BARQUITO DE PAPEL
SIN NOMBRE, SIN PATRÓN
Y SIN BANDERA
NAVEGANDO SIN TIMÓN
DONDE LA CORRIENTE QUIERA
Lucía
miraba a su alrededor intentando encontrar la causa de la tormenta que se había
desatado en su cabeza, haría cosa de un año.
Antes de ese momento su vida era tranquila,
rutinaria, ayudando a su padre a catalogar los libros antiguos que encontraban
en las librerías y también cualquier objeto interesante que hubiera en los almacenes
del rastro, al que visitaban puntualmente cada domingo.
Pero ahora allí estaba ella en su habitación
preferida, el despacho de su padre, rodeada de todas las cosas que antes la
habían hecho tan feliz.
Había miniaturas, cuadros, daguerrotipos,
jarrones en apariencia orientales, pero sobre todo barcos, pequeños barquitos
de madera, hechos con todo cariño y detalle por esos armadores aficionados con muchos ratos libres.
Allí estaban los veleros con sus nombres y
todo el velamen desplegado como si quisieran
que un fuerte soplo de viento los sacara de su urna de cristal.
También había pequeños barcos de pescadores,
con pececillos plateados en el fondo de las redes.
Barcos
de vapor, que cruzaban los grandes ríos, juncos chinos, grandes vapores
trasatlánticos.
En fin, una verdadera maravilla de colección.
Había sacrificado su vida por todo aquello,
pero antes no le importaba, es mas disfrutaba con su trabajo sin pensar que
ella también podía volar hacia esos países de donde provenían los objetos, o
navegar en los hermanos mayores de esos veleros, sin rumbo, en plena libertad.
Eso era lo que más le atraía, el mar, los espacios abiertos, no saber en qué
puerto se encontraría mañana, no tener nada controlado, fuera rutinas y miedos.
Poco a poco, en este año transcurrido desde
el ataque al corazón de su padre, se dio cuenta de que esos miedos, esas
rutinas, no eran suyas. Ella deseaba volar, saber que había más allá y así
empezar a descubrirse a encontrar su verdadera personalidad.
Esa tarde sentada en el sillón de su padre,
le vino a la memoria una canción infantil que le cantaba su abuela, era un
pequeño poema que decía así:
Con la mitad de un periódico
Hice un barco de papel
Y en la puerta de mi casa
Lo hice navegar muy bien
Mi hermana, con su abanico
Sopla y sopla sobre él
¡Muy buen viaje barquichuelo de papel!
Eso terminó de decidirla, sería como ese
barquichuelo de papel, navegaría sin rumbo, libre para pensar, desear e
intentar ser feliz. Sería verdaderamente ella.