domingo, 19 de mayo de 2019


LA FERIA

Aquel pequeño pueblo tenía como todos, en sus fiestas de verano una feria, que me atrajo como un imán cuando empecé a oír la música de los pasacalles despertando a los vecinos de la siesta. Era el pueblo de mis abuelos. Allí íbamos todos los veranos, y siempre he recordado esas vacaciones como las mejores de mi vida. Eran estupendas. El rio en el que te podías bañar, la vega fértil, el pan con queso y el agua fresca a la sombra de los parrales, el paseo en mulo para llegar a la finca en la sierra. Con todo disfrutaba pero nada como la feria.
Ese año, después de muchos ausentes, había vuelto solo. Hacía tiempo que me embargaba la nostalgia, necesitaba encontrar mi infancia perdida en los muchos caminos que no supe escoger en la vida .Y allí estaba, dispuesto a disfrutar de nuevo con los títeres, los magos,  la música bullanguera y sobre todo de los fuegos artificiales.
Esa cantidad de sensaciones hizo que viniera a mi memoria la última feria a la que fui con mi abuelo como todos los años. El tiraba de mi mano. No podíamos llegar otra vez tarde, mama lo había dejado bien claro, pero ese manto de luz y color, nos hacia caminar cada vez más despacio, esperando el siguiente cohete y haciendo apuestas sobre el color de la palmera que formaba al estallar, ¿sería verde, amarilla, blanca….? Me sentía seguro cogido de su mano, disfrutábamos de esa forma tan peculiar que solo se consigue cuando las dos infancias se juntan.
Me sentí feliz aquella noche. Caminaba otra vez de la mano de mi abuelo y mi vida cambiaria siguiendo sus atinados consejos que parecían olvidados en el fondo de mi memoria, debajo de capas y capas de rutina, monotonía, tristeza que habían hecho de mi vida un infierno en estos últimos años. Pensé que nunca hay que tirar la toalla, siempre hay algún recuerdo donde agarrarse para volver a caminar por aquellos senderos olvidados de la infancia.


domingo, 12 de mayo de 2019


                                
                     
                BARQUITO DE PAPEL
SIN NOMBRE, SIN PATRÓN
Y SIN BANDERA
NAVEGANDO SIN TIMÓN
DONDE LA CORRIENTE QUIERA



 Lucía miraba a su alrededor intentando encontrar la causa de la tormenta que se había desatado en su cabeza, haría cosa de un año.
Antes de ese momento su vida era tranquila, rutinaria, ayudando a su padre a catalogar los libros antiguos que encontraban en las librerías y también cualquier objeto interesante que hubiera en los almacenes del rastro, al que visitaban puntualmente cada domingo.
Pero ahora allí estaba ella, en su habitación preferida, el despacho de su padre, rodeada de todas las cosas que antes la habían hecho tan feliz.
Había miniaturas, cuadros, daguerrotipos, jarrones en apariencia orientales, pero sobre todo barcos, pequeños barquitos de madera, hechos con todo cariño y detalle por esos armadores aficionados  con muchos ratos libres.
Allí estaban los veleros con sus nombres y todo el velamen desplegado como si quisieran  que un fuerte soplo de viento los sacara de su urna de cristal.
También había pequeños barcos de pescadores, con pececillos plateados en el fondo de las redes.
Barcos  de vapor, que cruzaban los grandes ríos, juncos chinos, grandes vapores trasatlánticos.
En fin, una verdadera maravilla de colección.
Había sacrificado su vida por todo aquello, pero antes no le importaba, es mas disfrutaba con su trabajo sin pensar que ella también podía volar hacia esos países de donde provenían los objetos, o navegar en los hermanos mayores de esos veleros, sin rumbo, en plena libertad. Eso era lo que más le atraía, el mar, los espacios abiertos, no saber en qué puerto se encontraría mañana, no tener nada controlado, fuera rutinas y miedos.
Poco a poco, en este año transcurrido desde el ataque al corazón de su padre, se dio cuenta de que esos miedos, esas rutinas, no eran suyas. Ella deseaba volar, saber que había más allá y así empezar a descubrirse a encontrar su verdadera personalidad.
Esa tarde sentada en el sillón de su padre, le vino a la memoria una canción infantil que le cantaba su abuela, era un pequeño poema que decía así:





Con la mitad de un periódico
Hice un barco de papel
Y en la puerta de mi casa
Lo hice navegar muy bien
Mi hermana, con su abanico
Sopla y sopla sobre él
¡Muy buen viaje barquichuelo de papel!
Eso terminó de decidirla, sería como ese barquichuelo de papel, navegaría sin rumbo, libre para pensar, desear e intentar ser feliz. Sería verdaderamente ella.

sábado, 11 de mayo de 2019


AL RITMO DE CHA –CHA-CHA


Al ritmo de cha cha cha … entro en aquel bar bullanguero de ciudad mediterránea, en ese puerto abierto a tantas culturas y a tantos navegantes que, unos buscando fortuna y otros solo aventura habían fondeado en él sus naves desde hacía muchos siglos.
Lo que él buscaba  no era tan importante,  una noche iban a estar en ese puerto y solo le interesaba la gran partida. La partida de Póker, famosa entre todos los marineros, que se desarrollaba  en ese bar. Y lo que la hacía aun más interesante, era ella, “La reina”, una mujer misteriosa que jugaba como los propios ángeles, (si es que estos  saben jugar  al Póker).Le  habían hablado tanto de su belleza, su actitud distante y fría, que estaba deseando verla, sentarse a la mesa  y sobre el tapete verde medirse con ella.
El bar era como tantos bares de puerto, no muy limpio, bastantes moscas, ruido de juramentos y gritos en las diversas partidas, mucho humo y en la barra del mostrador acodados algunos clientes contando sus ganancias, o escuchando las andanzas, que algunos fanfarroneaban al tener a la clientela medio sumida en los vapores del alcohol.
La vieja pianola seguía desgranando las notas de un Cha –Cha-Cha.
Recorrió con la mirada el local  y allí al fondo la vio. Vio “La gran partida”. No parecía pertenecer a este mundo, los jugadores estaban como metidos en una burbuja, ajenos por completo al estruendo que los rodeaba.
Se acerco como un sonámbulo, solo tenía ojos para ella, miro sus manos, manos que sabían acariciar las cartas, y que eran promesas de otras caricias. De pronto, “La reina”, levanto hacia el su mirada, verde, antigua, de serpiente que se enrosca en el corazón de los hombres y los lleva a la perdición.
Pero no le importo, estaba allí y jugaría.
Pasaban las horas y él iba perdiendo todo su dinero, hasta que quedo claro porque la llamaban “La reina del Póker”.
Se levanto, hizo una pequeña reverencia y se fue a la barra, allí pidió una bebida típica de la ciudad: “Carajillo” le dijeron que se llamaba. Entraba bien, pero necesitaría más de una,  para asumir su frustración.
Había fracasado, una mujer le había ganado, lo había embrujado y sintió que tenía que asumir esa derrota, cederle el triunfo, agachar la cabeza y seguir su camino.
Al salir del bar, oyó una voz a su espalda, era una voz de sirena, como las de aquellas que se apoderaron del alma de Ulises: Marinero, ¿quieres pasar el resto de la noche conmigo? El no lo dudo y se fue con ella, con la” Reina” a conocer el secreto de sus extraños ojos verdes, y de sus manos largas y acariciadoras.

Fue la mejor noche, El mejor puerto  y la mejor experiencia en su ya dilatada vida.


MILAGROS MARQUEZ