CUENTO
DE NAVIDAD 2022
La
anciana se sentó a contemplar el pequeño Belén que acababa de colocar,
como estos últimos años, encima de la
mesa de camilla. Se fatigaba demasiado, ya no podía usar la habitación entera
para que todo quedara perfecto y no faltara el gran Nacimiento, el mercado, en
la alta colina el palacio de Herodes, el desierto con sus jaimas y muchos
personajes moviéndose, dando la impresión de estar vivo.
Los
recuerdos se agolparon en su ya debilitada memoria. Una niña miraba extasiada
las manos de su abuelo mientras este
moldeaba el último pastorcillo que iban a poner en el pequeño Belén, eran los
años oscuros de la posguerra, no había muchas cosas por las que alegrarse, por
eso había decidido hacerlo, para encontrar una sonrisa en la cara de la
pequeña.
Se
acercaron a un barrio de la ciudad donde el capataz de una fábrica de ladrillos
les había prometido un poco de arcilla para hacer las figuritas. El ultimo
pastorcillo estaba a medio hacer, no
quedaba más material y la niña dijo que lo pusieran sin piernas entre la paja,
que también les habían dado en la fábrica y así no se notaría.
Esa
tarde los pintaron con algunos colores sobrantes de un amigo del abuelo que se
ganaba la vida haciendo acuarelas y dibujos en una plaza y subastándolos luego
entre el público presente.
La niña
tenía cuatro años, ese era su primer Belén y pensó que no había otro más bonito
en el mundo.
Paso el
tiempo y ella seguía poniendo su Nacimiento de arcilla, algunas figuras que se
habían roto, su madre las había pegado con miga de pan húmeda. Así
sobrevivieron muchos años.
El
escenario iba aumentando en figuritas, papel de plata, el que venía con los
chocolates, papel de estraza, que ella pintaba de verde o de azul según
sirviera para el suelo o el cielo, a este le pegaba estrellas plateadas.
En un
portal cerca de su casa, una anciana vendía en verano palmas de jazmines y en
invierno el negocio se transformaba en pastores, ovejas, El Niño Jesús, La
Virgen, San José etc...Y sobre todo la castañera, esa figurita nunca
faltaba, como era la más cara, los niños
tenían que juntar más monedas y el que la conseguía ya podía presumir de tener
un Belén de lujo.
Eso
hacia también la niña, guardando lo que le daban por los recados y así poco a poco fue ampliándolo,
pero siempre ponía las figuritas de arcilla, para ella la magia de la Navidad
estaba en las manos de su abuelo.
Cuando
se hizo mayor, siguió con su afición por los belenes llegando a pertenecer a la
Asociación Belenística Nacional. Era requerida por los mejores establecimientos
de su ciudad y las iglesias se la disputaban para esa decoración navideña.
Cuando la contrataban solo ponía una condición: poner una figurita de las que
le hizo su abuelo, esas que estaban pegadas con miga de pan.
Llegó
un día en que no tuvo suficientes, buscó arcilla, ahora era más fácil, ella las
modelaba y pintaba con tal imaginación y
buen gusto, que pronto fueron famosas, tenían algo antiguo que gustaba. Fue un
gran éxito.
Creó su
empresa a la que le puso el nombre de su abuelo y así seguiría contribuyendo
todos los años a que la magia de la Navidad no se apagase.
La
anciana sonrió mirando su querido Belén con las figuras que hacia tanto tiempo
habían modelado las manos de su abuelo.