lunes, 21 de agosto de 2023

LA CAJA OSCURA

 

LA CAJA OSCURA  

 

¿Dónde estoy? ¿Que me ha pasado? Toco las paredes y están muy cerca, apenas entra luz por unas rendijas del techo. Estoy prisionero dentro de una caja oscura. Tengo mucho miedo. Grito y las paredes me lo devuelven aumentado por el eco. Tengo frío, estoy temblando.

Recuerdo una casa de campo, niños jugando. Alguien me llama, es una señora mayor  en una mecedora de mimbre balanceándose. Ese movimiento me aturde, me marea, el cielo esta gris y los arboles tiene las hojas rotas, caídas. Intento llegar a su lado pero no puedo, hace mucho viento, algo me impide avanzar. La señora sonríe y me hace señas para que me acerque, pero no puedo.

Los niños bajan de los columpios y se dirigen hacia mí, pero ellos tampoco pueden llegar, todo se realiza un segundo antes, no llega a ser una marcha atrás es quietud, no avanzar.

Solo la señora sonriente  levantándose de la mecedora se dirige a mí y me rodea dando saltitos y canturreando una canción infantil, a ella se le unen también los niños. Se han soltado de sus ataduras pero yo no puedo moverme.

¡Quiero huir! ¡Yo no los mate! Fue el otro, el que está en la caja oscura de mi mente. Es muy poderoso me domina. Este es el castigo por sus crímenes, estar en una caja dentro de otra caja y yo inocente, condenado a seguirle.

 

 

 

viernes, 18 de agosto de 2023

ENCRUCIJADAS

 

ENCRUCIJADAS

 

¿Armario o cornisa? ¿Deportivos o tacones? Rubia o morena? Mi vida era una completa duda, siempre una palabra llevaba otra al lado, complementaria, opuesta, eso daba igual, eran dos caminos y solo podía coger uno. Me decidí por la cornisa, al colgar la soga en la barra del armario vi que mi deseo era imposible, resultaba demasiado baja y de pronto otra imagen doble ¿Salto de cabeza o de pies?

LA CHICA DE LA FOTO

 

LA CHICA DE LA FOTO       

 

La chica de la foto dicen que soy yo, sentada detrás de unos cristales con un paisaje verde al otro lado. Está escribiendo, pero sobre ¿ qué’? me viene a la memoria algo verde, rasposo, pero mi memoria es tan frágil, que poco a poco camino de la mano del olvido.

Dicen que he sido escritora famosa, que tuve amores felices y también días de llanto.  Por las  tardes, me entretengo viendo fotos pero no veo dentro de mi otra vida que no sea esta de anciana sentada en un sillón mirando el cristal de una ventana. Todo pasa al otro lado, como la foto que he escogido al azar esta tarde.

Mi amiga me ha dicho que al verla, por un momento, ha habido una chispa de vida en mis ojos. No creo que fueran los recuerdos sino la barrera de cristal que frena mis impulsos, mis ansias de libertad, de ser yo, yo misma, no la prolongación de nadie. Si es que esa joven escritora he sido yo. Creo que esos son los pensamientos que han rodeado mi vida, seguramente he intentado abrir puertas, saltar barreras, Si eso ha sido así, no tengo  ningún recuerdo de haberlo conseguido.

Me hundo en la desesperación intentando encontrar en mi mente, que ya no es mía, la respuesta a esta pregunta: ¿He conseguido alguno de mis muchos sueños?

Se van cerrando las puertas y me queda solo la imagen de una anciana detrás de un cristal como ultima barrera.

 

 

 

campanillas azules

 

CAMPANILLAS AZULES

Aquella escapada de fin de semana prometía. Nos íbamos a encontrar en un hostal de montaña. Cada vez en un sitio distinto para no despertar sospechas. Llegué un día antes para saborear intensamente la espera y hacer con la imaginación un poco más largo el tiempo que íbamos a estar juntos.

La tarde estaba despejada, la montaña me atraía. Cogí mi equipo y salí a disfrutar de la naturaleza. No hice caso de las palabras del conserje: se está formando una tormenta, dijo. Pensé que una tarde leyendo y haciendo gasto en el bar era más atractiva para él.

El sendero discurría entre pinos y árboles centenarios y subía como una cinta blanca rodeando la montaña. Varias veces paré a descansar admirando el paisaje y sintiéndome poderosa. Allí arriba mi vida no era un caos. Había belleza, paz y, sobre todo, un silencio que permitía oír la voz interior a menudo silenciada por el ritmo frenético de la ciudad y que me decía lo que no quería escuchar, que esa relación no conducía a ningún sitio. Allí lo vi claro, en mi interior estaba decidida a romper. Ésta sería nuestra última escapada.

Seguí subiendo. Quería volver rendida para que el sueño no me fuera esquivo como tantas noches y me aceptara aunque fuera acunándome con unas “bonitas” pesadillas.

Ya cerca del nacimiento del río empezaron a caer las primeras gotas. La tormenta fue arreciando, el viento y la lluvia no me dejaban ver mas allá de donde alcanzaban mis pies. Como siempre, no había hecho caso de los buenos consejos y me había metido de cabeza en un problema.

Pensar en la vuelta era imposible. El estrecho camino se había convertido en una torrentera por la que rodaban piedras pequeñas, hojas y ramas que el viento enfurecido arrancaba de los arboles más débiles.

Seguí avanzando y casi tropiezo con una cabaña de madera en bastante mal estado pero que, en esas circunstancias, representaba mi salvación. Con mucho esfuerzo y varios empujones conseguí abrir la puerta por la que salieron volando algunos pájaros grandes, o lo que fueran. No estaba en condiciones de escoger, tampoco me paré a pensar si quedarían más dentro. La cabaña era mi única opción.

Cuando encendí la linterna llamó mi atención un armario bastante bien conservado, comparándolo con la destrucción que había a su alrededor.

Me instalé lo mejor que pude. Llevaba comida y agua en el equipo, entre mis pocas virtudes se encuentra ser bastante previsora. Antes de meterme en el saco para pasar la noche, quise ver el contenido de ese armario. Me sorprendió mucho ver libros, todas las lejas llenas de ellos, algunos ya amarillentos que habrían sido transportados allí para hacer compañía a otros más jóvenes. Era una buena forma de pasar las tormentas.

Cogí uno al azar y me dispuse a disfrutar de él y del gran bocadillo que me habían preparado en el hostal, dispuesta a que la noche no fuera un rosario de reproches contra mi mala cabeza y mis locuras haciendo las cosas sin pensar.

El libro me interesó desde el principio. Trataba de amores antiguos y prohibidos. Tenía curiosidad por saber cómo lo solucionaba el autor. Al pasar una de las hojas encontré dos campanillas azules, secas, muy juntas y casi pegadas al papel. En esa página se narraba un amor desesperado, incontrolable, apasionado, como yo nunca había sentido. ¿Por qué el lector las puso allí?  La volví a leer pero solo encontré en ella tristeza, soledad, amargura…, todos los adjetivos que para mí no encajan  en la palabra Amor.

No pude evitar que empezaran los remordimientos. ¿Y si él me quería hasta ese extremo? Siempre era yo la que no quería hacer oficial nuestra relación escudándome en no perder mí libertad.

Habría llegado esa noche al hostal y yo no estaría allí esperándole con un gran abrazo. Ese fin de semana había dejado a su familia por mí y no me encontraría. Un reproche tras otro hicieron en mi alma una montaña tan grande como la que me separaba de él.

Esa noche el sueño me castigó negándose a dormir conmigo y ni siquiera fue capaz de “regalarme” una de sus horribles pesadillas.

De madrugada mis sentimientos habían cambiado por completo, o eso creía yo. Mi idea de dejarlo me parecía monstruosa. Me convencí de que le amaba y, como él siempre decía, podíamos ser muy felices juntos. Perder mi libertad ya me daba igual.

Muy de mañana empecé el camino de vuelta. El sol salía majestuoso por detrás de las montañas. El paisaje, limpio después de la lluvia, olía a tierra virgen. Pero yo no apreciaba esa belleza, corría montaña abajo para pedirle perdón y decirle que tenía razón, que no nos separaríamos más.

Llegué casi exhausta. Al preguntar en recepción por él solo me dieron un sobre a mi nombre. Lo abrí con manos temblorosas. Pensé que no había podido venir y me enviaba una carta de amor y de excusa. ¡Qué equivocada estaba! Escuetamente decía: “Tienes razón, siempre la tuviste. Tu libertad es antes que nuestro amor y yo me debo a mi familia. No volveremos a vernos, nos vamos del país, me han ofrecido un buen trabajo y es el momento de soltar lastre y avanzar”.

Yo era la que llegué decidida a cortar con él y me hizo cambiar de opinión la magia de la montaña y las campanillas azules. Iba a ofrecerle desesperada mi amor, sin saber que era solo un lastre.

EL ATARDECER

 

UN ATARDECER

 

Había sido su héroe, toda la vida juntos, él la protegía impedía que los problemas la agobiasen, ella lo veía grande, fuerte, inteligente y con un humor especial rayando en la ironía. Lo había abandonado todo por él, amigos, familia y después de tanto tiempo cuando se le acercaba sentía el mismo cosquilleo en la espalda que al principio.

Pero los años de convivencia destruyen al héroe más fuerte. Él se quejaba a veces: No me puedes tener en un pedestal, le decía, tengo fallos que tú no quieres ver, soy humano, el día que despiertes y me veas como soy, caeré de ese sitio al que me has subido y donde me encuentro incomodo no siendo yo mismo.

Esto recordaba ella  cuando lo veía arrastrar los pies por el pasillo de la casa, vencido por los años y los achaques pero aun con esa expresión en los ojos que le hacía temblar y volver  a los tiempos de su  juventud.

Se dio cuenta entonces  de cuanto lo había querido, no solo al ideal  creado sino  a sus dudas, fracasos y errores porque todo eso también formaba parte de él y pensó que el destino final de todos los héroes es el mismo, deshacerse en la nada, ese es el final de la novela de la vida, pero lo que importa son las páginas de esa novela. Se detuvo un instante para volverla a leer, estaba llena de amor, detalles que le estremecían el alma y entonces  por primera vez vio, mezclado con ellos, la parte negativa de su héroe, luces y sombras como todos tenemos y que  en su empeño por quitar las sombras solo había querido a la mitad de ese hombre maravilloso.

Cuando llegó hasta ella arrastrando los pies, lo abrazó como nunca y el beso interminable fue para el hombre completo.

Él quedo sorprendido y sonrió, dándose cuenta de que, aunque tarde, ella había descubierto lo que deseaba después de tantos años, que amara también sus fallos.

Ya podía mostrarse como era y disfrutarían el tiempo que les quedara siendo ellos mismos.

 

miércoles, 2 de agosto de 2023

LA LLUVIA

 

PAISAJE DESDE LA VENTANA

 

He corrido la cortina para ver llover, con un poco de asombro, esa es la verdad, pues no es normal que en esta bendita tierra llueva tres días y a ratos con fuerza.

No soy yo la única a quien le interesa ver caer la lluvia, solo por puro placer, oír su música dependiendo de donde caigan las gotas. El concierto más cercano me viene del aparato de aire acondicionado que hay fuera de la ventana, donde algunos días se pasean ufanas las palomas. Hoy tampoco ellas han osado salir de sus rincones en los aleros de las fachadas.

Miro la casa de enfrente y entre las sombras del día oscuro, se ven personas disfrutando del espectáculo. El matrimonio del tercero, ya mayores, han salido al balcón y ella estira la mano para que la lluvia se la moje, como cuando era niña,  incrédula y sonriente.

Otra figura que se destaca entre la cortina de agua es la del señor mayor sentado en su silla de ruedas, me lo imagino cansado, harto de los días iguales. Para él, la lluvia ha sido todo un regalo.

Veo una madre con dos niños, detrás de los cristales. La más pequeña se sube en una silla para estar a la altura de su hermano. No han ido al cole. La madre pensara: Maldita lluvia, con la de cosas que tenía que hacer hoy. Nunca llueve a gusto de todos.

El árbol que tengo enfrente no me impide ver una ventana más allá, en la que se aprecian dos figuras, están muy juntas, se besan. Es bonito hacer el amor mientras oyes caer la lluvia, te sientes doblemente protegido, por el techo que has tenido la suerte de conseguir y por los brazos que te rodean, que no te dejaran caer jamás. ¡Cuantas madrugadas de lluvia sin ti!

No hace viento pero las hojas del árbol que tengo enfrente, se mueven como las teclas de un piano tocadas por unos dedos húmedos y suaves, que unas veces las hacen agitarse violentamente, como si tuvieran premura en acabar la melodía y otras simplemente resbalan sobre ellas. Me imagino una orquesta de agua que no tiene partitura definida. Si la gota encuentra la hoja en su camino, habrá sonido, si no pasara entre ellas llegando al suelo hasta posarse encima de otra hoja ya marrón, que el viento de ayer arranco de un soplido. Es el viento del otoño que tira has hojas muertas de los arboles.

A todos nos pasa como a las hojas de ese árbol frente  a mi ventana, recibimos la gracia de la vida en forma de gotas que nos tocan mágicamente y otras veces la fortuna pasa por nuestro lado sin que lo notemos, Hasta que el viento del otoño nos arroje de nuevo a la tierra de donde vinimos.

 

 

 

MILAGROS MARQUEZ