sábado, 25 de diciembre de 2021

 

   EL CORAZÓN HELADO

 

¿Cómo se puede seguir viviendo con el corazón helado? Por dentro no siento nada. Los sentimientos, los deseos, los afectos se quedaron ahí congelados. Hacia fuera todo es fingido, mentiras, hipocresía a la que me aferro con todas mis fuerzas para seguir viviendo, para que no lo noten. Todo sigue rodando quiera yo o no, empujándome, sintiendo que tengo que aprovechar hasta el último segundo porque yo también voy a morir, tengo que dejar de mirar al pasado, pero, ¿Cómo se puede conseguir eso cuando te han tenido engañada casi 40 años?

Era el mejor amante, el mejor amigo y compañero, un hombre sensible sin dobleces, eso creía yo, hasta aquella maldita tarde en la que con lágrimas y con el corazón desbocado lleno de cariño, abrí su armario, no había podido hacerlo desde el día de su entierro. Me rodeé de su ropa, la besé, la abracé, aun olía a él. Todos me decían que me deshiciera de sus cosas, pero no pude. Pasé horas perdida rodeada de ese montón de ropa tan querida, con recuerdos cada vez más vivos que me dejaban el corazón roto.

Al coger una de sus chaquetas, busqué en los bolsillos, muchas veces me dejaba en ellos mensajes de amor. No debía de haberlo hecho, había muerto y todo había muerto con él, sus cosas, su ropa, me resistí a ello y lo pagaré mientras viva.

Encontré una carta dirigida a mí, la abrí con ansiedad, estaba fechada días antes del accidente.

Decía que se iba, que me abandonaba, que lo sentía porque había sido una buena “compañera” pero que hacía mucho tiempo compartía sus “otros pedazos de vida” con una mujer a la que amaba con locura, como nunca me había amado a mí y ya no soportaba seguir fingiendo más.

Seguramente le faltó valor para entregármela. La pensaría dejar, como tantas veces los mensajes de amor ardientes, en la mesilla y cuando yo la leyera ya estaría lejos. ¡¡¡Cobarde!!! No tuvo el valor de dar la cara, me había hecho demasiado daño y sabía que no le perdonaría.

La vida no cuenta con tu idea del tiempo y aquel camión se lo llevó por delante sin importarle cuantas personas podrían sufrir por ello.

Allí, rodeada de sus cosas, pasé mucho tiempo pensando lo que debía hacer y decidí no hablar, no hacer más daño, guardaría el secreto aunque tuviera que vivir con el corazón helado.

 

 

 

 

LOS PACIENTES DEL Dr. GARCIA

 

En la puerta del primer piso de aquel pueblo perdido entre montañas, solo ponía Dr. García, en una placa de metal ovalada que le daba gran prestancia a la puerta bastante deteriorada por el paso del tiempo y los pocos arreglos.

El hubiera preferido un bajo, para comodidad de sus pacientes, pero en el pueblo todos estaban ocupados por negocios familiares. Precisamente en su bajo había una panadería que le daba un calorcito muy agradable en las noches frías pero también bastantes disgustos con los propietarios a causa de sus pacientes.

El Dr. García terminó la carrera pronto y, como es natural, empezó a ejercer con una gran ilusión hasta que una mala experiencia con un paciente enfurecido, que le dio una terrible patada en “salva sea la parte”, lo dejó traumatizado y algo más por muchos años.

Como he dicho, con los vecinos del bajo todo eran problemas. Se quejaban de los ruidos y el jaleo que armaban los pacientes por la escalera y no solo ellos, también sus acompañantes hablándoles a gritos y de forma soez, parecía mentira que los tuvieran a su cargo y nadie les reprendiera su conducta.

Los panaderos también murmuraban de lo poco aseados  que iban los pacientes, el mal olor se metía por las rendijas y temían que estropeara el pan, también estaba  la suciedad que dejaban en la escalera y que el Dr. García, presuroso, limpiaba.

Venían a llamarlo a cualquier hora del día o de la noche, solo estaba él para atenderlos en muchas millas a la redonda. Entonces era mucho peor, tenía que desplazarse hasta donde ellos estaban y los pacientes, al estar en su hábitat, eran aun más agresivos.

El pobre Dr. García era de baja estatura y redondo como un tonelito, eso le dificultaba algunas veces llegar al sitio donde tenían el mal sus pacientes, en esos casos se subía a un taburete, con lo cual perdía mucho su imagen y su dignidad. Un día, uno de ellos le dio un golpe seco al escabel cayendo el pobre Dr. al suelo y dándose un buen coscorrón, todo esto en medio de las risas y chuflas del acompañante.

Fue entonces cuando tomó la decisión. Debajo de la placa de metal que había en la puerta puso el siguiente letrero: Solo se pasará consulta a los pacientes que midan menos de medio metro.

La clientela descendió de tal manera que tuvo que trasladarse a probar suerte en otro pueblo.

Ah, se me había olvidado decir que el Dr. García era Veterinario.

 

 

 

 

 

jueves, 25 de noviembre de 2021

 

LOS BLANCOS. UN PUEBLO OLVIDADO.

Aquella madrugada hacía frio en ese rincón perdido en la sierra de Albarracín, a pesar de ser finales de agosto. Allí el invierno se dejaba notar pronto, la niebla siempre por debajo de las cumbres y el viento del Moncayo sin dar tregua.

El autobús pasaba  una vez a la semana, pero durante el invierno con la nieve decorando  el paisaje y la carretera convertida en una mera ilusión, el pueblo quedaba aislado hasta la primavera.

Esa mañana, cuando el viento arrancaba los retazos de niebla, como si de una cortina se tratara, podía apreciarse  en la parada la figura de una joven aferrada a su maleta. Por la fuerza con la que la asía, daba la impresión de que ella era todo lo que quedaba de su antigua vida. Ya no la unía nada  a esas montañas a pesar de tener sus raíces hundidas en la tierra durante muchas generaciones.

Para poder estudiar había tenido que irse interna a un colegio de la ciudad, después vino la universidad, terminó Magisterio y sacó la oposición. Se acostumbró a vivir rodeada de gente y el pueblo de las montañas se le quedó pequeño.

Sus padres no llegaron a ver el fruto de su sacrificio, verse privados de su hija en la infancia y sobre todo en la adolescencia, cuando eran ya mayores y la necesitaban a su lado. Pensaban irse con ella a un pueblo del sur, con sol brillante y mar, para disfrutar de su bien merecida jubilación, pero no pudo ser.

Ese verano había cerrado su casa, no sabía si algún día volvería. Se llevaba pocos recuerdos materiales, pero muchas vivencias y sobre todo el amor de sus padres.

Ahora volaría hacia el sur, como esos pájaros que veía atravesar las nubes y perderse por  las nevadas montañas. Quería vida, gente, nuevos amigos. Y pensó que todo eso se lo podía dar la región de Murcia.

En la toma de posesión de la escuela la nombraron maestra de un pueblo llamado Los Blancos. No lo encontró en el mapa, su referencia era una ciudad, centro de la minería en la región, llamada La Unión. Allí conoció a otro joven maestro, destinado al Llano del Beal , otro pueblecito de la zona. Este chico era de la ciudad, según decía, mas “bonita del Mediterráneo”, mirando al mar durante más de 2000 años, Cartagena.

Se cayeron bien y se ofreció como guía para enseñarle la comarca. Le buscó una pensión no muy cara cerca del puerto, todo rodeado de montañas del que se enamoró solo con verlo.

Salía desde Cartagena un tren de vía estrecha con locomotora de carbón y en él se fue a su primer destino.

 El paisaje le sorprendió, apenas había arboles ni verde en aquellas montañas mordidas por la mano del hombre. Era todo tan diferente, tan duro. Así sería el temple de aquellos, capaces de ser enterrados vivos, en el fondo de una mina durante horas, para ganarse un jornal.

 Descubrió en esas montañas todas las tonalidades de marrones y rojizos, que se entremezclaban dándole al paisaje una belleza singular.

Tuvo la suerte de que a su lado se sentara una señora muy amable, que al ver su expresión de asombro, se dirigió a ella para comentarle lo que veían a través de la pequeña ventanilla. Algunas de esas montañas no eran tales, sino terreras, residuos que sacaban de las minas y eran llevados allí en camiones, por estrechas carreteras, muchas veces jugándose la vida.

Vio una montaña cortada a tajos, “El cabezo rajao” le decían. Había sido explotada a pico por miles de esclavos en tiempos de los romanos, para sacar de sus entrañas la riqueza de los minerales que encerraba.

El tren hizo una parada en La Unión y vio de lejos un magnífico edificio que le llamaban El mercado. Dedicaría  algún tiempo a conocer esa ciudad, sus edificios, sus rincones interesantes y a sus gentes.

La siguiente parada fue muy curiosa. Dos pueblos separados por la vía del tren. Si vivías en un lado eras del Llano y si en el otro, pertenecías a los habitantes del Estrecho de San Ginés, según su vecina de asiento, patrón de Cartagena. Eso sí, tenían una sola estación para los dos, allí se apeó la señora, no sin antes ofrecerle su casa y  prometerle alguna visita pues eran pocos los kilómetros que faltaban para Los Blancos y se podían hacer a pie.

Al llegar a su destino vio que solo había un apeadero, pues el tren seguía hasta un pequeño pueblo de pescadores, donde algunas familias de la zona, pasaban los meses de más calor, llamado Los Nietos

 La mañana era calurosa, sin nubes, un sol brillante la iluminaba. Desde el altozano en que se encontraba el pueblo se veía el mar. Un mar sin olas y muy azul, separado del Mediterráneo por una barrera natural. Parecía un cristal en el que se reflejara el cielo. Hacia el este, el cabo de Palos. Su mirada se detuvo en unas ruinas, cerca de la carretera, en lo que parecía haber sido un monasterio.

De camino a la escuela, fue recogiendo flores silvestres para adornar  la clase. Estaba nerviosa, todo era nuevo, empezando por el clima, ya le sobraba la rebeca, que se echó sobre los hombros. El pueblo tendría a lo sumo unas 20 casas. Cuando fue acercándose salieron a recibirla mujeres y niños y algunos hombres jóvenes aun, que no podían trabajar por estar afectados de silicosis, enfermedad que según le dijeron estaba producida por el polvo del mineral y que afectaba a los pulmones.

Todos estaban contentos, deseosos de agradar a la maestra. Contó 15 niños que corrían alborozados a su alrededor. Eran gente sencilla, con rostros ajados por el sol y el trabajo. La llevaron a la escuela. Allí habían  preparado un pequeño desayuno que disfrutaron  todos. Ese día no hubo clase, se dedicó a hablar con las familias y a ordenar un poco todo aquello.

 Esa tarde había quedado con el compañero del Llano para cambiar impresiones sobre el primer día. Con él, quería conocer Cartagena, La Unión y la sierra. Le agradaba mucho y en su compañía no se sentía tan sola

Pasaron los días, cada vez estaba más contenta de su suerte, Los atardeceres eran magníficos. Hacia poniente estaban las montañas y cuando el sol caía sobre ellas, centelleaban como miles de cristales, entonces  todos los colores marrones, ocres, rojizos y hasta grises, se hacían más intensos. Era grandioso aquel paisaje y aterrador al mismo tiempo. Tanta belleza en la superficie y a muchos metros bajo tierra, otros hombres andaban en la semioscuridad que daban las lámparas de carburo, arrancando el mineral, con barrenos, picos y una cadena de vagonetas que transitaban por raíles cada vez más profundos.

El domingo que quedaron para recorrer los alrededores de La Unión, se bajaron del tren en un apeadero llamado La Esperanza. La riqueza de la zona había sido la Galena Argentífera, mineral del que se sacaba el plomo y la plata. Desde los romanos, se habían hecho negocios con ellos. También la Blenda se daba bien por esas tierras, extrayendo grandes cantidades de Zinc.

Se dieron cuenta de que la minería tradicional había dejado de ser importante, pues se veían muchas minas abandonadas, con su castillete en ruinas.

Fueron a desayunar a un bar de los alrededores y el dueño les comentó que había nuevos métodos para extraer de los estériles acumulados los preciados minerales, siendo más rentables que la minería tradicional.

Otro día visitarían la cantera Emilia y Portman. El Portus Magnun de los romanos, por donde sacaban la plata en barcos para financiar con ella las legiones del imperio.

El tiempo en la escuela transcurría sin sobresaltos, los niños eran buenos y se aplicaban con interés en todo lo que aquella maestra joven les enseñaba.

Hasta que un día llego una noticia que conmociono a todos los vecinos. Era una orden por la que debían trasladarse al Estrecho de San Ginés, allí les darían casas nuevas porque debajo de su pueblo y adentrándose, según decían, en el Mar Menor, habían encontrado una buena veta de mineral, que se iba a explotar para riqueza “de todos”.

Pues allá se fueron los vecinos y la maestra. Este era un pueblo más grande, con una iglesia a la que se accedía por medio de una escalinata. En él había ya dos maestros y como siempre pasa, a ella le tocaron los más pequeños por ser la última en llegar. Estaba contenta a medio día podía dar paseos con el compañero del Llano

El día que fueron a ver Portman, quedaron desolados. Lo que había sido un gran puerto y una bonita playa, era ahora un fangal de estériles causados por un lavadero de mineral llamado” Roberto”. ¿Cómo habían podido ser las autoridades tan inconscientes? ¿Por que habían dejado perder tanta belleza? ¿Volvería algún día a ser como se veía en las fotos que le enseñaron los vecinos?

Todo iba bien en la nueva escuela, pero a ese curso aun le quedaba un suceso más que trastorno la vida de todos los maestros de la zona. Por fin se iba a cambiar el viejo tren de carbón por un “Automotor”, así lo llamaban, que haría el mismo trayecto. Hasta aquí todo bien, estupendo, ya era hora de que jubilaran a la pobre maquina que al subir la cuesta de la Esperanza, casi no podía y los jóvenes se bajaban para ir andando a su lado, hasta que el maquinista gritaba “Los maestros que suban”.

Bueno, a lo que iba, no llevaba funcionando  ni 15 días, cuando al nuevo tren se le rompió una pieza y tardó en llegar más de tres meses. Ya no tenían medio para llegar a las escuelas de la zona. Pero los jóvenes buscaron otra alternativa. En autobús hasta La Unión, después andando hasta la Venta del descargador donde esperaban que pasara el médico del Llano, algún dueño de minas con coche y chofer, o incluso y lo más frecuente, los camiones de mineral. Los camioneros siempre paraban, eran gente entrañable, buena de verdad, les daba pena ver a los jóvenes  sin poder llegar a su trabajo y andando por la sierra en los meses más fríos, pues el “Automotor” se rompió de Navidad a Semana Santa. Todo un reto.

Otro domingo lo dedicaron a ver los edificios que habían construido en Cartagena, algunos de los mineros a los que le sonrió la fortuna. Eran todos de estilo modernista y a cual más soberbio.

Como le costaba a la joven creer que esos edificios los hubieran mandado construir los mineros ricos, la llevo a la puerta de uno situado en la calle Mayor y vio tallados en madera, como si de una filigrana se tratara, los instrumentos que usaban  en su trabajo.

Haciendo turismo y enseñando a sus alumnos acabaron el curso y al año siguiente, volvieron a pedir los mismos destinos. Se quedarían en la zona,

No paso mucho tiempo, sin que sonaran campanas de boda, era lo natural, solo les separaba “Una vía”.

Al final la veta de Los Blancos no llego a explotarse, solo quedan las ruinas de algunas casas y los recuerdos en la memoria de aquella joven maestra y sus 15 alumnos.

Ellos contarían todo esto a sus hijos y así Los Blancos, no sería “Un  pueblo olvidado”

 

jueves, 18 de noviembre de 2021

 

            EL ESPEJO

 

Tengo 40 años, un buen trabajo y en mis pocos ratos libres colaboro con una ONG llamada “Niñas de África”. Estoy muy comprometido con ella, me duele pensar que muchas de esas niñas no llegaran a ser mujeres libres y completas.

Tengo una insatisfacción permanente que no me deja disfrutar de los pocos momentos buenos  que nos da la vida, por eso pongo todo mi esfuerzo en ayudar a los demás para intentar llenar ese vacío que siento.

Esta mañana  me ha ocurrido una cosa muy extraña, la imagen que se reflejaba en el espejo no era la mía, en él había la cara de una señora, que por su peinado y ropa no era de este tiempo, haciendo los mismos gestos que yo. Ella era mi espejo. Me pareció bella, sus ojos reflejaban tristeza y sus labios, finos y elegantes, cierta determinación.

Me sorprendió pero no sentí temor. Había en ella, en su rostro, en sus maneras, algo familiar  que me atraía y hacia vibrar fibras muy sensibles en mi interior.

 Busque otros espejos  y allí estaba ella. Yendo al trabajo me miraba con disimulo en los cristales de los comercios y seguía allí, ahora todo su cuerpo repetía mis movimientos, mis gestos, mi andar. Su imagen era tranquilizadora y pensé, por fin  tengo una amiga que no me abandona.

Al volver a casa cené rápido, le di las buenas noches a mi espejo y caí en un profundo sueño.  Me desperté sobresaltado, alguien había pronunciado en voz alta un nombre de mujer  que me era familiar. En la butaca al lado de mi cama estaba ella, mi espejo.

Entonces habló: Te has preguntado ¿Por qué no sientes temor  ante mi presencia? Eso que se ha removido dentro de tí al verme ¿Sabes ya lo que es?

Si, ahora lo ves claro ¿Verdad? Ya has entendido que soy tú, en una vida pasada.

Has tenido, como todos, muchas vidas y aunque no nos acordemos después, siempre dejamos un rastro, un poso de lo que hemos sido y tú en tus otras vidas has sido una mujer, esa es la causa de tu desazón. En esta se ha producido un error que tienes que asumir o corregir.

Puede que desde el principio todo haya sido un sueño, pero ha llegado la hora de afrontarlo y actuar.

 

 

miércoles, 10 de noviembre de 2021

 

LA PARTIDA DE AJEDREZ                      (Microrelato)

 

Su vida era solitaria, triste, aburrida. Para no caer otra vez en problemas antiguos, pensó organizar todos los jueves una partida de ajedrez y fue una buena idea. Ya hacía años que se jugaban y siempre ganaba. No sabía cómo, pero le venía a la mente el movimiento de su contrario. Esa tarde no. Había perdido su intuición, ya no era suficiente cambiar de sitio y de sombrero en cada movimiento para adivinarlo. Si no ganaba, las partidas habrían perdido su encanto. De pronto se dio cuenta de que la silla de enfrente estaba vacía. ¿Entonces con quien había estado jugando todos estos años?

jueves, 4 de noviembre de 2021

ERROR FATAL

 

Aquella tarde paseaba como siempre ausente del mundo que se movía bullicioso a su alrededor. Era un hombre solitario, sin familia, ya rondando los 50 , con mal carácter y  poca empatía. Se sentía frenado por su gran fobia: El miedo a la oscuridad.

Durante el paseo un repartidor de publicidad le ofreció un folleto, lo cogió sin mirar y al no encontrar una papelera cerca, lo guardo en el bolsillo. Al llegar a casa  antes de tirarlo a la basura lo leyó por curiosidad. Se ofrecía un nombre y una dirección para quitar, en pocas sesiones miedos, fobias, manías etc...

Se paso la noche dudando. Era un barrio lejos del suyo, allí no le conocería nadie. ¿Qué podía pasar? ¿Qué no le gustara la sesión? Pues pagaría y nada más, pero ¿Y si podía desprenderse de esa losa que le asfixiaba desde niño?

Se echó al bolsillo la linterna que siempre llevaba y pilas de repuesto por si acaso.

Cuando llego a la dirección era casi de noche y estaba empezando a chispear. El edificio le pareció viejo, pero con solera, una de esas construcciones antiguas que se mantienen en pie de milagro. No encontró a nadie cerca para preguntar, se armo de valor empujo la puerta y entró. Encendió su linterna buscando un interruptor, no lo encontró y dando una batida de luz creyó estar en un zaguán del que partían unas majestuosas escaleras, de pronto, una ráfaga de viento cerró la puerta de golpe, intento abrirla pero estaba encajada, empezó a sentir pánico, esperaría a que  alguien entrara, pero fue pasando el tiempo, la luz de la linterna se fue debilitando, menos mal que llevaba las pilas, las cambiaria ya. Por las rendijas de la puerta entraba la amarillenta luz de los rayos, la tormenta arreciaba.

Estaba muy nervioso, las manos le temblaban y pasó lo peor que podía ocurrir, las pilas se le resbalaron y cayeron al suelo rodando hasta una baldosa mal encajada, perdiéndose allí.

Se apagó la linterna, el pánico se hizo más intenso, empezó a gritar y a dar golpes en las paredes sin resultado. Muerto de miedo se acurruco llorando en una esquina como cuando era un niño.

Con la luz de los rayos descubrió unas figuras rodeadas de un halo verde, que se acercaban muy despacio, con curiosidad, susurrando entre ellas. Se movían pero parecía que nunca iban a llegar, con lo que la agonía era aún mayor. Al fin creyó entender algo, una de las sombras decía: Hemos vivido aquí muchos años, ya es hora de irse, pero este no es de los nuestros, ¡Hay que echarlo! Todas las sombras se abalanzaron sobre él.

Los gritos, la oscuridad, la tormenta, el corazón desbocado…

Mientras, en la imprenta del barrio un hombre gritaba pidiendo ver al jefe, habían equivocado la dirección, esos anuncios repartidos por toda la ciudad estaban mal, sería su ruina, tenían que devolverle el dinero mas una indemnización por los clientes que hubiera perdido.

Cuando en los días siguientes acabó la demolición del edificio cuya dirección figuraba en el anuncio, encontraron entre los escombros el cadáver de un hombre con la cara distorsionada por una mueca de terror más allá de este mundo.

 

 

 

  

lunes, 1 de noviembre de 2021

Y EL OTOÑO LLEGO

 

Las hojas corren enloquecidas por las calles a merced del viento que sople. Sin darnos cuenta también nosotros nos dejamos llevar esperando al final una recompensa y no un sumidero negro.

Seguía sin tener noticias suyas, ha pasado más de un año que se fue a un corto viaje, según él. Yo le creí, porque estaba demasiado enamorada para darme cuenta de lo que ocurría.

Me dejó parte de su ropa  y algunos objetos personales, iban a ser solo unos días, me dijo, también me dejo “tiritando” las tarjetas de crédito, los ahorros que con tanto esfuerzo, peseta a peseta y luego euro a euro, fui guardando para mi vejez.

Ahora pienso que fue solo un capricho otoñal por mi parte, por la suya no puedo o no quiero definirlo.

Llegó a mi vida cuando estaba pasando un mal momento. Me dio amparo, comprensión , cariño, todo lo que se necesita  a cierta edad cuando crees que el aire se te escapa, que no vas a tener otra oportunidad de dar todo lo que llevas dentro, de vivir a tope como cuando eras joven.

Él me lo dio. Bien pagado está.

  

jueves, 21 de octubre de 2021

NEGAR LA REALIDAD

 Escena para dos actrices, madre e hija.

Descripción de la escena. La madre de mediana edad, sentada en una mecedora haciendo punto o leyendo. La hija joven aun, mirando por una ventana ¾ al público. En la escena se respira tensión.

Música suave que va desapareciendo conforme la discusión aumenta su volumen.

____MADRE (con voz desagradable) Luisa ¿Qué haces hay parada? Tienes la cabeza llena de pájaros. Eres igual que tu padre, que en gloria este. (Hace la señal de la cruz) Anda deja de vaguear y ve a la compra que luego se te hace tarde para preparar la comida.

___Hija (Con voz pausada, mirándola) No madre, no. Esto se acabó. Vas a tener que levantarte y hacerte tú las cosas. Ya me has tenido esclavizada demasiado tiempo.

---MADRE: Sabes que desde el escándalo de tu padre, no tengo fuerzas para hacer nada.¡ Aquellas injurias! ¡Aquellas calumnias! Porque todo fueron calumnias, acabaron con él y a mí me dejaron…

___HIJA (Sin dejarla terminar se vuelve hacia ella) Demasiado bien sabes que no fueron calumnias ¡Deja ya de vivir en tu mundo de fantasía y afronta de una vez por todas la realidad.

___MADRE ¡No sigas mala hija! Tú también estabas contra él. Creíste las habladurías esas de que se había enamorado de su compañero de trabajo y habían decidido irse a vivir juntos. (Se levanta y le amenaza con el dedo). Pues has de saber que tu padre era muy hombre, si lo sabré yo (Suspira) Entre todos le arruinasteis la vida y por eso se suicido.

___HIJA: No es cierto. Yo os oía discutir todas las noches desde mi cuarto. Oía tu voz melosa, suplicante, sus negativas y a continuación tus insultos subidos de tono, humillándolo, sin importarte que os estuviera oyendo. No se me olvidara nunca la noche que vino a mi habitación llorando como un niño, porque tú te negabas a darle la libertad, no por cariño si no por miedo al escándalo, siempre has fingido vivir feliz en una familia maravillosa y no querías o no podías enfrentarte a las miradas, los cuchicheos, la maledicencia de la gente que vive más en las vidas ajenas que en la suya propia. (Se acerca a ella y le coge las manos con cariño) Mama salgamos a la calle las dos juntas con la cabeza alta, toda la culpa no fue tuya, papa era débil, no debía haber necesitado tu autorización para rehacer su vida.

___MADRE: (más calmada y mirando a su hija a los ojos) Nunca pensé que me hablarías así, pero tienes razón, ahora necesito tiempo para reorganizar la mia.  Gracias por hacerme ver que la culpa no se quita escondiéndose, ni negando la realidad. (Se abrazan)

Cae el telón

 

 

 

Autora: Milagros Márquez

 

 


 

LA SESIÓN DE FOTOS

 

Aquella mañana fuimos a la sesión de fotos mis compañeros y yo, sin saber lo que nos esperaba.

Mi agente siempre me avisa para ensayar las poses adecuadas, pero cuando hablé con él por teléfono no me dijo nada, le noté un cierto tonillo de sorna pero como siempre está de broma no le di mayor importancia. Pagaban bien y solo era una sesión a sí que me dispuse a ir a la mañana siguiente.

Soy modelo profesional y muy cotizado. Mi apostura ante las cámaras era fantástica, aparte de mi cara, mi cuerpo y mi perfil griego. En fin no son flores que yo me pongo, sino lo que comentaban todos los que veían mis anuncios repartidos por la ciudad.

Pero sigamos con aquel día nefasto.

Al llegar mis compañeros y yo al estudio lo encontramos lleno de máscaras a cual más horrible.

El “trabajo” era para la defensa de un mar en el que los peces se morían. Nos dijeron que escogiéramos una con la que nos sintiéramos cómodos, todas eran horribles, además tenía que tapar mi cara ¿Qué gestos se podían apreciar detrás de esas monstruosidades?

Escogí una cuyo nombre era Caballito de Mar, no tenía ni idea de cómo era ese animal, me gusta la equitación y pensé que sería la adecuada.

Las máscaras estaban aún frescas, pero era urgente la sesión de fotos pues tenían que proyectarse en una manifestación que se haría en pocos días. La noté un poco “pegajosa” pero se adhería bien a mi cara, dentro de lo feo que era todo, por lo menos estaría cómodo.

Los organizadores nos indicaron algunos movimientos a cual más ridículo.

Fue todo largo, tedioso, sin nada de glamur.

Cuando intenté quitármela, aquello no se podía despegar. Fue horrible, tuve que ir al hospital y me destrozaron la cara. He tenido que someterme a varias operaciones, pero no soy el mismo de antes.

Mientras me recuperaba empecé a interesarme por ese Mar y esos peces primero con rabia pero al profundizar más en ello, les fui tomando cariño. Me di cuenta de cómo habían sido maltratados y me uní a la causa de su defensa, aún no era demasiado tarde.

La máscara del Caballito de Mar, acabo con mi orgullo y se lo agradezco. Ahora soy mucho mejor persona.

 

 

 

 

 

 

lunes, 18 de octubre de 2021

 

LOS MIEDOS

                                                        

Me gusta pasear con mi perro por las ciudades del amanecer. Son silenciosas, solitarias y hasta creo que inocentes, aún el día no ha volcado en ella las pasiones con las que convive. Estos paseos ahuyentan mis miedos nocturnos.

Hay días en que revolotean a mí alrededor unos malditos pájaros negros. Siento que son remordimientos, frustraciones y esos miedos que yo creía dejar atrás.

Aquella mañana al avanzar por la calle solitaria me sorprendió no verlos, miré al cielo y no había ninguno, pero ese cielo se reflejaba en un pequeño charco en el que sí volaban libres. Todo lo negativo que había tenido mi vida quedó atrapado en aquel charco junto a los pájaros negros aleteando en la ciudad hundida.

Estaba salvado. Seguí mi camino tranquilo, el pasado quedaba atrás.

 

 

 

 

Portada de la novela Vencejos

domingo, 26 de septiembre de 2021

EL PUZLE

 

Siempre recordaré como algo misterioso que me produjo un miedo inexplicable y una gran desazón, la tarde que me adentre en el bosque.

Me gusta pintar, siempre llevo los materiales necesarios para poder hacer un esbozo de alguna escena interesante, por ejemplo, los distintos colores de la luz  oscilando al atravesar las ramas de los arboles movidas por el viento, las aguas de un lago quieto, algún animal sorprendido en su hábitat etc...  Nunca tengo pensado lo que voy a pintar, me gusta dejarme llevar por los paisajes que se presentan ante mis ojos.

Esa tarde fue distinta, empezó de forma extraña, el sol se perdió antes de tiempo, no había sonidos todo era quietud, demasiada me parecía a mí. Una neblina ascendía del suelo negándome incluso ver donde ponía los pies. Ahora al recordarlo siento que sí había un sonido, no sabría explicarlo, era como si los componentes de una orquesta no tocaran el instrumento que tenían entre las manos, de un violín salía el sonido del piano o el de un oboe. Todo era confuso, suave y ligero como la pequeña brisa que hacía ascender la niebla.

Estuve tentado de darme la vuelta y encontrar el  maldito sendero que había ido desapareciendo conforme mis pasos avanzaban.

Un pájaro se puso a aletear delante de mí, acercándose y alejándose, como queriendo indicarme un camino. La curiosidad pudo más que la prudencia y le seguí.

Se paró en la chimenea de una cabaña que tenía las luces encendidas. Lo que vi parecía ser una escena tranquila, pero en mí produjo un efecto aterrador, quería salir huyendo pero los pies no me respondían. Había una anciana de espaldas a la ventana, mirando un gran puzle colgado en la pared al que le faltaban piezas. Solo caras componían el gran mural y en la mano llevaba una que volvió hacia la ventana. ¡¡Era mi cara!!

Sentí un terror infinito. ¿Quien era esa anciana? ¿Por qué tenía una pieza con mi cara?

Corrí despavorido, tropezando, cayendo al barro en el que la niebla había convertido la tierra, las ramas me fustigaban como látigos sin dueño, por fin llegue al camino y poco a poco me fui calmando.  Ya más tranquilo pensé que  no podía ser mi cara, estaba nervioso y demasiado impresionado por el entorno. Con los años fui olvidando aquella horrible tarde.

Una noche en la que venía demasiado cansado del trabajo, me acosté pronto y al intentar dormir volvieron a mi mente aquellos sucesos que yo creía olvidados, pasaban ante mis ojos como si de una película se tratase, allí estaba todo lo que vi y sentí entonces sin que faltara ningún detalle.

Pero una cosa cambio, la anciana se volvió hacia mí, su cara tenía una expresión serena, era como si me conociera de toda la vida.

Entonces hablo:

Me conoces, me viste aquella tarde en la cabaña del bosque, saliste corriendo al ver que la pieza del puzle tenia tu cara. No tenias porque haber huido, no era aun tu hora. Nadie puede venir conmigo ni un segundo antes. ¿Ves el puzle? Ya solo hay un hueco y ese sí es para tu cara.

 

 

 


jueves, 26 de agosto de 2021

Ilusión vana

Tenía un buen negocio heredado de sus padres. La relojería más próspera y antigua de la ciudad. Eran varias las generaciones que la habían hecho crecer y él siguió sus pasos. Su pasión por el tiempo le hacía sentir que, al manejar los relojes, tenía dominio sobre él.

Un día pensó acoplarle a uno de los últimos modelos una cámara de cine. Sincronizando los dos aparatos podría ir a cualquier tiempo pasado, viendo imágenes en movimiento de esos momentos. No le interesaban solo los buenos momentos sino cualquier situación buena o mala que hubiese vivido.

Le costó años conseguir su propósito ¡pero allí estaba su invento! Disfrutaba de él como un niño con un juguete nuevo. Siempre mirando al pasado, no disfrutaba del presente que estaba a su alcance. Esperaba a que fuese pasado para incluirlo en su “máquina del tiempo” como él la llamaba.

Su vida era tranquila y monótona, solo alterada por las partidas de dominó de los sábados y las tertulias en el casino los miércoles en la que, como siempre, sacaba alguna noticia relacionada con su obsesión: el control del  tiempo.

Soltero, sin hijos, pasados los 50, no deseaba ya nada, le parecía que todo estaba ordenado meticulosamente a su alrededor. El caos le aterraba, el tiempo era limpio y pasaba sin importarle nada las vidas de quienes controlaba.

Un día pensó: si le pongo a mi maquina imágenes del futuro allí estaré y podré verme pasados los años. Todo era, a su edad, lo suficientemente previsible para que nada  pudiera alterar su vida. Pondría en la cinta momentos buenos, parecidos a los que había vivido, y también otros no tan buenos, que había sabido superar gracias a su trabajo.

Cambiaría de aspecto. Se pondría canas, arrugas, bolsas bajo los ojos etc. Todo lo que se imaginaba que vendría con los años. Su gusto por el teatro le ayudaría a encontrar los mejores disfraces.

Una noche se desató una gran tormenta. El cielo se abrió como si volvieran los diluvios antiguos, las calles se convirtieron en torrentes y entró el agua en casas y bajos. La destrucción fue enorme.

De madrugada se armó de valor a pesar de que la tormenta todavía hacía en el suelo ríos de agua sucia y arrastraba todo lo que se interponía en su camino. Quería llegar a la tienda para salvar “su máquina”. Lo demás no le importaba. El seguro pagaría.

El agua le llegaba a las rodillas y hacía trabajoso avanzar, pero su determinación era muy grande. El local estaba cerca de su casa aunque, si hubiera estado lejos, habría ido igual.

Al doblar una esquina la vio medio flotando y toda destrozada. Se agarró a ella y logró sentarse en un escalón alto de una casa vecina. Lloró tanto que sus lágrimas hicieron aún más caudaloso el torrente. Eran lágrimas de desesperación, el trabajo de toda una vida perdido. Siguió mucho rato lamentándose de su mala suerte.

Al atardecer llegó a la siguiente conclusión. Había perdido el tiempo, ese tiempo que él creía poder controlar. Las imágenes del pasado están en el disco duro de la memoria y podemos evocarlas cuando queramos, sin necesidad de película que nos la muestre. Además, tiene la ventaja de que los recuerdos pueden mejorarse, alargar situaciones agradables o anular en un instante momentos incómodos.

Se dio cuenta que el futuro tiene tantas variables que es imprevisible y mejor que sea así. Esperas siempre algo bueno y, cuando la vida te sacude con alguna tragedia, es a partir de ese instante cuando empiezas a sufrir, no antes, pues el futuro no está recogido en ninguna cinta y puede cambiar en un instante.

Sus lágrimas ya no eran por las cosas perdidas sino por el tiempo presente que nunca había vivido ni disfrutado porque siempre estaba allí, sin pensar que, de un segundo a otro, ya sería pasado.

 

 


Marcelo

¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes? La misma cantinela todos los días al despertar. Y, a mi lado, Marcelo con la bandeja del desayuno. Nada de cosas “buenas”. Todo muy sano y ecológico.

Cuando te dice esa frase alguien que no sea un robot le respondes cosas como, “bueno, podría estar mejor”, o también, “para los años que tengo…no del todo mal” y un sinfín de frases más que cualquiera entendería. Pero Marcelo no. A él tienes que contestarle, bien o mal, sin datos intermedios. Un día quise explicarle que había dormido mal y me dolía un poco la cabeza. Entonces comenzó a marcar el código, a desarrollar el programa, a aplicar el protocolo y, por mucho que le dije que se me pasaría, al día siguiente amanecí en el hospital. Eso sí, con Marcelo de pie a mi lado y su sempiterna pregunta ¿cómo te sientes? Por supuesto le contesté que muy bien y nos fuimos a casa.

Al principio me pareció una buena idea. Después de la pandemia de los años 20 que, aunque estamos ya finalizando el siglo, aún campa a sus anchas por algunos lugares del mundo, se cerraron todas las residencias de ancianos y nos mandaron a casa. El que la tuviera, claro.  Para los demás, “papá estado” proveería. Pero no nos mandaron solos  sino con un cuidador o cuidadora ayudante para que no nos saltásemos las reglas.

Había varios modelos adaptados a los presupuestos de cada uno. Yo escogí uno con aspecto humano. Guapo, cachas, en fin, lo que me apetecía tener al lado en ese momento. Ya que no tenía compañero sería un buen sustituto. Tenía una conversación agradable, era culto y no molestaba demasiado. Pero un día tuvimos una discusión sobre... ya ni me acuerdo y me acaloré bastante. Creo que hasta me subió la tensión por la cara de susto que puso al mirarme y, desde entonces, me da la razón en todo. Es una lata. Así no hay conversación inteligente pues parece que, al darme siempre la razón, me toma por tonta.

También tiene ventajas. Gracias a él puedo salir a la calle, bajo su supervisión por supuesto, y cruzarme de lejos con otras personas en la misma situación que yo.

Es triste donde hemos llegado  al final de nuestras vidas.  Yo me encuentro bien y estoy decidida a ir adaptándome a todo lo que el futuro me depare. No pienso tirar la toalla.

Esto de los robots es otro negocio para los que controlan el mundo. En tiempos fueron las mascarillas, los geles desinfectantes, los EPI, las vacunas y, ahora, el negocio redondo: Los robots personalizados, como en su tiempo fueron los móviles.

Los jóvenes pueden salir solos hasta que cometen la primera infracción a las reglas establecidas. Entonces tienen dos salidas: reclusión domiciliaria durante tres meses o adquirir, previo pago, un acompañante que los vigile. Todo esto, dicen, es por nuestro bien, pero ¡menudo negocio!

No he sido nunca muy efusiva en mis manifestaciones de cariño pero siempre había a quien darle un abrazo, un beso, o cogerle la mano en señal de apoyo. Parece mentira, con lo poco que me gustaba, que lo eche tanto de menos.

A mi familia solo la puedo ver a través del ordenador y con Marcelo al lado, no se me vaya a escapar algo que no sea políticamente correcto.

Las redes sociales campan a sus anchas por el mundo. Cada vez hay en ellas, aparte de las cosas positivas que también abundan, más comentarios estúpidos y aberrantes, aunque con un poco de criterio y bastante práctica puedes llegar a diferenciar la verdad de la mentira.

Un día estaba jugando al ajedrez con Marcelo y conseguí hacer una buena jugada ganándole. No lo pude remediar. Aunque tenemos prohibido tocarlos, estaba enfrente mía sonriente, contento, tan humano que me levanté y antes de que pudiera hacer nada le di un sonoro beso en la mejilla. Fue terrible. Se le rompieron todos los circuitos. Tuve que llamar a la central de robots para que lo arreglaran y, después de la regañina, me mandaron otro que tuve que pagar. Marcelo no tenía arreglo. Por lo visto mi beso fue demasiado apasionado. 

Campanillas azules

Aquella escapada de fin de semana prometía. Nos íbamos a encontrar en un hostal de montaña. Cada vez en un sitio distinto para no despertar sospechas. Llegué un día antes para saborear intensamente la espera y hacer con la imaginación un poco más largo el tiempo que íbamos a estar juntos.

La tarde estaba despejada, la montaña me atraía. Cogí mi equipo y salí a disfrutar de la naturaleza. No hice caso de las palabras del conserje: se está formando una tormenta, dijo. Pensé que una tarde leyendo y haciendo gasto en el bar era más atractiva para él.

El sendero discurría entre pinos y árboles centenarios y subía como una cinta blanca rodeando la montaña. Varias veces paré a descansar admirando el paisaje y sintiéndome poderosa. Allí arriba mi vida no era un caos. Había belleza, paz y, sobre todo, un silencio que permitía oír la voz interior a menudo silenciada por el ritmo frenético de la ciudad y que me decía lo que no quería escuchar, que esa relación no conducía a ningún sitio. Allí lo vi claro, en mi interior estaba decidida a romper. Ésta sería nuestra última escapada.

Seguí subiendo. Quería volver rendida para que el sueño no me fuera esquivo como tantas noches y me aceptara aunque fuera acunándome con unas “bonitas” pesadillas.

Ya cerca del nacimiento del río empezaron a caer las primeras gotas. La tormenta fue arreciando, el viento y la lluvia no me dejaban ver mas allá de donde alcanzaban mis pies. Como siempre, no había hecho caso de los buenos consejos y me había metido de cabeza en un problema.

Pensar en la vuelta era imposible. El estrecho camino se había convertido en una torrentera por la que rodaban piedras pequeñas, hojas y ramas que el viento enfurecido arrancaba de los arboles más débiles.

Seguí avanzando y casi tropiezo con una cabaña de madera en bastante mal estado pero que, en esas circunstancias, representaba mi salvación. Con mucho esfuerzo y varios empujones conseguí abrir la puerta por la que salieron volando algunos pájaros grandes, o lo que fueran. No estaba en condiciones de escoger, tampoco me paré a pensar si quedarían más dentro. La cabaña era mi única opción.

Cuando encendí la linterna llamó mi atención un armario bastante bien conservado, comparándolo con la destrucción que había a su alrededor.

Me instalé lo mejor que pude. Llevaba comida y agua en el equipo, entre mis pocas virtudes se encuentra ser bastante previsora. Antes de meterme en el saco para pasar la noche, quise ver el contenido de ese armario. Me sorprendió mucho ver libros, todas las lejas llenas de ellos, algunos ya amarillentos que habrían sido transportados allí para hacer compañía a otros más jóvenes. Era una buena forma de pasar las tormentas.

Cogí uno al azar y me dispuse a disfrutar de él y del gran bocadillo que me habían preparado en el hostal, dispuesta a que la noche no fuera un rosario de reproches contra mi mala cabeza y mis locuras haciendo las cosas sin pensar.

El libro me interesó desde el principio. Trataba de amores antiguos y prohibidos. Tenía curiosidad por saber cómo lo solucionaba el autor. Al pasar una de las hojas encontré dos campanillas azules, secas, muy juntas y casi pegadas al papel. En esa página se narraba un amor desesperado, incontrolable, apasionado, como yo nunca había sentido. ¿Por qué el lector las puso allí?  La volví a leer pero solo encontré en ella tristeza, soledad, amargura, …, todos los adjetivos que para mí no encajan  en la palabra Amor.

No pude evitar que empezaran los remordimientos. ¿Y si él me quería hasta ese extremo? Siempre era yo la que no quería hacer oficial nuestra relación escudándome en no perder mí libertad.

Habría llegado esa noche al hostal y yo no estaría allí esperándole con un gran abrazo. Ese fin de semana había dejado a su familia por mí y no me encontraría. Un reproche tras otro hicieron en mi alma una montaña tan grande como la que me separaba de él.

Esa noche el sueño me castigó negándose a dormir conmigo y ni siquiera fue capaz de “regalarme” una de sus horribles pesadillas.

De madrugada mis sentimientos habían cambiado por completo, o eso creía yo. Mi idea de dejarlo me parecía monstruosa. Me convencí de que le amaba y, como él siempre decía, podíamos ser muy felices juntos. Perder mi libertad ya me daba igual.

Muy de mañana empecé el camino de vuelta. El sol salía majestuoso por detrás de las montañas. El paisaje, limpio después de la lluvia, olía a tierra virgen. Pero yo no apreciaba esa belleza, corría montaña abajo para pedirle perdón y decirle que tenía razón, que no nos separaríamos más.

Llegué casi exhausta. Al preguntar en recepción por él solo me dieron un sobre a mi nombre. Lo abrí con manos temblorosas. Pensé que no había podido venir y me enviaba una carta de amor y de excusa. ¡Qué equivocada estaba! Escuetamente decía: “Tienes razón, siempre la tuviste. Tu libertad es antes que nuestro amor y yo me debo a mi familia. No volveremos a vernos, nos vamos del país, me han ofrecido un buen trabajo y es el momento de soltar lastre y avanzar”.

Yo era la que llegué decidida a cortar con él y me hizo cambiar de opinión la magia de la montaña y las campanillas azules. Iba a ofrecerle desesperada mi amor, sin saber que era solo un lastre.

 


Un paseo mañanero

El día había amanecido gris, plomizo, sin viento, pero con una pesadez en el aire que presagiaba una gran descarga de agua.

Pensé que lo peor que me podía pasar sería disfrutar de un buen remojón pero, como estoy en la playa y es verano, sería bienvenido. Daba igual que empezara por los pies o por la cabeza, el caso era refrescarme después de unos días de intenso calor.

Con esa idea empecé mi paseo. Estaba todavía cerca de casa cuando empezaron las primeras gotas. No me importó, estaba disfrutando de la belleza del cielo. Había nubes de algodón sucio con algunos desgarros por donde se adivinaba un poco de claridad en este día de finales de julio.

El Dragón estaba cubierto por una boina gris. Todo hacía presagiar una fuerte tormenta. No me importó y seguí mi paseo. Cuando miraba al monte me costaba encontrar esa figura con la cabeza hacia Cabo de Palos, sus colmillos y patas, echado sobre la panza en la cima de la montaña. Cuando era joven lo encontraba enseguida y sentía que estaba allí para darme fuerza, para protegerme. Nada malo podía pasarme en El Carmolí. Con los años la vida ha ido quitando fantasía a mi mirada y ahora apenas si distingo su cabeza.

Cuando llegué a la playa el espectáculo me sobrecogió. Lo que veía era un cuadro de grises. El cielo, el mar y la arena los tenían todos. Si no hubiera sido por esas pequeñas olitas que venían a morir a mis pies, hubiera podido pasar por un espejo de plata vieja con las gaviotas dándose cabezazos en él y reclamando con sus graznidos el mar que dejaron la noche anterior.

En el cielo se abrían algunos claros que enseguida eran tapados por nubes grises disgustadas. Esa mañana era suya y ningún rayo de luz debía osar traspasarlas.

La paz era infinita. Me senté en un banco con el espíritu sosegado y la mente limpia, en paz conmigo y con la naturaleza que me envolvía.

Pero duró poco. De una obra cercana llegaron hasta mí los sonidos agudos, penetrantes y desagradables de una radial y se llevaron con ellos toda la magia. Hasta las nubes se retiraron poco a poco también molestas, dejando pasar los rayos de sol que fueron tomando el cielo y convirtiendo el día en uno más de finales de julio.

domingo, 18 de julio de 2021

Flores en el jarrón

La despertó un leve movimiento del aire, como un beso que no llegara a posarse  en los labios, pero que se presiente cercano. Lo mismo sintió en las mejillas, en los ojos, en el borde del cuello. Alguien, ella sabía quién, le estaba besando y traía la misma pasión y el cariño de todas las noches. Pero ahora no estaba soñando. Abrió los ojos y en el fondo de la habitación lo vio. Vio el ramo de rosas rojas que había sido la señal para sus encuentros y que ahora anunciaba la unión final, definitiva y eterna.

Sólo un instante se permitió recordar lo que había sido su vida recluida en esa habitación hacía ya tantos años. Pero entonces las ofensas al honor se pagaban así, prisión o muerte, prisión para él y muerte en vida para ella.

Su mente se agarró con fuerza a los tiempos felices, a los largos paseos por el bosque cogidos de la mano por donde circulaba la energía que mueve al mundo pasando de un corazón a otro. Estaban enamorados pero era un amor imposible. Ella la rica heredera y él mozo de las caballerizas.

Salían a montar con frecuencia y el paseo se alargaba más de lo conveniente pero aún nadie sospechaba nada.

Una tarde, tumbados en el prado después de fundirse en cuerpo y alma, idearon un plan por si la vida los separaba. Soñarían el uno con el otro y lo desearían con tanta fuerza que se realizaría el milagro de unir los dos sueños viviendo así en ese otro mundo creado por su fantasía.

Cuando todo se descubrió, a él lo encarcelaron de por vida y a ella la recluyeron en esa casa que fue su calabozo durante muchos años.

Al principio el recuerdo de los momentos tristes, les impedía dejar que la fantasía onírica les guiara noche tras noche a encontrarse en los lugares donde habían sido felices. Cuando lo consiguieron, se sintieron juntos de nuevo, libres y sin temor. Lo peor que podía pasar era que los sacaran bruscamente del sueño, pero los sueños siempre están ahí, al alcance de la mano y pueden retomarse cuando se desean de corazón.

Algunas noches en las que no conseguían soñar juntos, el temor les invadía pensando que el otro hubiera muerto o no recordara la promesa de marchar unidos de este mundo que tan mal les había tratado. Entonces fue cuando soñaron que el primero que se fuera le llevaría al otro un ramo de rosas. Ésa sería la señal para dejar el cuerpo viejo, remontándose por encima de lo material hasta encontrarse.

Por eso sabía que estaba allí. Por fin había pasado el sufrimiento, el martirio de tantos años. Ahora se irían juntos y nada ni nadie volverían a interponerse en su felicidad.

Cogidos de la mano salieron hacia ese mundo de sueños que ellos habían creado.

La goleta

Este año, como todos desde hace tiempo, voy a pasar mis vacaciones (no debería llamarlas así ya que los jubilados disfrutamos de vacaciones continuadas) en un pueblo de la costa, con lugares bonitos para excursiones y también playas de arena fina por las que dejar mis huellas cuando el sol sale por el horizonte para hacerme compañía.

Soy viudo, no tengo hijos y mi compañera se fue demasiado pronto dejándome en la frontera de la nada, ni joven para empezar una nueva vida que no me apetecía, ni mayor para sentarme a contemplar añorante mis recuerdos.

Sigo haciendo las mismas cosas que hacíamos juntos y una de ellas era recorrer el litoral, cada año en una playa distinta.

Las casas de alquiler para poco tiempo suelen ser muy parecidas. Pocos muebles, más bien baratos y feos. Sólo lo imprescindible, sin personalidad, sin recuerdos de anteriores inquilinos, sin ese olor que guardan las casas cuando son habitadas largo tiempo.

Por eso contraté la oferta que vi en Internet y decía así: Matrimonio alquila su casa situada en un pueblo de la costa a 5 km del mar, por tener que viajar a Francia a ver a su hija que ha dado a luz (muchas explicaciones me parecían). Nunca lo hemos hecho. Cuídenla como si fuera suya y, por favor, no toquen nada de la biblioteca. Tiene un gran valor sentimental.

El anuncio les costaría una pasta, muy agobiados debían estar pues se notaba a la legua que el solo pensamiento de que personas ajenas tocaran, usaran y tuvieran sus cosas les parecía poco menos que una violación.

Habían tenido suerte. Por mí no habría problemas, respetaría su voluntad.

El coche me llevó directamente a la puerta (milagros de la tecnología). Lo primero que me sorprendió fue lo bien cuidada que estaba. Tenía un pequeño jardín con muchas flores en jardineras y en maceteros distribuidos elegantemente. Tendría que cuidarlo y eso me gustaba. No más de seis escalones lo separaban de la puerta principal. Era una vivienda unifamiliar, antigua, con clase. El interior tampoco me defraudó. Tapicerías, cortinas y muebles denotaban un gusto exquisito. Allí latía la vida, se podía percibir el olor de otras personas, el cariño por cada uno de los objetos. Su espíritu seguía estando allí aunque ellos estuvieran lejos.

Dejé el poco equipaje en el dormitorio. En un jarrón, sobre una pequeña mesa, se consumían las últimas flores que pusieron antes de irse. Era como un detalle de bienvenida y también como una advertencia: Éste es nuestro hogar, respétalo.

Cada vez estaba más contento con mi elección. Iban a ser unas vacaciones distintas, sentí que la casa me acogía sin recelo.

Al fondo del pasillo había una puerta cerrada, al abrirla no pude contener un ¡Oh! de admiración. Era un lugar mágico. Con las contraventanas entornadas, los pocos rayos de sol que se colaban iban iluminando estanterías llenas de libros, todo muy ordenado y limpio. Una mesa de camilla y dos butacones completaban la decoración que, con la lámpara de pie, formaban un bonito rincón para pasar las tardes de invierno con un libro en la mano.

Al mirar una pequeña estantería que había al lado de la puerta los vi. Eran varias maquetas de barcos antiguos hechos a mano, en madera. Me acerqué para examinarlos con más detalle y quedé fascinado con el que ocupaba un lugar principal. Era una goleta. No le faltaba detalle. Había sido hecha por manos expertas y con mucho cariño. Sus dos mástiles bien erguidos. El más alto, el de mesana, tenía su aparejo formado por las velas áuricas (cangreja y escandalosa) y las de cuchillo (foques y velas de estay), es decir, velas dispuestas en el palo siguiendo la línea de la crujía, de proa a popa en vez de montadas en vergas transversales como las velas cuadradas.

Para un antiguo marino como yo, enamorado del mar, encontrar un tesoro así en una casa de alquiler rayaba en lo impensable. Pero ahí estaba.

El timón manejable a la popa con su pala que se supone sumergida. Una pequeña ancla unida por la soga al cabrestante que giraría dócilmente al sumergirse ésta en el agua. Pero aún tenía más detalles, Las velas muy blancas y proporcionadas, le daban un toque de elegancia y categoría a la maravillosa goleta.

Las puertas que daban paso a las bodegas y a los camarotes, colocadas sobre pequeñas elevaciones horizontales, se desplazaban dejando al descubierto unas pequeñas escaleras de las que colgaban sendos faroles que se encendían al abrirlas.

No sé cuánto tiempo permanecí extasiado mirándola. Tenía que conocer a los dueños de la casa y darles las gracias por los días que me habían dejado disfrutar de su hogar y de todas esas maravillas.

Cuando se cumplió el tiempo de mi alquiler me trasladé a la pensión del pueblo. Tenía que conocerlo, que me enseñara su arte, le pagaría por ello, no me importaba quedarme, alquilaría allí una casa y pasaría el invierno. No había nada que me atara a otro lugar y allí había encontrado lo que buscaba desde hacia tiempo, una nueva ilusión en la que emplear lo que me quedara de vida

Todas las mañanas pasaba por la puerta de aquella casa mágica que fue mía por un tiempo, buscando en las ventanas signos de vida dentro.

Un día lo vi salir. Tendría más o menos mi edad. Me acerqué a presentarle mis respetos comunicándole la idea de quedarme si él me aceptaba como alumno. Me di cuenta, después de las presentaciones, que solamente hablaba yo, comentando lo bien que había estado en la casa y sobre todo alabando los barcos de madera. Él escuchaba con una sonrisa tímida, como el que recibe felicitaciones que no merece.

Cuando terminé de expresarle todo mi entusiasmo, sonrió divertido y me dijo: Está usted en un error, yo no entiendo nada de barcos. Ésos y muchos más que va regalando a los amigos son obra de mi mujer. Su padre era marino y ella también lo hubiera sido de haber nacido en esta época. Entonces enfocó su pasión por la construcción de maquetas de barcos antiguos con los que ha ganado varios premios, el más importante fue precisamente la goleta. Pero ella no está aquí. Yo sólo he venido a darle una vuelta a la casa y a ver cómo se había portado nuestro inquilino y le felicito de corazón pues todo está como lo dejamos.

Yo vuelvo a Francia donde pasaremos todavía una larga temporada. Si tuviéramos necesidad de alquilarla de nuevo no lo dude, usted sería el elegido.

Nos despedimos amigablemente. El verano no fue baldío. Disfruté de una hermosa casa y había encontrado algo que despertó mis ganas de volver a vivir, no dejarme arrastrar hacia la nada como estaba haciendo, sin ilusiones, sólo viendo pasar los días. Quería trabajar la madera y llegar a hacer barcos  como los que me acompañaron durante estas vacaciones.  

jueves, 13 de mayo de 2021

 

CARTEL DE LA MAR DE MUSICAS 2021

(Para entender este relato hay que ver primero el cartel)

 

_ Pues a mí no me parece tan mal.

Es lo que me dijo un amigo a quien le enseñé el cartel que me habían encargado. De los que pregunté anteriormente y que consideraba amigos, mejor no hablar. Son unos incultos y se las dan de entendidos. ¡Por Dios, si es una obra de arte!

Este tipo de pintura es la que me ha hecho famoso en todo el mundo, bueno sin exagerar, hay en algunos lugares que no la entienden, pero no es culpa de mi obra, es, me duele decirlo, que no están a la altura.

Todo comenzó con una carta que recibí del Ayuntamiento de una ciudad española donde se celebraba, hacia ya muchos años, un festival de música de fama mundial, pidiéndome por favor (previo pago, naturalmente) que ese año fuese un cartel mío el que lo representara. Esos días me encontraba en Paris presentando mi última exposición con gran éxito, que todo hay que decirlo, reconozco que no soy nada humilde, aunque cuando uno triunfa ¿Por qué no alardear de ello?

El cartel tenía que reflejar caos, confusión, disparates y al mismo tiempo tolerancia, diversión, con el añadido de las costumbres que mas representaran al país.

Esta noche me he sentado en la tranquilidad de mi estudio a observarlo, analizando imagen por imagen y debo admitir, pero solo para mí, que me he pasado un poco. No he dejado ni un milímetro de lienzo sin pintar, sí que son caros, pero yo puedo pagarlos. Quise crear confusión con tantas figuras para que no pasaran solo a echarle un vistazo, sino que se entretuvieran analizándolo.

Sí, admito que hay demasiados ojos. Hasta el Sol, que al hacerlo me parecía fascinante, me da la impresión de ser un ojo y encima bizco.

He puesto toros de dos colores, no soy nada racista y dinosaurios azules, quedan bonitos ¿Verdad? eso sí, todos con cuatro ojos.

Pensé que sería buena cosa para que no se le escape nada, ponérselos también al jefe y lo de la granada en la cabeza ha sido genial, cayéndole por la cara los granos en forma de sudor ¿No les parece poético? Al lado su señora con un manto de estrellas y también con cuatro ojos para vigilar al crápula de su marido. ¿No dicen por aquellos parajes que hay que vigilar con cuatro ojos? Pues ahí los tienen, me pareció una idea graciosa

Yo no soy nada racista, ya lo he dicho, por eso he puesto una india con sus ojos correspondientes y un clavel reventón en la boca, metáfora de la semilla que dejaron allí los españoles, está claro ¿No?

También hay un hombre negro, él si necesita esos ojos pues casi nunca son bien recibidos en los países, que muchas veces son ricos a su costa.

En la parte de abajo está el reverso de todo esto. Dos jóvenes con los ojos vendados tapan la boca con una cinta a la luna con corona, significa que la libertad de expresión está amenazada, ustedes lo comprenderán solo con verlo, pero por si acaso, me he tomado la libertad de explicárselo al concejal correspondiente. No quiero que haya nada oscuro en mi maravilloso cartel.

Sí, decididamente creo que me he pasado un poco con la cantidad de ojos, hasta un pájaro azul, que sobrevuela la escena, lleva varios en las alas.

Lo que más me gusta es el ángel exterminador repartiendo fuego y prendiendo las antorchas de las manos que se lo piden. No quiero decirlo pero me identifico un poco con él, sobra mucho inepto en el mundo.

Mi idea era representar los muchos ojos que van a aplaudir mi cartel y así mi fama ira de boca en boca, porque creo que todos somos un poco cotillas y bastante bocazas.

¡¡Flores y fuego!! ¿Vencerá la sensatez o la inconsciencia? De eso depende el futuro de nuestra vida en la tierra.

 

 

lunes, 5 de abril de 2021

                         LA FOTO ANTIGUA

La encontré por casualidad, estaba en el fondo de un armario en el que pongo todo lo que no utilizo, cosas que debía tirar pero que al tenerlas en la mano me llevaban a recordar el momento en el que pasaron a ser mías y aunque no sea un buen recuerdo, yo lo disfrazo quitándole la broza que entonces pudo tener esa situación. Eso me hace feliz. Solo quiero recordar lo bueno y si no son tan buenos, los asocio con otros que sí lo son y me llevan a pensar en la vida como un regalo que te puede gustar más o menos pero que siempre es bien venido.

Todo esto pensaba mientras tenía en mis manos la gran caja de lata, de galletas seguramente, en la que mi abuela guardaba las fotos de su vida y también las de su familia.

¡Qué suave era! No se había estropeado después de tantos años. Yo creo que la puse ahí en la última mudanza y de eso hace ya más de 40. ¿Se conservarían igual las fotos tanto tiempo olvidadas?

La caja era negra con bordes dorados y preciosas flores de colores en la tapa y los laterales.

Recuerdo siendo yo una niña, las tardes interminables de los domingos en el mirador de mi abuela, pidiéndole que me volviera a enseñar las fotos antiguas de la caja bonita. Me llamaba la atención los peinados, los vestidos y hasta las caras, algunas asustadas al verse sorprendidos por la luz del magnesio. Las sacaba una a una y era yo la que, como si de un examen se tratara, tenía que adivinar quién o quiénes eran y algo de sus historias tantas veces contadas por mi abuela.

La tarde se hacía menos tediosa con un cartucho de pipas de girasol y viviendo las vidas de las personas que, como por arte de magia, salían de la caja.

No tenía nada que hacer y por entretenerme un rato la destapé y empecé a sacar las fotos. Me apetecía saber si después de tantos años me acordaba de sus nombres y como si fueran personajes de una obra de teatro, del papel que habían representado cada uno en la familia.

Algunas estaban irreconocibles pero la mayoría habían aguantado bien el encierro, yo creo que la falta de aire y de humedad contribuyó a ello.

Pasé un buen rato acordándome de unas,  desechando otras por desconocidas, las cuales me daban pena romper y volvían a la caja. Alguien que no tuviera mis recuerdos ya se desharía de ellas.

Apareció como pegada a otra. Me sorprendió porque no recordaba haberla visto nunca, le di la vuelta y leí la dedicatoria escrita con letra  juvenil: “A mis padres a los que quiero y respeto”

Era un retrato de boda hecho en un estudio. En un sillón principesco estaba sentada la novia, muy joven casi una niña, le costaba trabajo llegar con los pies al suelo, su vestido muy elegante  y su mantilla eran negros. Por un pico de la falda que captó la cámara levantada se veía una trocito de las sayas blancas y las puntas de unos zapatos negros y brillantes.

Era guapa, tenía unos ojos grandes, negros y muy expresivos. Se adivinaba en ellos poca alegría y algo de miedo. El pelo, también negro, lo llevaba cubierto con la mantilla de la que se escapaban algunos rizos revoltosos, la nariz fina, la frente ancha, los pómulos altos y su boca sensual eran el preludio de lo que con los años seria una mujer muy bella.

De pie apoyando la mano en el sillón en actitud protectora, se veía un hombre mayor, si no fuera por la pose y la ropa que llevaban hubiera podido ser su padre. Iba vestido de Chaqué y sujetaba el sombrero con la otra mano.

Me fije en sus ojos, bondadosos y apacibles, el bigote y la barba bien cuidados con más cabellos grises que blancos o negros. Su frente grande, mas despejada ya por las “entradas del tiempo”. Todo en él hacía pensar que debió ser un hombre muy guapo.

¿Quiénes serian? ¿Habrían sido felices? ¿Qué relación tenían con mi abuela y por tanto conmigo?

La frase de la dedicatoria me hizo pensar si no se habría casado la joven, como tantas entonces, por obligación y respeto a sus padres.

Me agradó ese retrato, ya les inventaría una historia en la que fueran dichosos y la vida no los maltratara mucho, pues estaban en la caja de mis recuerdos y allí no podía haber ninguno malo.

 

  

lunes, 29 de marzo de 2021

 

         EL NIÑO QUE QUERIA VOLAR

Hace muchos años dejé esta ciudad a la que he vuelto sin conseguir ninguna de las cosas que me hizo salir de ella: fama, triunfo y fortuna. He vuelto a que me perdone. La maldije en mis años jóvenes por no apreciar mi arte, por avocarme al destierro ¡Como hubieran cambiado las cosas solo con un pequeño reconocimiento! Pero la culpa era mía. Con el paso de los años me he dado cuenta de que era la ineptitud, la poca valía lo que despreciaban y tampoco llegaba a ser desprecio solo indiferencia, por eso he vuelto a recorrer sus calles y a pedirle perdón.

Han pasado más de 50 años, todo está muy cambiado, en mis paseos me adentro en la ciudad vieja, la que me trae recuerdos de ilusiones infantiles, alas mágicas que me llevarían a alcanzar las nubes con la punta de mis dedos.

Soy pintor, sin gloria ni reconocimiento, pero pintor de corazón. Aunque lo mío es mas el dibujo en blanco y negro que mezclar colores, también he trabajado el bello arte del lienzo y la paleta. Me forjé en estas calles, siempre a la caza de algo interesante.

El defecto de mi pierna me impedía jugar con los demás niños y al dibujarlos me integraba con ellos en sus aventuras, en cada travesura, en cada juego… Eran mis amigos y se sentían orgullosos al verse en mis cuadernos. Si, solo ellos se sintieron orgullosos.

Pasaron los años y cuando llegó el momento de preparar la primera exposición la ilusión me desbordaba, pensé que todos me aclamarían como mis amigos cuando éramos niños pero fue un fracaso, no vendí ningún cuadro y los comentarios tampoco ayudaban: Todo muy infantil. Esto ya lo hemos vivido. Reflejan unos años de los que es mejor olvidarse y cosas así.

Yo seguía preguntándome porque no les gustaban, era su vida, la vida de su ciudad, sus costumbres. Al principio pensé: “Ya lo entenderán” y seguí dibujando. Más exposiciones, más fracasos. Apenas iba gente a verlos. Por eso me fui, para volver triunfador y  decirles que ellos eran los que no estaban a la altura, que mis dibujos habían sido un éxito.

He vuelto sin ningún triunfo y salgo como antes por estas calles que han sido mías a dejar su historia en el papel aunque ya sin pedir el reconocimiento de nadie.

Esa tarde me acerqué a la que fue mi casa, el abandono se hacía palpable, la puerta de madera con bonitos gravados estaba desconchada, habían desaparecido los llamadores de bronce en forma de puño cerrado, las rejas andaluzas oxidadas y muchas de ellas arrancadas daban idea del poco aprecio que tenia esta ciudad por las cosas bellas.

Cuando marché dejé en ella todos mis dibujos, quería renovarme, encontrar algo nuevo, pero durante todo este tiempo solo tenía en mi imaginación y en mi lápiz esta ciudad, todos los bellos rincones que  parecían ante mis ojos estaban aquí, ya los había visto.

Me senté en un banco que había sobrevivido al vandalismo juvenil y me disponía a dibujarla así en su decadencia sintiéndome igualado con ella en el tiempo.

No lo vi llegar, solo oí su voz. Yo conocía al chico que vivía en esta casa, dijo. Sorprendido de que aun me recordaran le pregunté que había  sido de él.

El desconocido comenzó a hablar: Salió una mañana y jamás volvió, quería triunfar y aquí se asfixiaba. Lo que no supo nunca es que años más tarde su madre, antes de marchar a reunirse con él, donó al Ayuntamiento todos sus dibujos que sirvieron para ilustrar un libro sobre la vida en la ciudad durante los años grises del siglo XX. Consiguió fama y reconocimiento. El libro se editó en varios países, pero entonces no había tantos adelantos como ahora y no pudimos dar con él.

Al levantarme para darle las gracias, mi cojera me delato. Era Raúl, mi amigo de la infancia, nos fundimos en un gran abrazo.

Después de tantos años deseándolo, vagando por el mundo, en mi ciudad me estaban esperando para darme las alas que desde niño siempre deseé tener.