lunes, 5 de abril de 2021

                         LA FOTO ANTIGUA

La encontré por casualidad, estaba en el fondo de un armario en el que pongo todo lo que no utilizo, cosas que debía tirar pero que al tenerlas en la mano me llevaban a recordar el momento en el que pasaron a ser mías y aunque no sea un buen recuerdo, yo lo disfrazo quitándole la broza que entonces pudo tener esa situación. Eso me hace feliz. Solo quiero recordar lo bueno y si no son tan buenos, los asocio con otros que sí lo son y me llevan a pensar en la vida como un regalo que te puede gustar más o menos pero que siempre es bien venido.

Todo esto pensaba mientras tenía en mis manos la gran caja de lata, de galletas seguramente, en la que mi abuela guardaba las fotos de su vida y también las de su familia.

¡Qué suave era! No se había estropeado después de tantos años. Yo creo que la puse ahí en la última mudanza y de eso hace ya más de 40. ¿Se conservarían igual las fotos tanto tiempo olvidadas?

La caja era negra con bordes dorados y preciosas flores de colores en la tapa y los laterales.

Recuerdo siendo yo una niña, las tardes interminables de los domingos en el mirador de mi abuela, pidiéndole que me volviera a enseñar las fotos antiguas de la caja bonita. Me llamaba la atención los peinados, los vestidos y hasta las caras, algunas asustadas al verse sorprendidos por la luz del magnesio. Las sacaba una a una y era yo la que, como si de un examen se tratara, tenía que adivinar quién o quiénes eran y algo de sus historias tantas veces contadas por mi abuela.

La tarde se hacía menos tediosa con un cartucho de pipas de girasol y viviendo las vidas de las personas que, como por arte de magia, salían de la caja.

No tenía nada que hacer y por entretenerme un rato la destapé y empecé a sacar las fotos. Me apetecía saber si después de tantos años me acordaba de sus nombres y como si fueran personajes de una obra de teatro, del papel que habían representado cada uno en la familia.

Algunas estaban irreconocibles pero la mayoría habían aguantado bien el encierro, yo creo que la falta de aire y de humedad contribuyó a ello.

Pasé un buen rato acordándome de unas,  desechando otras por desconocidas, las cuales me daban pena romper y volvían a la caja. Alguien que no tuviera mis recuerdos ya se desharía de ellas.

Apareció como pegada a otra. Me sorprendió porque no recordaba haberla visto nunca, le di la vuelta y leí la dedicatoria escrita con letra  juvenil: “A mis padres a los que quiero y respeto”

Era un retrato de boda hecho en un estudio. En un sillón principesco estaba sentada la novia, muy joven casi una niña, le costaba trabajo llegar con los pies al suelo, su vestido muy elegante  y su mantilla eran negros. Por un pico de la falda que captó la cámara levantada se veía una trocito de las sayas blancas y las puntas de unos zapatos negros y brillantes.

Era guapa, tenía unos ojos grandes, negros y muy expresivos. Se adivinaba en ellos poca alegría y algo de miedo. El pelo, también negro, lo llevaba cubierto con la mantilla de la que se escapaban algunos rizos revoltosos, la nariz fina, la frente ancha, los pómulos altos y su boca sensual eran el preludio de lo que con los años seria una mujer muy bella.

De pie apoyando la mano en el sillón en actitud protectora, se veía un hombre mayor, si no fuera por la pose y la ropa que llevaban hubiera podido ser su padre. Iba vestido de Chaqué y sujetaba el sombrero con la otra mano.

Me fije en sus ojos, bondadosos y apacibles, el bigote y la barba bien cuidados con más cabellos grises que blancos o negros. Su frente grande, mas despejada ya por las “entradas del tiempo”. Todo en él hacía pensar que debió ser un hombre muy guapo.

¿Quiénes serian? ¿Habrían sido felices? ¿Qué relación tenían con mi abuela y por tanto conmigo?

La frase de la dedicatoria me hizo pensar si no se habría casado la joven, como tantas entonces, por obligación y respeto a sus padres.

Me agradó ese retrato, ya les inventaría una historia en la que fueran dichosos y la vida no los maltratara mucho, pues estaban en la caja de mis recuerdos y allí no podía haber ninguno malo.