EL
ANILLO
Me
gusta pasear por la orilla del mar, los pies hundiéndose en la arena, las olas
mojándolos con sus vaivenes, ese ruido sordo y suave que calma y adormece. Por
encima de mi cabeza veo gaviotas en busca de restos de comida que los bañistas
dejaron por descuido o por desidia. El
sol se va poco a poco detrás de los montes dejando un reguero de sangre en el
mar. A esta hora, las montañas que rodean la pequeña cala cercana a mi ciudad
van tomando tonos grises, también la arena, las rocas, hay una fantástica gama
de grises que nunca sabemos apreciar por las prisas de la vida que nos arrastra
con ella.
Esta es
mi hora mágica, el calor da paso a la brisa marina que trae aire de sal y de
historia de más de XX siglos.
Aquella
tarde no fue distinta de otras anteriores. Ya me volvía, cuando uno de los
últimos rayos hizo saltar de la arena un reflejo dorado, pensé en alguna piedra
pulida por las olas y cual no fue mi sorpresa al encontrarme con un anillo, lo
miré con detenimiento, me pareció muy antiguo, dentro tenía una inscripción y
una fecha, pero en latín y con números romanos.
Pensé
llevarlo al día siguiente al museo para que fuera expuesto como tantas otras
joyas, pero hasta mañana seria mío.
Mi
imaginación empezó a tejer historias sobre él. ¿De quien seria? no era muy
grande ¿Dedo de mujer? ¿Lo habría perdido o se habría desprendido de él con
rabia tirándolo al mar rompiendo de esa forma algún compromiso? Nunca lo
sabría.
Me lo
puse, se ajustaba perfectamente al dedo anular donde llevaba el mío, también con inscripción y fecha por dentro,
que me recordaba tantos años felices de mi vida, no había sido capaz de romper
con el pasado y renacer de nuevo cuando mi compañero murió.
Aquella
noche me dormí pensando en el anillo
¿Fue un
sueño o vino la joven Claudia a contarme su historia?
Tengo
15 años y estoy prometida en matrimonio. No me desagrada Severo, es alto,
apuesto pero un poco serio para mi gusto. El día que nuestros padres decidieron
que el enlace se podía celebrar, reunieron a las dos familias para intercambiar
los regalos de costumbre y el hombre con el que compartiría el resto de mi
vida, casi sin mirarme, puso el anillo en mi dedo. Solo dijo las palabras de
rigor. Yo pensé que al finalizar me tomaría de la mano, saldríamos a la terraza
a ver la puesta de sol y con palabras nuestras sellaríamos el compromiso. Pero
no fue así.
En poco
más de una hora me quedé sola con el anillo en mi dedo como señal de
esclavitud, sumisión, qué más da, pero no de amor.
Vivíamos tranquilos en esta ciudad mediterránea
conquistada por Escipión llamada Cartago Nova. Aun quedaban rencillas y odios
que arrastrarían varias generaciones.
Los
días siguientes estaba triste, desencantada, mi padre al verme tan abatida, me
conto la verdad. Le debía favores al padre de Severo, negocios fracasados
durante la guerra y yo había sido la forma de pagarlos. Aunque no lo creyera,
Severo estaba enamorado de mí desde que, siendo niños, compartíamos juegos al ser nuestros padres amigos. No le creí,
sentí que crecía mi desapego y mi rabia cada vez que miraba el anillo.
Se
celebró la ceremonia de la boda con lujo y boato. Duro varios días, según
costumbre entre las clases pudientes. Se habilitaron triclinium en los
jardines para descansar, comer y beber,
pudiendo ir también los invitados a las obras que se representaban en el teatro,
contratadas para tal fin.
Fue una
boda magnifica. Yo esperaba con angustia la primera noche juntos, al
sentirme unida a un hombre que no
quería.
Ya en
la cámara nupcial me dijo: No voy a obligarte a nada, poco a poco iré ganándome
tu corazón y tú decidirás cuando estas dispuesta.
¡Cobarde!
Creí que lucharía, que me sometería ¿No era lo bastante atractiva para él?¿Se
podía controlar hasta ese extremo?
Fue
pasando el tiempo sin que ninguno de los dos cambiara su posición, Pero yo
empecé a sentir algo distinto, valoraba su conversación ingeniosa, amena, interesante,
deseaba tenerlo siempre cerca, me molestaba cuando pasaba ratos concentrado en
papeles de negocios.
Una
noche, no pude más y le dije: Quédate conmigo. Me contesto que si se quedaba no
seria para vigilar mi sueño.
A
partir de esa noche fui feliz, como no había soñado poder serlo nunca.
Nuestro
amor trascendía a otra dimensión solo con una mirada, se elevaba por encima de
lo material, puede que exagere, pero estaba enamorada.
Todo
esto lo rompió unas fiebres que se extendieron por la ciudad y en semanas
terminó con muchos de sus habitantes, entre ellos mi amado Severo.
Por las
tardes voy sola con mi dolor a esta misma cala,
donde muchos siglos después tú pasearas y encontraras mi anillo.
Estaba
acariciándolo, dándole vueltas, había empezado a oscurecer cuando salto de mi mano
y cayó en la arena. Estuve buscándolo pero fue inútil. Era como si mi querido
esposo me liberara del compromiso animándome a rehacer mi vida.
Fue un
sueño aleccionador. Cuando desperté yo también pensaba así. Guarde mi
anillo en un cajón y volvería siempre a
la cala, no con el dolor de la perdida si no dando gracias por los años de
felicidad vividos.
Ese
mismo día lleve el anillo encontrado al museo, allí está, en la vitrina de los
ajuares de boda. Algunas veces paso a verlo, fue mi talismán. Me ayudó mucho en
un momento muy triste de mi vida.
¿Por
qué no pudo ser mi sueño la historia del anillo?