EL NIÑO QUE QUERIA VOLAR
Hace
muchos años dejé esta ciudad a la que he vuelto sin conseguir ninguna de las
cosas que me hizo salir de ella: fama, triunfo y fortuna. He vuelto a que me
perdone. La maldije en mis años jóvenes por no apreciar mi arte, por avocarme
al destierro ¡Como hubieran cambiado las cosas solo con un pequeño
reconocimiento! Pero la culpa era mía. Con el paso de los años me he dado
cuenta de que era la ineptitud, la poca valía lo que despreciaban y tampoco
llegaba a ser desprecio solo indiferencia, por eso he vuelto a recorrer sus
calles y a pedirle perdón.
Han
pasado más de 50 años, todo está muy cambiado, en mis paseos me adentro en la
ciudad vieja, la que me trae recuerdos de ilusiones infantiles, alas mágicas
que me llevarían a alcanzar las nubes con la punta de mis dedos.
Soy
pintor, sin gloria ni reconocimiento, pero pintor de corazón. Aunque lo mío es
mas el dibujo en blanco y negro que mezclar colores, también he trabajado el
bello arte del lienzo y la paleta. Me forjé en estas calles, siempre a la caza
de algo interesante.
El
defecto de mi pierna me impedía jugar con los demás niños y al dibujarlos me
integraba con ellos en sus aventuras, en cada travesura, en cada juego… Eran
mis amigos y se sentían orgullosos al verse en mis cuadernos. Si, solo ellos se
sintieron orgullosos.
Pasaron
los años y cuando llegó el momento de preparar la primera exposición la ilusión
me desbordaba, pensé que todos me aclamarían como mis amigos cuando éramos
niños pero fue un fracaso, no vendí ningún cuadro y los comentarios tampoco
ayudaban: Todo muy infantil. Esto ya lo hemos vivido. Reflejan unos años de los
que es mejor olvidarse y cosas así.
Yo
seguía preguntándome porque no les gustaban, era su vida, la vida de su ciudad,
sus costumbres. Al principio pensé: “Ya lo entenderán” y seguí dibujando. Más
exposiciones, más fracasos. Apenas iba gente a verlos. Por eso me fui, para
volver triunfador y decirles que ellos
eran los que no estaban a la altura, que mis dibujos habían sido un éxito.
He
vuelto sin ningún triunfo y salgo como antes por estas calles que han sido mías
a dejar su historia en el papel aunque ya sin pedir el reconocimiento de nadie.
Esa
tarde me acerqué a la que fue mi casa, el abandono se hacía palpable, la puerta
de madera con bonitos gravados estaba desconchada, habían desaparecido los
llamadores de bronce en forma de puño cerrado, las rejas andaluzas oxidadas y
muchas de ellas arrancadas daban idea del poco aprecio que tenia esta ciudad
por las cosas bellas.
Cuando
marché dejé en ella todos mis dibujos, quería renovarme, encontrar algo nuevo,
pero durante todo este tiempo solo tenía en mi imaginación y en mi lápiz esta
ciudad, todos los bellos rincones que parecían ante mis ojos estaban aquí, ya los
había visto.
Me
senté en un banco que había sobrevivido al vandalismo juvenil y me disponía a
dibujarla así en su decadencia sintiéndome igualado con ella en el tiempo.
No lo
vi llegar, solo oí su voz. Yo conocía al chico que vivía en esta casa, dijo.
Sorprendido de que aun me recordaran le pregunté que había sido de él.
El
desconocido comenzó a hablar: Salió una mañana y jamás volvió, quería triunfar
y aquí se asfixiaba. Lo que no supo nunca es que años más tarde su madre, antes
de marchar a reunirse con él, donó al Ayuntamiento todos sus dibujos que
sirvieron para ilustrar un libro sobre la vida en la ciudad durante los años
grises del siglo XX. Consiguió fama y reconocimiento. El libro se editó en
varios países, pero entonces no había tantos adelantos como ahora y no pudimos
dar con él.
Al
levantarme para darle las gracias, mi cojera me delato. Era Raúl, mi amigo de
la infancia, nos fundimos en un gran abrazo.
Después
de tantos años deseándolo, vagando por el mundo, en mi ciudad me estaban
esperando para darme las alas que desde niño siempre deseé tener.