LA ISLA
DE LESBOS
El mar
está oscuro reflejando el cielo, hay nubes de tormenta, las olas se encrespan
haciendo difícil la navegación, los pescadores no saldrán hoy pero será la
tumba de muchos humanos que han desafiado la ventura en busca de una vida
mejor, surcando esa superficie engañosa y persiguiendo su horizonte fugitivo.
Estoy
en lo más alto de la bella isla de Lesbos cerca de Agiassos a 974 m sobre el
nivel del mar, en la cumbre del Olimpo Profitis Ilias, así lo confirman las
pocas piedras que quedan de mí, del templo dedicado a Afrodita diosa del amor y
la belleza cuyo espíritu sigue presente en esta que fue su casa.
La isla
es volcánica como casi todas las de este mar que consideramos griego, sus
bosques de olivos descienden en suave pendiente hasta confundirse a veces con
ese mar cambiante.
Recuerdo
hace muchos años, no me preguntéis cuantos, en esta isla había paz, libertad,
florecía la cultura, teníamos poetas entre los que destacaba Safo mujer cuyos
versos nos invitaban a gozar de este paso efímero que es la vida, escultores,
pintores que hicieron maravillosos frescos en mis paredes y estatuas en
los jardines que solo les faltaba hablar para ser humanas.
Siguieron
años de oscuridad en la que unos bárbaros invadieron la isla tratando de
imponer sus costumbres pero el alma griega estaba demasiado arraigada para
desaparecer.
Ahora
lo que veo se me hace doloroso, los pocos humanos que llegan desafiando toda
clase peligros no son acogidos de buen grado por los habitantes de esta isla
antes hospitalarios, los convierten en rehenes, en moneda de cambio para
obtener algún beneficio.
El
tiempo no solo me ha destruido a mí sino también a todo lo que representaba la
cultura griega en lo humano y en lo divino. Algunos aun siguen buscando la libertad que les es
negada.