes. Me veo viejo, roto, sin alas, toda clase de matojos crecen a mi alrededor y penetran en mi interior. No hay puerta, ni ventana donde se posaban las palomas, solo hay tristeza y desolación.

Pero estos pensamientos los deshecho enseguida. El hombre no será tan desagradecido después de lo bien que le hemos servido durante siglos. Solo quiero pensar en un futuro feliz dando belleza al paisaje y sirviendo para otros menesteres con la dedicación y la entrega de siempre.

¡¡QUE LOS VIENTOS DEL FUTURO NOS SEAN FAVORABLES!!

 

 

 

 

martes, 18 de julio de 2023

LA GÁRGOLA

 

LA GÁRGOLA

 

¿Por qué me dio tanto miedo esa gárgola? Era una de las muchas que ponían en la Edad Media en las iglesias y catedrales para amedrentar a los espíritus simples de entonces. ¿Por qué no podía dejar de mirarla?

El viaje estaba siendo un desastre, dos compañeros habían enfermado por algo que comieron y los habían dejado en un hospital, nombre demasiado pretencioso para aquel sitio, yo creo que allí solo había Alcohol, esparadrapo y vendas, eso con suerte. La agencia de viajes les prometió abonarles los costes del mantenimiento y transporte para volver.

Pero el que de verdad me daba miedo, un miedo raro, porque no tenía sentido, era el guía. Cuando cambiamos de país, cambiamos también de guía y todo empezó a ir mal. Igual son aprensiones mías por lo seco y antipático que es, cuando le formulo alguna pregunta, me fulmina con la mirada y sale con contestaciones que nada vienen al caso.

Estamos ahora en una pequeña región casi olvidada del centro de Europa. Esta mañana ha cambiado el programa y ha decidido que teníamos que ver una iglesia gótica, en medio de la nada, una iglesia templaría.

Y aquí estábamos los seis que quedábamos en el viaje, dos compañeros no quisieron cambiar de país y se fueron directamente al suyo.

Yo pienso que el viaje esta gafado y ahora esa gárgola mirándome fijamente. Representa a una serpiente que rodea presionando un rostro de mujer, con la boca abierta y los ojos suplicantes. La cara de la serpiente es casi humana, sobre todo los ojos que brillan con el sol de la tarde.

El guía nos dijo que nos pusiéramos en circulo y uniéramos nuestras manos, entonces empezaron a recitar una especie de mantra y el suelo se hundió a nuestros pies.  Llegamos casi rodando a una habitación iluminada en cuyo centro había una gran mesa de piedra. De pronto me di cuenta que yo era la única que no conocía lo que recitaban ¡Todos eran de la misma secta, o lo que fuera! Y yo, tonta de mí iba a ser la víctima propiciatoria.

Me entro pánico, casi no podía respirar, sobre todo cuando vi porque me atraían los ojos de la gárgola, eran ojos humanos de un hombre con una túnica blanca, que me miraba y sonreía. Todos se habían puesto la misma túnica y seguían cantando el dichoso mantra, aún no me había entrado el miedo verdadero. Esto no podía estar pasando, tenía que ser una atracción más del viaje. Cuanto más miedo pasas más pagas.

¿Por qué no me fui con los últimos compañeros? Mi cabezonería de llegar siempre al final en todo, tenia consecuencias y esta no iba a ser divertida en absoluto.

Empecé a temblar cuando me acostaron en la mesa y atándome con unas correas seguían cantando a mí alrededor. La música y el humo que salía de un rincón me adormecían. Levante los ojos al techo de   donde pendía con unas gruesas cadenas  una piedra con pinchos, en medio del sopor oía en la lejanía el ruido del engranaje. De pronto la piedra cayó pesadamente sobre mí. Retire con un manotazo a Pirracas mi gato que se afilaba las uñas en mi camisón, dándole gracias interiormente por haberme despertado.

Lo había decidido, no iría a ese viaje en el que prometían experiencias terribles y miedo infinito hasta la locura. Locos están los que se prestan a ellos.

 Yo me iré tranquilamente a pasear por las calles de Paris, estaré en la plaza de la guillotina, pero sabiendo que el TERROR pasó ya hace varios siglos.

miércoles, 12 de julio de 2023

LA FLOR DEL HIBISCO

 

LA FLOR DEL HIBISCO

 

Se sorprendió mirando el cristal de la estantería que reflejaba el jardín donde un gran hibisco rosa dejaba caer sin tristeza, sus maravillosas flores sabiendo que al día siguiente serian sustituidas por otras y quién sabe si aún más bellas.

Hacía años que le había dado la espalda a la vida, un mal tropiezo, un desengaño, su manera de ser, todo eso metido en una coctelera y agitado (no batido, como decía 007) salía la persona que era ahora, oscura, amargada, sin tiempo para nada que no fueran reproches.

Tenía que haber actuado de otra manera, la culpa es mía, no entiendo a la gente, no me gusta la sociedad en la que me ha tocado vivir, esas y muchas más eran sus quejas con las que llenaba los días.

Pero ese atardecer, viendo la vida efímera de esa flor tan bella, empezó a pensar. Sintió que los remordimientos no sirven, nunca arreglan lo que has hecho mal, si acaso valen para que no lo vuelvas a hacer.

Con tristeza por el tiempo perdido en lamentaciones, salió  por la puerta del jardín que nunca usaba, hizo un gran esfuerzo mental para poder sentarse en el balancín que tanto le gustaba antes y donde creía que se habían gestado todas sus desgracias. Pero el balancín solo era un objeto, no podía haber influido en su decisión, como tampoco la música, la suave brisa de la noche o el cielo estrellado. Solo ella era dueña y responsable de sus actos. Se equivocó y lo había pagado con creces pero, ¿No tenía derecho como la flor del hibisco a renacer?

Llamaría a esa persona a la que tanto echaba de menos, no sería un perdón, si no un “vamos a vivir”. Cambiaria, había más vida y en ese instante al dejar atrás la pesada mochila con la que cargaba hacia años, comprendió que podía ser feliz.