UNA
MUJER diciembre 2019-12-03
Me
llamó la atención la primera vez que la vi. Estaba sentada con las piernas
encogidas y la espalda recta descansando en la pared de un edificio enfrente de
mi casa.
Mi
pensamiento la olvidó enseguida centrándose en los asuntos del día a día.
Pasaron
unos días y la volví a ver en el mismo sitio, en la misma posición. No se movía,
parecía una figura triste de ésas que adornan ahora las ciudades. Me detuve un
poco alejada para observarla. Me intrigaba. Era distinta a todas las personas
necesitadas que te encuentras suplicando una limosna por la calle. Tenía la
mirada perdida, no la dirigía a las personas que pasaban, no mostraba interés
por ellas. A su lado había un vaso de papel con algunas monedas y otro con algo
que parecía vino. El cigarrillo se le consumía entre los dedos.
No
podría precisar su edad. Tenía el pelo entrecano, pero en su cara noté las
arrugas del sufrimiento, no de la vejez. Pensé que era bastante más joven que
yo. ¿Qué la habría llevado a esa situación? No pedía ni suplicaba nada,
simplemente estaba allí, como ejemplo de que el fracaso también existe en la
sociedad de la opulencia.
Algo se
me removió por dentro y le di unas monedas. Ni siquiera me miró, ni dio las
gracias. Pasaba de mí. Un sentimiento de culpa me invadió.
Todos
los días al salir de casa la buscaba con la mirada y allí estaba como siempre,
sentada en el suelo, las rodillas encogidas, el sempiterno cigarrillo entre los
dedos. Hacía lo posible por pasar a su lado y dejarle unas monedas. Eso
aliviaba un poco mi sentimiento de culpa pero, por las noches, a solas con mis
pensamientos, me preguntaba ¿por qué ella y no yo? Toda su imagen me decía que
había tenido otra vida.
Una vez
me atreví a dirigirle la palabra. Levantó hacia mí sus ojos vacios de expresión
y slo movió la cabeza con un gesto casi imperceptible. No le interesaba lo que
yo le decía. Volvían a mi cabeza las preguntas de siempre. ¿Qué circunstancias
la habrían llevado a ese estado? ¿Habría dejado atrás una vida muy distinta?
¿Por qué no se dejaba ayudar? Seguía pensando que su aspecto no era el de una
mendiga, no me cuadraba su imagen ni ese desdén con el que miraba todo a su
alrededor.
Parecía
haberse desprendido de una de esas capas que nos ponemos para que la vida nos
resulte más agradable, daba la impresión de no necesitar nada ni a nadie. Pero
en sus ojos se veía una infinita tristeza, no había alcanzado la paz, esa paz
tan necesaria para perdonar a los demás, pero sobre todo para perdonarse a ella
misma.
Una noche,
ya tarde, al bajar la persiana, la vi enfrente de mi casa en la misma posición
de siempre. No pasaba ya nadie por la calle. Parecía solo una mancha en la blanca pared del edificio.
¿Por
qué se castigaba de esa manera? Están los Servicios Sociales a los que podía acudir,
pero eso sería como deberle algo a esta sociedad que la había marginado.
Miré mi
casa, tan acogedora, tan cálida, con tantos momento de vida recogidos en
imágenes y objetos. Volví a preguntarme ¿Por qué ella y no yo? ¿No habría
sabido elegir en un momento determinado el camino correcto?
Pero
eso a mí no me importaba. Esa noche no pude dormir pensando en ella y en tantos
como ella que, por diversas causas, esta sociedad tan hipócrita había olvidado.
Intentaría
de nuevo ofrecerle mi ayuda, que confiara en alguien. No se puede ir por la
vida sólo con resentimiento y soledad.
No la he
vuelto a ver. Quizás se cansó de mi insistencia. Quería ayuda pero sin
compromiso. Pienso que rechazaba lazos y afectos para no perderlos.
Quizás
ésa fuese su historia.
MILAGROS
MARQUEZ