domingo, 26 de septiembre de 2021

EL PUZLE

 

Siempre recordaré como algo misterioso que me produjo un miedo inexplicable y una gran desazón, la tarde que me adentre en el bosque.

Me gusta pintar, siempre llevo los materiales necesarios para poder hacer un esbozo de alguna escena interesante, por ejemplo, los distintos colores de la luz  oscilando al atravesar las ramas de los arboles movidas por el viento, las aguas de un lago quieto, algún animal sorprendido en su hábitat etc...  Nunca tengo pensado lo que voy a pintar, me gusta dejarme llevar por los paisajes que se presentan ante mis ojos.

Esa tarde fue distinta, empezó de forma extraña, el sol se perdió antes de tiempo, no había sonidos todo era quietud, demasiada me parecía a mí. Una neblina ascendía del suelo negándome incluso ver donde ponía los pies. Ahora al recordarlo siento que sí había un sonido, no sabría explicarlo, era como si los componentes de una orquesta no tocaran el instrumento que tenían entre las manos, de un violín salía el sonido del piano o el de un oboe. Todo era confuso, suave y ligero como la pequeña brisa que hacía ascender la niebla.

Estuve tentado de darme la vuelta y encontrar el  maldito sendero que había ido desapareciendo conforme mis pasos avanzaban.

Un pájaro se puso a aletear delante de mí, acercándose y alejándose, como queriendo indicarme un camino. La curiosidad pudo más que la prudencia y le seguí.

Se paró en la chimenea de una cabaña que tenía las luces encendidas. Lo que vi parecía ser una escena tranquila, pero en mí produjo un efecto aterrador, quería salir huyendo pero los pies no me respondían. Había una anciana de espaldas a la ventana, mirando un gran puzle colgado en la pared al que le faltaban piezas. Solo caras componían el gran mural y en la mano llevaba una que volvió hacia la ventana. ¡¡Era mi cara!!

Sentí un terror infinito. ¿Quien era esa anciana? ¿Por qué tenía una pieza con mi cara?

Corrí despavorido, tropezando, cayendo al barro en el que la niebla había convertido la tierra, las ramas me fustigaban como látigos sin dueño, por fin llegue al camino y poco a poco me fui calmando.  Ya más tranquilo pensé que  no podía ser mi cara, estaba nervioso y demasiado impresionado por el entorno. Con los años fui olvidando aquella horrible tarde.

Una noche en la que venía demasiado cansado del trabajo, me acosté pronto y al intentar dormir volvieron a mi mente aquellos sucesos que yo creía olvidados, pasaban ante mis ojos como si de una película se tratase, allí estaba todo lo que vi y sentí entonces sin que faltara ningún detalle.

Pero una cosa cambio, la anciana se volvió hacia mí, su cara tenía una expresión serena, era como si me conociera de toda la vida.

Entonces hablo:

Me conoces, me viste aquella tarde en la cabaña del bosque, saliste corriendo al ver que la pieza del puzle tenia tu cara. No tenias porque haber huido, no era aun tu hora. Nadie puede venir conmigo ni un segundo antes. ¿Ves el puzle? Ya solo hay un hueco y ese sí es para tu cara.