EL
PUZLE
Siempre
recordaré como algo misterioso que me produjo un miedo inexplicable y una gran
desazón, la tarde que me adentre en el bosque.
Me
gusta pintar, siempre llevo los materiales necesarios para poder hacer un
esbozo de alguna escena interesante, por ejemplo, los distintos colores de la
luz oscilando al atravesar las ramas de
los arboles movidas por el viento, las aguas de un lago quieto, algún animal
sorprendido en su hábitat etc... Nunca
tengo pensado lo que voy a pintar, me gusta dejarme llevar por los paisajes que
se presentan ante mis ojos.
Esa
tarde fue distinta, empezó de forma extraña, el sol se perdió antes de tiempo,
no había sonidos todo era quietud, demasiada me parecía a mí. Una neblina
ascendía del suelo negándome incluso ver donde ponía los pies. Ahora al
recordarlo siento que sí había un sonido, no sabría explicarlo, era como si los
componentes de una orquesta no tocaran el instrumento que tenían entre las
manos, de un violín salía el sonido del piano o el de un oboe. Todo era
confuso, suave y ligero como la pequeña brisa que hacía ascender la niebla.
Estuve
tentado de darme la vuelta y encontrar el
maldito sendero que había ido desapareciendo conforme mis pasos
avanzaban.
Un
pájaro se puso a aletear delante de mí, acercándose y alejándose, como
queriendo indicarme un camino. La curiosidad pudo más que la prudencia y le
seguí.
Se paró
en la chimenea de una cabaña que tenía las luces encendidas. Lo que vi parecía
ser una escena tranquila, pero en mí produjo un efecto aterrador, quería salir
huyendo pero los pies no me respondían. Había una anciana de espaldas a la
ventana, mirando un gran puzle colgado en la pared al que le faltaban piezas.
Solo caras componían el gran mural y en la mano llevaba una que volvió hacia la
ventana. ¡¡Era mi cara!!
Sentí un
terror infinito. ¿Quien era esa anciana? ¿Por qué tenía una pieza con mi cara?
Corrí
despavorido, tropezando, cayendo al barro en el que la niebla había convertido
la tierra, las ramas me fustigaban como látigos sin dueño, por fin llegue al
camino y poco a poco me fui calmando. Ya
más tranquilo pensé que no podía ser mi
cara, estaba nervioso y demasiado impresionado por el entorno. Con los años fui
olvidando aquella horrible tarde.
Una
noche en la que venía demasiado cansado del trabajo, me acosté pronto y al
intentar dormir volvieron a mi mente aquellos sucesos que yo creía olvidados,
pasaban ante mis ojos como si de una película se tratase, allí estaba todo lo
que vi y sentí entonces sin que faltara ningún detalle.
Pero
una cosa cambio, la anciana se volvió hacia mí, su cara tenía una expresión
serena, era como si me conociera de toda la vida.
Entonces
hablo:
Me
conoces, me viste aquella tarde en la cabaña del bosque, saliste corriendo al
ver que la pieza del puzle tenia tu cara. No tenias porque haber huido, no era
aun tu hora. Nadie puede venir conmigo ni un segundo antes. ¿Ves el puzle? Ya
solo hay un hueco y ese sí es para tu cara.