LA
CORBATA
Él era
ingenioso, con un gusto exquisito y le
encantaban los regalos sorpresa.
No le
importaba pasarse una tarde en los grandes almacenes hasta encontrar aquel
detalle que sobresaliera de los demás y que me provocaría un ¡¡OH!! Iluminando
mi sonrisa y premiándole con un gran abrazo.
Son ya
muchos años juntos y en pocas cosas teníamos opiniones distintas, pero en
cuestión de regalos éramos la noche y el día. Los dos temíamos la llegada de
los aniversarios, cumpleaños, Navidades etc. El por lo que tenía que fingir y
yo por tener que pasarme una tarde
buscando algo que no encontraría, produciéndome un terrible dolor de cabeza y
no digamos de pies.
Allí,
en los grandes almacenes me encontraba esa tarde, con un gran mareo, después de
haber dado varias vueltas, yo creo que por el mismo sitio, pues mi sentido de
la orientación tampoco es para “tirar cohetes”. De pronto lo vi, un maniquí con
una corbata que me llamó la atención, ahora que lo pienso no sé si lo que me
gustó fue la corbata o el portador de ella. El caso es que la compré.
Llegó
la fecha y como siempre nos juntamos toda la familia. Yo lo veía feliz,
destapando regalos que habían sido de su agrado. Cuando llegó mi turno pensaba
que esta vez si había acertado. Lo abracé y le di mi regalo. Quedé a la
expectativa mirando su expresión y con una sonrisa me dijo: Es bonita ¿Pero la
puedo cambiar?
¡Me
quedé noqueada! Era como si me hubiera golpeado el campeón de los pesos
pesados. Pensé en la tarde perdida, el dolor de cabeza, la gente hablando sin
parar…
Cogí
una rabieta grandísima, mis hijos no me
reconocían ¡Yo siempre tan comedida!
__Pues
este va a ser el último regalo que te haga, le dije y salí hecha una furia de la habitación.
La
siguiente celebración estaba cercana y ya se me había pasado el enfado pero no
quería dar mi brazo a torcer. Una tarde que había quedado con mi hija le
propuse darle el dinero y que ella comprara mi regalo para su padre, eso sí,
manteniéndolo en secreto. Le encantó la idea, es igual que él, se puede pasar
una tarde entera, no comprar nada y salir tan feliz diciendo que solo había ido
“a ver”.
Por
supuesto el regalo fue un éxito, pero con el guiño y el abrazo me demostró que
lo sabía. A partir de entonces lo hacemos así, los tres lo sabemos y los tres
salimos ganando. El no tiene que fingir más acumulando cosas que no le gustan,
ella se pasa una tarde de compras con mi dinero y yo… yo soy la mujer más feliz
del mundo sabiendo que el regalo le va a gustar y sin pasar el martirio de una
tarde en los Grandes Almacenes.