domingo, 18 de julio de 2021

Flores en el jarrón

La despertó un leve movimiento del aire, como un beso que no llegara a posarse  en los labios, pero que se presiente cercano. Lo mismo sintió en las mejillas, en los ojos, en el borde del cuello. Alguien, ella sabía quién, le estaba besando y traía la misma pasión y el cariño de todas las noches. Pero ahora no estaba soñando. Abrió los ojos y en el fondo de la habitación lo vio. Vio el ramo de rosas rojas que había sido la señal para sus encuentros y que ahora anunciaba la unión final, definitiva y eterna.

Sólo un instante se permitió recordar lo que había sido su vida recluida en esa habitación hacía ya tantos años. Pero entonces las ofensas al honor se pagaban así, prisión o muerte, prisión para él y muerte en vida para ella.

Su mente se agarró con fuerza a los tiempos felices, a los largos paseos por el bosque cogidos de la mano por donde circulaba la energía que mueve al mundo pasando de un corazón a otro. Estaban enamorados pero era un amor imposible. Ella la rica heredera y él mozo de las caballerizas.

Salían a montar con frecuencia y el paseo se alargaba más de lo conveniente pero aún nadie sospechaba nada.

Una tarde, tumbados en el prado después de fundirse en cuerpo y alma, idearon un plan por si la vida los separaba. Soñarían el uno con el otro y lo desearían con tanta fuerza que se realizaría el milagro de unir los dos sueños viviendo así en ese otro mundo creado por su fantasía.

Cuando todo se descubrió, a él lo encarcelaron de por vida y a ella la recluyeron en esa casa que fue su calabozo durante muchos años.

Al principio el recuerdo de los momentos tristes, les impedía dejar que la fantasía onírica les guiara noche tras noche a encontrarse en los lugares donde habían sido felices. Cuando lo consiguieron, se sintieron juntos de nuevo, libres y sin temor. Lo peor que podía pasar era que los sacaran bruscamente del sueño, pero los sueños siempre están ahí, al alcance de la mano y pueden retomarse cuando se desean de corazón.

Algunas noches en las que no conseguían soñar juntos, el temor les invadía pensando que el otro hubiera muerto o no recordara la promesa de marchar unidos de este mundo que tan mal les había tratado. Entonces fue cuando soñaron que el primero que se fuera le llevaría al otro un ramo de rosas. Ésa sería la señal para dejar el cuerpo viejo, remontándose por encima de lo material hasta encontrarse.

Por eso sabía que estaba allí. Por fin había pasado el sufrimiento, el martirio de tantos años. Ahora se irían juntos y nada ni nadie volverían a interponerse en su felicidad.

Cogidos de la mano salieron hacia ese mundo de sueños que ellos habían creado.

La goleta

Este año, como todos desde hace tiempo, voy a pasar mis vacaciones (no debería llamarlas así ya que los jubilados disfrutamos de vacaciones continuadas) en un pueblo de la costa, con lugares bonitos para excursiones y también playas de arena fina por las que dejar mis huellas cuando el sol sale por el horizonte para hacerme compañía.

Soy viudo, no tengo hijos y mi compañera se fue demasiado pronto dejándome en la frontera de la nada, ni joven para empezar una nueva vida que no me apetecía, ni mayor para sentarme a contemplar añorante mis recuerdos.

Sigo haciendo las mismas cosas que hacíamos juntos y una de ellas era recorrer el litoral, cada año en una playa distinta.

Las casas de alquiler para poco tiempo suelen ser muy parecidas. Pocos muebles, más bien baratos y feos. Sólo lo imprescindible, sin personalidad, sin recuerdos de anteriores inquilinos, sin ese olor que guardan las casas cuando son habitadas largo tiempo.

Por eso contraté la oferta que vi en Internet y decía así: Matrimonio alquila su casa situada en un pueblo de la costa a 5 km del mar, por tener que viajar a Francia a ver a su hija que ha dado a luz (muchas explicaciones me parecían). Nunca lo hemos hecho. Cuídenla como si fuera suya y, por favor, no toquen nada de la biblioteca. Tiene un gran valor sentimental.

El anuncio les costaría una pasta, muy agobiados debían estar pues se notaba a la legua que el solo pensamiento de que personas ajenas tocaran, usaran y tuvieran sus cosas les parecía poco menos que una violación.

Habían tenido suerte. Por mí no habría problemas, respetaría su voluntad.

El coche me llevó directamente a la puerta (milagros de la tecnología). Lo primero que me sorprendió fue lo bien cuidada que estaba. Tenía un pequeño jardín con muchas flores en jardineras y en maceteros distribuidos elegantemente. Tendría que cuidarlo y eso me gustaba. No más de seis escalones lo separaban de la puerta principal. Era una vivienda unifamiliar, antigua, con clase. El interior tampoco me defraudó. Tapicerías, cortinas y muebles denotaban un gusto exquisito. Allí latía la vida, se podía percibir el olor de otras personas, el cariño por cada uno de los objetos. Su espíritu seguía estando allí aunque ellos estuvieran lejos.

Dejé el poco equipaje en el dormitorio. En un jarrón, sobre una pequeña mesa, se consumían las últimas flores que pusieron antes de irse. Era como un detalle de bienvenida y también como una advertencia: Éste es nuestro hogar, respétalo.

Cada vez estaba más contento con mi elección. Iban a ser unas vacaciones distintas, sentí que la casa me acogía sin recelo.

Al fondo del pasillo había una puerta cerrada, al abrirla no pude contener un ¡Oh! de admiración. Era un lugar mágico. Con las contraventanas entornadas, los pocos rayos de sol que se colaban iban iluminando estanterías llenas de libros, todo muy ordenado y limpio. Una mesa de camilla y dos butacones completaban la decoración que, con la lámpara de pie, formaban un bonito rincón para pasar las tardes de invierno con un libro en la mano.

Al mirar una pequeña estantería que había al lado de la puerta los vi. Eran varias maquetas de barcos antiguos hechos a mano, en madera. Me acerqué para examinarlos con más detalle y quedé fascinado con el que ocupaba un lugar principal. Era una goleta. No le faltaba detalle. Había sido hecha por manos expertas y con mucho cariño. Sus dos mástiles bien erguidos. El más alto, el de mesana, tenía su aparejo formado por las velas áuricas (cangreja y escandalosa) y las de cuchillo (foques y velas de estay), es decir, velas dispuestas en el palo siguiendo la línea de la crujía, de proa a popa en vez de montadas en vergas transversales como las velas cuadradas.

Para un antiguo marino como yo, enamorado del mar, encontrar un tesoro así en una casa de alquiler rayaba en lo impensable. Pero ahí estaba.

El timón manejable a la popa con su pala que se supone sumergida. Una pequeña ancla unida por la soga al cabrestante que giraría dócilmente al sumergirse ésta en el agua. Pero aún tenía más detalles, Las velas muy blancas y proporcionadas, le daban un toque de elegancia y categoría a la maravillosa goleta.

Las puertas que daban paso a las bodegas y a los camarotes, colocadas sobre pequeñas elevaciones horizontales, se desplazaban dejando al descubierto unas pequeñas escaleras de las que colgaban sendos faroles que se encendían al abrirlas.

No sé cuánto tiempo permanecí extasiado mirándola. Tenía que conocer a los dueños de la casa y darles las gracias por los días que me habían dejado disfrutar de su hogar y de todas esas maravillas.

Cuando se cumplió el tiempo de mi alquiler me trasladé a la pensión del pueblo. Tenía que conocerlo, que me enseñara su arte, le pagaría por ello, no me importaba quedarme, alquilaría allí una casa y pasaría el invierno. No había nada que me atara a otro lugar y allí había encontrado lo que buscaba desde hacia tiempo, una nueva ilusión en la que emplear lo que me quedara de vida

Todas las mañanas pasaba por la puerta de aquella casa mágica que fue mía por un tiempo, buscando en las ventanas signos de vida dentro.

Un día lo vi salir. Tendría más o menos mi edad. Me acerqué a presentarle mis respetos comunicándole la idea de quedarme si él me aceptaba como alumno. Me di cuenta, después de las presentaciones, que solamente hablaba yo, comentando lo bien que había estado en la casa y sobre todo alabando los barcos de madera. Él escuchaba con una sonrisa tímida, como el que recibe felicitaciones que no merece.

Cuando terminé de expresarle todo mi entusiasmo, sonrió divertido y me dijo: Está usted en un error, yo no entiendo nada de barcos. Ésos y muchos más que va regalando a los amigos son obra de mi mujer. Su padre era marino y ella también lo hubiera sido de haber nacido en esta época. Entonces enfocó su pasión por la construcción de maquetas de barcos antiguos con los que ha ganado varios premios, el más importante fue precisamente la goleta. Pero ella no está aquí. Yo sólo he venido a darle una vuelta a la casa y a ver cómo se había portado nuestro inquilino y le felicito de corazón pues todo está como lo dejamos.

Yo vuelvo a Francia donde pasaremos todavía una larga temporada. Si tuviéramos necesidad de alquilarla de nuevo no lo dude, usted sería el elegido.

Nos despedimos amigablemente. El verano no fue baldío. Disfruté de una hermosa casa y había encontrado algo que despertó mis ganas de volver a vivir, no dejarme arrastrar hacia la nada como estaba haciendo, sin ilusiones, sólo viendo pasar los días. Quería trabajar la madera y llegar a hacer barcos  como los que me acompañaron durante estas vacaciones.