ESTE RELATO HA PARTICIPADO EN EL CONCURSO DE CARTAGINESES Y ROMANOS 2023
LAS
DUDAS DEL HÉROE
Tenía
que salir de la ciudad, demasiados consejos, demasiados amigos a favor y en
contra, hasta su esposa Himilce se había
opuesto a la expedición para la conquista de Roma. Tenía muchas dudas, el héroe
se sentía inseguro. Si ganaban sería un gran paso en la historia, pero una
derrota supondría un duro revés para Cartago y su rendición sin condiciones.
Era el
atardecer, la hora más bonita de esa ciudad que con buen criterio Asdrubal y
Almircar habían pensado para capital de Iberia, le llamarían Qart Hadasht.
Sin
darse cuenta sus pasos lo llevaron a la colina donde soldados vigilaban los
corrales de los elefantes, caballos y demás animales preparados para la
batalla. Acarició a uno de ellos ¿Serian capaces esos nobles animales de
superar las murallas de tierra y roca, con nieves perpetuas, que eran las
montañas de los Alpes?
Le
habían comentado sus espías, mandados de avanzadilla, que en el deshielo, los
mosquitos y otros insectos eran tan abundantes y agresivos que algunos hombres
y no pocos animales se volvían locos tirándose por los precipicios.
Cogió
una estera y cubriéndose con su manto, se recostó con la mirada fija en el
cielo estrellado. Soñaba con estar ya de vuelta. Odiaba las montañas, pero por
mar hubieran sido derrotados por la poderosa flota romana. Tenía que
intentarlo, aunque le faltaran apoyos. Allí entre los animales se sentía
tranquilo, confiaba en la victoria. No la quería para dominar territorios,
cambiar sus costumbres, su modo de vida, hacerlos como ellos, no, ese no era su
fin, ellos eran comerciantes y necesitaban otros pueblos amigos con los que
intercambiar productos. Ese era el ideal de Cartago, pueblos libres, amigos,
comerciando con ellos. Lo habían hecho en Iberia y había funcionado.
Se olía
a cuero húmedo, cenizas y brasas, excrementos de animales olores conocidos,
como el calor y la sed en las campañas.
A él le
gustaba el mar, sentarse cerca, hacerle preguntas, pensar en la batalla, beber
vino, zambullirse el él, olor a algas, balanceo del barco, amplitud sin
fronteras.
Al
contrario pensaba que las montañas eran cárceles altas y frías, paredes de
calabozos y a su pesar allí se dirigía.
Se levantó
y miró el mar, recordó la primera vez que vio la ciudad de Mastia, la bahía en
forma de hoz con sus dos cabos en el mar, frente al extremo sur, aun dentro de
sus aguas, se levantaba una gran isla, era un espectáculo maravilloso sobre
todo los atardeceres, cuando el sol rojo teñía de sangre el mar. Harían pactos
con sus pobladores, llegarían como amigos y como pensó Asdrúbal, sería la mejor
capital cartaginesa en Iberia.
Recordaba
su vida, se había educado en el campo de batalla acompañando a su padre Almircar
desde los 9 años en la campaña de Iberia. Tenía 26 años cuando recibió el mando
supremo del ejército cartaginés, al morir asesinado su tío Asdrubal y ahora uno
de los más grandes estrategas que iba a tener
la historia, el único que podía ser capaz de vencer a los romanos,
dudaba.
Recordaba
los juegos de guerra con su hermano Asdrubal, dos años mayor que él, lo
recordaba simpático, tranquilo, casi
soñador. El, al contrario, era pura energía, sus ojos oscuros brillaban al
lanzarse sobre sus estatuillas de madera, soldaditos de colores con armas y
equipo. Tenían también elefantes de guerra con torrecillas para los arqueros y
agujas que hacían de lanzas debajo de los colmillos. Sus estrategias siempre
daban resultado. Cuando se paraba a pensar, mordiéndose el labio inferior, sus
amigos daban por perdida la batalla antes de librarse.
El
viento nocturno lo devolvió a la realidad trayéndole de la ciudad un torrente
de olores, ajo, asado, vino, olores familiares, olores de paz y pensó en Himilce,
su querida esposa, bella, dulce, inteligente. Fue la suya una historia de
guerra, diplomacia y amor por ese orden.
Todo
empezó con la muerte de Asdrúbal, los cartagineses tenían un pacto de no
agresión con los lideres ibéricos, pero al asumir Aníbal el mando pensaron que
quizás no continuaría con el tratado y pidieron protección al rey de Cástulo, Himílce
era su hija y acepto desposarse con él
para hacer firme los pactos con todos y cada uno de los lideres ibéricos.
Se
evitó la guerra, gano la diplomacia y cosa rara en estos tratos, ganó también
el amor. Se amaban mucho más de lo que ellos mismos pensaban. De los negros
ojos de Anibal salía fuego cuando la tenía cerca y ella lo adoraba, era su
héroe, cariñoso, amable, tierno. Todo lo contrario de la idea que se había
formado del famoso estratega cartaginés, le suplicó acompañarlo en la campaña
contra Roma, porque el mundo no tenía sentido sin él, sin esas noches de
descanso, conversaciones en voz queda y amor.
Volvieron
a su mente los negros pensamientos. Tenían un hijo, si era derrotado los
romanos venderían como esclavos a las
dos personas que más quería o los
llevarían a Roma para mostrarlos como trofeos en sus grandes desfiles de la
Victoria.
Recordó
la promesa que le hizo su amigo Antígono de embarcarlos hacia Cartago si le
llegaban noticias adversas de la campaña.
Le dolía el alma pensando dejar a la mujer, al hijo, y a Qarthadasht tan
desprotegidos, Magón era un buen estratega pero ¿Estaría a la altura del
enemigo que había demostrado ser hábil y astuto en muchas ocasiones?
Dejaba
pocos hombres solo 1000 soldados y 2000 civiles armados. Confiaba en las
murallas altas, duras, majestuosas, inexpugnables por mar. Eso lo
tranquilizaba.
Saldrían
al amanecer, todo estaba preparado, habían sido muchos meses concertando
alianzas, buscando rutas seguras, no era el momento de desfallecer.
Se
había cerrado la noche, volvía despacio a la ciudad, un viento del sur le traía recuerdos de su amada Cartago y
susurraba en sus oídos: VICTORIA.