viernes, 31 de enero de 2020


AUN ES DE DIA

Aun es de día. No he perdido la esperanza de que venga. ¡Lo he deseado tanto!,  pero no sé, me parece algo demasiado moderno para mi edad.
No podía dejar de pensar en él. Noches de insomnio, de dudas. ¿Qué dirían todos? ¿Dejaría de ser la señora respetable del 3º D? Lo que más me preocupaba era lo que opinarían mis hijos, yo que siempre había criticado esas modernidades ¿Estarían dispuestos a concederme el beneficio de la duda?
Cuando lo vi en casa de mi amiga Toñi, empezó el martirio. ¿Lo llamo, no lo llamo? Sé que hace un buen trabajo, mi amiga está encantada y además no cobra caro. ¡Qué las pensiones no están para caprichos! Pero estoy tan sola, un rato de compañía de vez en cuando me ayudara en este último escalón que estoy empezando a bajar.
Voy de nuevo a la ventana, no veo su coche, habíamos quedado para hoy, antes de que anocheciera. No es lo mismo ver salir de mi casa un hombre, ya anochecido, que verlo salir de día
Nada, que no viene. Se habrá ido a ver a otra que le paga más por su trabajo. Si al menos me hubiera llamado dando alguna escusa, lo perdonaría y podríamos quedar otro día. Pero ya estoy harta, otra vez me ha fallado. No aguanto más
Mañana mismo busco otro técnico para instalar la “ Guifi”.
¡¡¡QUIERO UN ORDENADOR YA!!!

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jueves, 23 de enero de 2020


CUANDO FALTAN LAS PALABRAS            Mayo  2016-05-10

Estaba instalada, hacía mucho tiempo, en un silencio transparente; no era un silencio de sonidos, no, esos estaban ahí y los percibía muy bien, pero eran solo sonidos, no había palabras, palabras de amor, de odio, de ira…de todas las formas, con que el mágico regalo de la mente, nos deja expresar los sentimientos.
Este silencio sí la aterraba, pues se le metía en el corazón, como una fina aguja de cristal y la iba desangrando gota a gota.
En otro tiempo, en su juventud, la vida que la rodeaba, era toda luz y sonidos: desengaños, amores, penas, alegrías…pero siempre estaba allí la palabra de alguien con quien compartir esos sentimientos y ahora en la vejez, la llenaba de soledad no poder comunicar todo el torrente de emociones que aún le quedaban.
Las palabras salían de su boca, rebotaban en las paredes de la habitación y volvían a ella, como un eco solitario, que nadie hubiera querido atrapar y descifrar.
Tenía una asistenta fija, que era una buena persona, pero no entendía nada de lo ella decía y tampoco le interesaba, para la “cuidadora”, como se hacía llamar, ella solo era trabajo, como los papeles de un despacho, había que tenerlos al día y bien ordenados, por si venía de improviso el jefe y le echaba la bronca.
Su vida había sido maravillosa, la felicidad plena, no existe, es una quimera, pero ella había conseguido momentos en los que casi rozaba ese estado del alma.
Su compañero, un gran diplomático, tenía en alta estima sus opiniones, se sentía querida, valorada en ese mundo de hombres, al que ella llegó después de no pocas luchas, zancadillas y mordazas, y allí se mantuvo durante muchos años.
No habían tenido hijos, viajaban casi constantemente, pensaron que esa no era forma de construir una familia tradicional, no podrían atenderlos, se criarían con otras personas que les trasmitirían otros valores y eso no les gustaba. Algunas veces, hablaban sobre este tema y la negativa siempre partía de ella. Quería que todo siguiera como estaba. Era muy  feliz con su vida junto al hombre que amaba, y decidiendo cosas importantes para el resto de la humanidad. Eso pensaba ella entonces. No cambiaría nada, siempre estarían juntos, no necesitaba nada más.
Pero el destino, que no nos cuenta sus planes, hizo una jugada sucia. En  uno de los pocos viajes que no le acompañó, hubo un accidente y toda su vida se desmoronó en un instante. Se encontró sola, después de más de 40 años juntos. Se dejó el trabajo. Se encerró en su casa, de la que tenía pocos recuerdos, había que reinventarse la vida, nada era lo que había imaginado para su vejez. Una habitación llena de libros, el calor de una chimenea, largas conversaciones sobre casos que se habían presentado en sus vidas, paseos por el jardín, pero siempre de su mano, esa mano grande y poderosa, que nunca le había fallado y había estado allí, para que en los malos momentos no desfalleciera. Nada de eso sería ya.
Tenía que reconocer que su gran error había sido negarse a tener hijos. Aunque ellos tuvieran sus vidas, incluso si estuvieran lejos, los medios de comunicación les unirían como una prolongación del cordón umbilical.
Lo que ella había creído una vida de éxitos, ahora la había condenado al ostracismo y a la incomunicación.
¡Cuánta tristeza y soledad se unen a la vejez, cuando faltan las palabras!







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