EL DESAMPARO
El
teléfono sonó una sola vez. Ésa era la señal. Había quedado con una amiga para
escapar de esa cárcel, la peor de todas, la que te ata el alma, te anula como
persona, te maltrata, pero de forma tan sibilina, que no te das cuenta de ello
y poco a poco vas cayendo en el pozo donde dejas de ser tú.
Su
marido era psicólogo, ella había sido su enfermera largo tiempo. Sabía de su
altruismo, de su bondad y cariño que ofrecía sin límites a sus pacientes.
Algunos, ya curados, volvían para tener largas charlas con él, pidiéndole
consejo para tal o cual asunto.
Eso
la enamoró, aunque con ella no era nunca así. Lo disculpaba pensando que, al
trabajar para él, quería guardar las distancias. Por eso, cuando le pidió
matrimonio, no se lo pensó y le dijo inmediatamente que sí. Creía que al dejar
de ser su empleada el trato hacia ella cambiaria, tendría todo el amor, la
comprensión y la delicadeza conque trataba a sus pacientes.
Pero
se equivocó. Todo empezó a ir peor. No quiso que siguiera trabajando, él que
siempre había defendido que el trabajo de la mujer la haría libre.
Tuvieron
una hija. Durante un tiempo ése fue su refugio pero terminó pronto. Su marido
decidió que había que llevarla a una guardería para que no pesara sobre la
niña, durante toda su vida, la influencia materna.
Lo
acepto sumisamente. Aún estaba enamorada
de ese dios que ella misma había fabricado.
Se volvió a quedar sola. Un día, rompiendo el
silencio que reinaba siempre entre ellos, él
le habló con esa voz cálida y
envolvente que usaba con sus pacientes.
Le
explicó que tenía un experimento en mente, que ya había empezado con ella. Era
la persona idónea, no podía negarse. Quería escribir un libro sobre la total
anulación de la mujer por un macho dominante, sin maltrato físico y sin que
ella se diera cuenta de los escalones que, de tiempo en tiempo, iba bajando en
su autoestima. Naturalmente aceptó
colaborar. Pensó que ella era fuerte y podría superarlo y, a la vez, le
ayudaría en su importante investigación.
Aún no se daba cuenta del crimen que se iba a cometer en su persona. Sólo
pensaba en recuperar el cariño de su marido, si este cariño alguna vez había
existido. Sentía que de esa manera estarían más unidos y cuando acabara, si
tenía éxito, serían un matrimonio normal, no el científico y su conejillo de
indias.
Se
dejó llevar. Había conseguido un poco de paz, su espíritu estaba más tranquilo.
Pero
todo estalló cuando una amiga, a la que no veía desde hacia tiempo, la llamó
para tomar un café y ponerse al día en lo que había sido la vida de ambas.
No
podía salir sin permiso y sabía que le controlaba el móvil, pero las ganas de
verla fueron mayores que el miedo y se fue.
En
ese café, donde su amiga al principio no la reconoció, se dio cuenta del horror
al que estaba sometida. No tenía que haberse prestado al experimento. Se lo
contó todo. Idearon un plan, escaparía de allí con su hija.
El
timbre del teléfono fue la señal. Bajó corriendo las escaleras, quería llegar a
la guardería antes de que su marido la localizara, pero fue inútil. La niña no
estaba. Sólo le entregaron un sobre a su nombre.
Temblando
lo abrió y tuvo que sentarse para no caer. “Sé lo que estás tramando. No lo
conseguirás. La niña y yo iremos a casa a la hora de siempre. Seguiremos con el
experimento. Ya queda muy poco para acabar el libro y entonces seremos libres
los dos”
De
camino a casa pensaba que la única solución era una bañera de agua bien
caliente y un cuchillo. Cuando la encontraran habría un gran escándalo. Ésa
sería su venganza. El libro nunca se publicaría por ser un experimento con
resultado de muerte. Ella sabía que había sido un éxito, pero todavía le
quedaba algo de ese “Yo” que él creía anulado debajo de amenazas, ridículos,
negaciones y oprobios, para llevar a cabo esa última decisión libremente.
Pero
la verdad saldría a la luz. Cuando su amiga se enterara iría a la policía, lo
contaría en las redes sociales, en las que era una experta y su caso se haría
“viral”. El sacrificio no sería en vano, serviría para que otras mujeres no
convirtieran al “tirano” en un Dios y supieran detectar en los primeros
síntomas eso, que nada tiene que ver con el amor.