EL SUEÑO AMABLE
Desperté
dentro de mí sueño. Un sueño amable y recurrente que me acompañaba cada noche
desde hacía algún tiempo.
Era
como un cuadro, mis ojos pasaban sobre él lentamente intentando grabar todos sus elementos en mi cerebro. No
era un mal sueño hasta que esa horrible mañana al despertar, me vi formando
parte del cuadro. Ya no era estático, se movía, tenía sonidos, luces
cambiantes, las nubes discurrían por el cielo y esos pájaros pintados habían
cobrado vida, volaban y piaban a mí alrededor.
Me
senté en una piedra para analizarlo con detalle, me lo sabía de memoria, no
faltaba nada.
En lo
alto de la loma estaba el castillo blanco al que se llegaba por un solitario
sendero, lo primero que me produjo desasosiego fue ver que por él desfilaban, a
diferencia de mi sueño, unos seres vestidos de negro cantando salmodias como en procesión, parecía que andaban pero
no avanzaban intentando llegar al castillo.
La
nieve, que en el cuadro eran telas blancas dejadas caer desde arriba, se había convertido
en un velo gris sucio que arrastraba animales muertos. De pronto, el conejo que
estaba escondido en ella saltó a mis brazos sollozando y suplicándome que lo
salvara. El terror me paralizo. Hacia nosotros se acercaban dos pájaros
enormes, uno blanco y otro negro gritando: ¡Tienes que escoger! ¿Escoger entre
qué? Les pregunte, pero sobrevolaron mi cabeza
dirigiéndose al castillo. El conejo mirándome fijamente a los ojos me
dijo: ¡Tú puedes cambiarlo! ¿Cambiar qué? Le contesté y sin saber muy bien lo
que hacía lo arroje a la nieve sucia. El miedo me supero, tenía los pies clavados
en el suelo cuando me di cuenta de que los arboles silenciosos se desplazaban
hacia mí formando un circulo para encerrarme en él.
De
pronto se me ocurrió que mi salvación
podía ser llegar al castillo, allí estaría la contestación a todas las
preguntas y sobre todo a la más importante: ¿Por qué estoy aquí?
Corrí
hacia el sendero pero los arboles me impedían el paso azotándome con sus ramas,
me separaba de él la nieve gris, intente cruzarla pero me hundía cada vez más,
los golpes me llegaban por todos lados, agarré una de ellas y conseguí
cruzar.
Las
figuras de negro habían cambiado de dirección, ahora se movían avanzando hacia mí.
Ese cuadro tan apacible que yo veía por las noches era el mal, que atrapa al
hombre con sus encantos y bonitas formas hasta que dando la cara lo hace su
esclavo y cuando no le sirve lo arroja al torrente sucio y gris.
Yo
corría alocado, podía pasar a través de los cuerpos de las figuras negras cuyos
rostros tenían una mueca horrible de ironía y pavor. Ahora podía oír la
salmodia “Nosotros también lo intentamos” repetían al unísono.
Cuanto
más me acercaba al castillo la oscuridad crecía, quedando solo él iluminado por
un resplandor extraño.
El
cuadro empezó a doblarse desde abajo como un rollo de papel, atrapando en su
interior todos los elementos que lo componían. Estaba muy cerca, mis pies eran
de plomo, no llegaría nunca a la puerta que parecía entreabierta.
De mí
tiraban dos fuerzas opuestas una oscura y otra con la misma luz del castillo.
Eran los pájaros grandes que seguían diciéndome: ¡Escoge! Por fin llegue a la
puerta pero la fuerza negra me hizo retroceder algunos metros y cuando ya el
rollo vivo casi me alcanza, haciendo un esfuerzo sobrehumano conseguí entrar.
En ese
momento todo desapareció de mi vista, me encontraba en mi cama sudoroso y
aterrado.
El
sueño me había dado una lección. El camino del bien sería difícil pero si lo
intentaba de verdad ganaría la batalla.