CUANDO
FALTAN LAS PALABRAS Mayo 2016-05-10
Estaba instalada,
hacía mucho tiempo, en un silencio transparente; no era un silencio de sonidos,
no, esos estaban ahí y los percibía muy bien, pero eran solo sonidos, no había
palabras, palabras de amor, de odio, de ira…de todas las formas, con que el
mágico regalo de la mente, nos deja expresar los sentimientos.
Este
silencio sí la aterraba, pues se le metía en el corazón, como una fina aguja de
cristal y la iba desangrando gota a gota.
En otro
tiempo, en su juventud, la vida que la rodeaba, era toda luz y sonidos:
desengaños, amores, penas, alegrías…pero siempre estaba allí la palabra de
alguien con quien compartir esos sentimientos y ahora en la vejez, la llenaba
de soledad no poder comunicar todo el torrente de emociones que aún le
quedaban.
Las
palabras salían de su boca, rebotaban en las paredes de la habitación y volvían
a ella, como un eco solitario, que nadie hubiera querido atrapar y descifrar.
Tenía
una asistenta fija, que era una buena persona, pero no entendía nada de lo ella
decía y tampoco le interesaba, para la “cuidadora”, como se hacía llamar, ella
solo era trabajo, como los papeles de un despacho, había que tenerlos al día y
bien ordenados, por si venía de improviso el jefe y le echaba la bronca.
Su vida
había sido maravillosa, la felicidad plena, no existe, es una quimera, pero
ella había conseguido momentos en los que casi rozaba ese estado del alma.
Su
compañero, un gran diplomático, tenía en alta estima sus opiniones, se sentía
querida, valorada en ese mundo de hombres, al que ella llegó después de no
pocas luchas, zancadillas y mordazas, y allí se mantuvo durante muchos años.
No
habían tenido hijos, viajaban casi constantemente, pensaron que esa no era
forma de construir una familia tradicional, no podrían atenderlos, se criarían
con otras personas que les trasmitirían otros valores y eso no les gustaba.
Algunas veces, hablaban sobre este tema y la negativa siempre partía de ella. Quería
que todo siguiera como estaba. Era muy feliz
con su vida junto al hombre que amaba, y decidiendo cosas importantes para el
resto de la humanidad. Eso pensaba ella entonces. No cambiaría nada, siempre
estarían juntos, no necesitaba nada más.
Pero el destino, que no nos
cuenta sus planes, hizo una jugada sucia. En
uno de los pocos viajes que no le acompañó, hubo un accidente y toda su
vida se desmoronó en un instante. Se encontró sola, después de más de 40 años
juntos. Se dejó el trabajo. Se encerró en su casa, de la que tenía pocos recuerdos,
había que reinventarse la vida, nada era lo que había imaginado para su vejez.
Una habitación llena de libros, el calor de una chimenea, largas conversaciones
sobre casos que se habían presentado en sus vidas, paseos por el jardín, pero
siempre de su mano, esa mano grande y poderosa, que nunca le había fallado y
había estado allí, para que en los malos momentos no desfalleciera. Nada de eso
sería ya.
Tenía que reconocer que su gran
error había sido negarse a tener hijos. Aunque ellos tuvieran sus vidas,
incluso si estuvieran lejos, los medios de comunicación les unirían como una
prolongación del cordón umbilical.
Lo que ella había creído una
vida de éxitos, ahora la había condenado al ostracismo y a la incomunicación.
¡Cuánta tristeza y soledad se
unen a la vejez, cuando faltan las palabras!
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