lunes, 9 de noviembre de 2020

 

LA SALIDA

Me han dicho que después del accidente he estado en coma dos años. Hoy me han dado el alta. El equipo que me atendía se ha pasado más de un mes preparándome para lo que me iba a encontrar a la salida. Como cada día mi mente trabajaba mejor, encontraba en sus palabras un exceso de inquietud al quererme hacer comprender lo mucho que había cambiado el mundo exterior. Me preocupaba un poco ese celo por no dejarme ver a mi familia. Pensaba en un desastre nuclear, un meteorito,..Cualquier situación horrible a la que hubiera tenido que enfrentarse la humanidad en estos dos años. Pero nunca podría igualarse a lo que mi mente creó durante ese periodo en el que dejó de proyectarse hacia el exterior pero, para mi martirio, siguió creando imágenes, situaciones, algunas veces terribles, un mundo real en el que el que estás inmersa y lo asumes como verdadero.

¡Qué equivocada estaba! Mi mente no se quedo conmigo o solo se quedo una pequeña parte, la que servía para mantenerme viva. La otra entró en el mundo como un ente sin cuerpo transmitiéndome lo que veía, las situaciones, el horror que, como un pulpo de millones de patas, iba introduciéndose en las personas hasta anularlas.

Sentí el terror de muchos ancianos solos, abandonados a su suerte, sin contacto con nadie, ni siquiera con sus cuidadores. Médicos que caían en la desesperación al no poder protegerse lo suficiente para hacer bien su trabajo y que, sin embargo, seguían. Cadáveres que no tenían sitio donde ir, algunos sin identificar a los que ya no se les daba el estatus de personas fallecidas sino simplemente cuerpos que había que quitar de en medio cuanto antes. Familiares que buscaban por todas las morgues, rodeados de ataúdes. Calles vacías, niños sin escuela, comercios cerrados. Políticos hablando como científicos y científicos comprados por los políticos.

Cuando salí por fin a la calle, la situación no parecía tan grave. Coches circulando, arboles con hojas marones de otoño, niños que salían del colegio. Pero pronto me di cuenta de que lo que captaban mis sentidos era cualquier cosa menos humano. Ni besos, ni abrazos, ni siquiera un pequeño roce. Nos habían privado de la sonrisa, poniéndonos una máscara, la sonrisa, que es exclusivamente humana. Todo era igual que lo que yo veía, y suponía  imágenes de una mente enferma, pero para mi desgracia ahora todo es real y lo voy a tener que pasar de nuevo, todo se está prolongando en el tiempo.¿ Hasta cuándo, Dios mío?