domingo, 29 de marzo de 2020


CARTA DE PRESENTACIÓN  PARA SOLICITAR AMISTAD

Respetada señora. Hace tiempo que quería acercarme a usted para ofrecerle mi amistad. Vivo cerca y la veo entrar y salir siempre sola. Me traslade a este barrio hace cosa de un año y no cuento con ninguna amistad que nos pueda presentar. Por eso voy a cometer la osadía de presentarme yo mismo.
Me llamo Luis, tengo 75 años, estoy jubilado de la honrosa y muchas veces denostada profesión de maestro. Como usted, también estoy solo, mas agravada mi soledad al no ser vecino antiguo del Barrio. Por ahora bien de salud, aunque con las “goteras “propias de la edad. Me gusta la lectura, el cine, el teatro, en otro tiempo fui actor aficionado en una compañía. Me gusta hacer deporte, el que me va quedando, dar buenos paseos y sobre todo el mar. Nací en un pueblo de pescadores y ese olor a sal y algas lo llevo metido en el corazón.
No soy mal parecido, según decía mi difunta esposa, pero esa opinión no es imparcial, nos profesábamos un gran cariño.
No le aburro con más detalles. Si tira esta carta a la basura, lo entenderé, pero si se digna contestarme, seré el hombre más feliz del mundo.
La he seguido y se su dirección. Aquí le mando la mía
Espero con ansiedad su carta y me despido con la ilusión de poder ser su amigo
                      Luis


UN HEREJE ACTUAL

Para que haya herejía debe haber trasgresión de dogma y en la sociedad “rica”  del siglo XXI no hay dogma que no se pueda trasgredir en nombre de la libertad de expresión.
Si contravenimos algún dogma de lo que sea. Religión cultura etc...enseguida se hacen chistes y mofas del asunto y salvo algunas horas en la cárcel, el “ hereje” sale dispuesto a seguir contraviniendo dogmas como el que se atusa el pelo y todo queda en agua de borrajas.
Por eso no encuentro ningún hereje, merecedor de este nombre actualmente, sino son aquellos que se saltan el dogma más sagrado, escrito hace mucho tiempo y que todos llevamos dentro: LOS DERECHOS HUMANOS.


viernes, 13 de marzo de 2020


EL DESAMPARO        

El teléfono sonó una sola vez. Ésa era la señal. Había quedado con una amiga para escapar de esa cárcel, la peor de todas, la que te ata el alma, te anula como persona, te maltrata, pero de forma tan sibilina, que no te das cuenta de ello y poco a poco vas cayendo en el pozo donde dejas de ser tú.
Su marido era psicólogo, ella había sido su enfermera largo tiempo. Sabía de su altruismo, de su bondad y cariño que ofrecía sin límites a sus pacientes. Algunos, ya curados, volvían para tener largas charlas con él, pidiéndole consejo para tal o cual asunto.
Eso la enamoró, aunque con ella no era nunca así. Lo disculpaba pensando que, al trabajar para él, quería guardar las distancias. Por eso, cuando le pidió matrimonio, no se lo pensó y le dijo inmediatamente que sí. Creía que al dejar de ser su empleada el trato hacia ella cambiaria, tendría todo el amor, la comprensión y la delicadeza conque trataba a sus pacientes.
Pero se equivocó. Todo empezó a ir peor. No quiso que siguiera trabajando, él que siempre había defendido que el trabajo de la mujer  la haría libre.
Tuvieron una hija. Durante un tiempo ése fue su refugio pero terminó pronto. Su marido decidió que había que llevarla a una guardería para que no pesara sobre la niña, durante toda su vida, la influencia materna.
Lo acepto sumisamente. Aún estaba  enamorada de ese dios que ella misma había fabricado.
 Se volvió a quedar sola. Un día, rompiendo el silencio que reinaba siempre entre ellos, él  le habló con esa  voz cálida y envolvente que usaba con sus pacientes.
Le explicó que tenía un experimento en mente, que ya había empezado con ella. Era la persona idónea, no podía negarse. Quería escribir un libro sobre la total anulación de la mujer por un macho dominante, sin maltrato físico y sin que ella se diera cuenta de los escalones que, de tiempo en tiempo, iba bajando en su autoestima.  Naturalmente aceptó colaborar. Pensó que ella era fuerte y podría superarlo y, a la vez, le ayudaría en su  importante investigación. Aún no se daba cuenta del crimen que se iba a cometer en su persona. Sólo pensaba en recuperar el cariño de su marido, si este cariño alguna vez había existido. Sentía que de esa manera estarían más unidos y cuando acabara, si tenía éxito, serían un matrimonio normal, no el científico y su conejillo de indias.
Se dejó llevar. Había conseguido un poco de paz, su espíritu estaba más tranquilo.
Pero todo estalló cuando una amiga, a la que no veía desde hacia tiempo, la llamó para tomar un café y ponerse al día en lo que había sido la vida de ambas.
No podía salir sin permiso y sabía que le controlaba el móvil, pero las ganas de verla fueron mayores que el miedo y se fue.
En ese café, donde su amiga al principio no la reconoció, se dio cuenta del horror al que estaba sometida. No tenía que haberse prestado al experimento. Se lo contó todo. Idearon un plan, escaparía de allí con su hija.
El timbre del teléfono fue la señal. Bajó corriendo las escaleras, quería llegar a la guardería antes de que su marido la localizara, pero fue inútil. La niña no estaba. Sólo le entregaron un sobre a su nombre.
Temblando lo abrió y tuvo que sentarse para no caer. “Sé lo que estás tramando. No lo conseguirás. La niña y yo iremos a casa a la hora de siempre. Seguiremos con el experimento. Ya queda muy poco para acabar el libro y entonces seremos libres los dos”
De camino a casa pensaba que la única solución era una bañera de agua bien caliente y un cuchillo. Cuando la encontraran habría un gran escándalo. Ésa sería su venganza. El libro nunca se publicaría por ser un experimento con resultado de muerte. Ella sabía que había sido un éxito, pero todavía le quedaba algo de ese “Yo” que él creía anulado debajo de amenazas, ridículos, negaciones y oprobios, para llevar a cabo esa última decisión libremente.
Pero la verdad saldría a la luz. Cuando su amiga se enterara iría a la policía, lo contaría en las redes sociales, en las que era una experta y su caso se haría “viral”. El sacrificio no sería en vano, serviría para que otras mujeres no convirtieran al “tirano” en un Dios y supieran detectar en los primeros síntomas eso, que nada tiene que ver con el amor.









NOSTALGIA
¡Tan cerca estamos del mar y de ti
callada luna!
Es de nuevo verano. Hacía años que no volvía a esa casa en la que había sido
tan feliz. Pero quise hacerlo, lo necesitaba. Tenía que ser en noche de luna llena. Me
invade la nostalgia, todo me lo recuerda, pero esta noche mirando la luna le pediré que
me devuelva la paz que se llevó con él.
Era nuestro ritual en esas noches sin viento, luminosas, en las que los grillos se
quedan afónicos y las plantas levantan sus hojas para recibir el frescor que la
ausencia del sol les proporciona.
Noches claras de julio. Tumbados en la arena veíamos difuminarse los colores
hasta llegar a alcanzar todas las tonalidades del gris. Gris del mar, gris de la arena,
gris del cielo, nunca iguales. Si fuera pintora sabría expresarlo mejor pero no sé ir más
allá de ese color que nos unía en un deseo: ver salir ese disco amarillo, distante y frío.
Se anunciaba con su brillo sobre un mar al que acariciaba al seguir su camino por el
cielo.
Con las manos cogidas esperábamos su llegada que nos bañaba de luz. En
esos momentos todo quedaba en calma, hasta los grillos cesaban su canto.
El espectáculo era maravilloso. Con un nudo en la garganta nos dábamos
cuenta de lo insignificantes que éramos ante ese poder mágico que tienen las noches
de luna llena. Nos imaginábamos su cara redonda mirándonos, ese rostro tallado por
las rocas que la han golpeado desde el principio de los tiempos. Permanecía impasible
ante la pasión que despertaba en nosotros.
Los hombres antiguos hicieron de ella su diosa, Selene. Para nosotros era la
diosa del Amor, de esas noches de entrega en la que se fundían hasta nuestras almas.
Todo eso pasó, pero lo que no desaparecerá nunca es el poder de esa belleza
deslizándose sobre el Mar Menor como si fuera otro faro.
Aquella noche bajé a la playa, sola, como ella. Necesitaba consuelo y esperaba
encontrarlo allí. Sentía que esa noche tu espíritu vendría a fundirse con el mío como
tantas veces, pero unas nubes negras lo impidieron.
Tan cerca estoy del mar, de la callada, señorial y oculta luna, y tan lejos de ti.

domingo, 1 de marzo de 2020


               MI TALISMÁN

Es una piedra pequeña, redonda, gris con manchitas blancas, su tamaño como el de una moneda de dos euros, suave al tacto, fue moldeada por las olas en   Salobreña, es como cualquier otra piedra de playa pero tuvo la suerte de ser rescatada del anonimato por mi abuela, “Es la piedra de dar las gracias” me dijo. Todas las noches la acaricio entre mis manos y siento que siempre hay algo por lo que merece la pena vivir.