sábado, 23 de abril de 2022

 

                          LA TRAMPA

 

Estoy a punto de morir o de pasarme años en la cárcel sin culpa alguna.

Cuando mi jefe aquella mañana, se acercó sonriente a mi despacho creí que iba a anunciarme que había conseguido el puesto. Pero no, me dio un poco de coba, lo tuyo se está estudiando, estoy seguro de que arriba valorarán tu trabajo etc... Ya estaba en la puerta cuando se volvió hacia mí y como si fuera un asunto sin importancia me preguntó si el fin de semana podía acercarme a su casa de la sierra para llevarle a su mujer un paquete que había olvidado. El tenía un viaje de negocios esos días. Pensé en mi ascenso y no pregunté más. Me dio el paquete y salió de mi despacho.

 Tenía que haber sospechado algo, pero mi candidez no tiene límites. De haberlo sabido antes le iba a llevar el paquete su “santa” madre.

Y aquí estoy en medio de un fuego cruzado entre la guardia civil y unos tipos que  quieren que se lo entregue. Mi jefe me denunció para distraer la atención de un alijo más grande.

Si salgo de esta, juro que nunca más haré la pelota a nadie.

 

                SALIRSE DEL GUIÓN

 

 

Era el final del último acto. Reproches y gritos llenaban el escenario por una supuesta infidelidad de él. Antes de bajar el telón tenía que rematar su buena actuación cayendo fulminado por un disparo.

Lo había ensayado muchas veces en casa con su mujer, personaje secundario de la compañía, con una pistola de verdad, sin cargar por supuesto.

El error fue salirse del guión y llevar el diálogo de su vida real a la escena.

Cuando en lo más álgido de la discusión, la actriz le apuntó con una pistola, sonó un disparo y él cayó al suelo, como estaba previsto, pero con un gran gesto de sorpresa en el rostro.

De entre bastidores salía un hilillo de humo. La pistola, que empuñaba su mujer, cayó al suelo

Al salirse los actores del guión le dieron la clave para tener la certeza de una infidelidad solo sospechada.

lunes, 11 de abril de 2022

 

                                      MI MAR

 

 

Mis recuerdos van y vienen como las olas que contemplo desde mi terraza, esta tarde aún fresca de primavera.

No tardará mucho en aparecer mi nieta con la mantita en la mano, porque sabe que todavía no voy a entrar. Quiero ver, como todos los días, el atardecer, ese mar tragándose el sol en el único momento que nos deja mirarle cara a cara, porque se ha hecho viejo y va a desaparecer,  aunque él volverá radiante por la mañana con sus tonos dorados sobre un mar en silencio.

Me queda ya poco tiempo para poder disfrutar de estas maravillas, por eso todo es más intenso, vivo esta magia como si fuera la última vez.

Dice mi nieta que mañana cumplo 100 años, puede ser, los recuerdos que tengo en mi memoria valdrían para tres vidas. Nací a finales del siglo XIX, de eso sí me acuerdo, en este mismo pueblo con este bendito mar de mis amores. Mi padre quería un chico para que siguiese su trabajo en el pequeño astillero donde la familia hacía barcos de pesca desde varias generaciones atrás. Me contaron que un día, conmigo en brazos, se acercó a la ventana y dijo: Hija, mira bien el mar, él nos da trabajo, alimento y nos adormece en las noches inquietas con su monótono runruneo, tienes que quererlo y cuidarlo para que él siga cuidándonos a todos. No le temas, si sabes leer en su color, sus olas, su reflejo del cielo y eres prudente, será un fiel amigo.

_Abuela ¿no quieres entrar todavía? La tarde está fresca  y aunque no te gusta que te lo diga, eres muy mayor.

_Sí cariño, ya sé que soy mayor,  pero seguiré aquí porque este mar me da fuerzas para volver a verlo mañana.

Mañana vendrás conmigo al astillero, recuerdo que me dijo mi padre, ya eres toda una jovencita a punto de cumplir 15 años. Ese será mi regalo. ¡Me lo has pedido tantas veces! Tienes que saber que para conseguirlo he tenido un pequeño disgusto con tu madre, ella opina que no es el sitio de una joven “casadera”, sí eso ha dicho, no te rías, pero yo quiero que mi hija sea una mujer fuerte que luche entre hombres y que sepa llevar el negocio. Está decidido, a partir de mañana vendrás todos los días.

Cuanto te agradecí papá que pensaras así. Yo creo que he colmado todas tus expectativas.

_Abuela ¿En qué piensas?  Vamos dentro, no te vayas a enfriar que mañana es tu cumpleaños y vienen todos a felicitarte.

_Siéntate aquí  a mi lado y disfruta de este momento mágico. ¿Te he contado como conocí a tu abuelo? Seguramente más de un millón de veces, pero me apetece recordarlo ahora.

Mi trabajo en el astillero molestaba a todo el pueblo. Las mujeres me miraban con recelo y yo creo que también con un poco de envidia, aunque lo disimulasen  en nombre de las conveniencias sociales. Los hombres no admitían que una mujer pudiera darles órdenes, muchos me negaron el saludo, pero el que yo quería se atrevió a enfrentarse a todos pidiendo mi mano. Unos decían que si por mi dinero, otros buscaban la razón en alguna inmoralidad oculta etc... Pero él no necesitaba mi dinero y por suerte tampoco se dedicaba al negocio del mar, tenía marjales de tierra plantados de caña de azúcar que le proporcionaban unas buenas rentas.

_ Sí abuela, ya me lo has contado, pero me gusta oírlo, ten ponte mi pañuelo en el cuello y sigue contándome tu historia, si te apetece.

_ Fuimos muy felices, cada uno con su negocio, no te puedo negar que intentó que lo dejara en más de una ocasión, sobre todo en los embarazos, pero yo era fuerte y esos paseos por la playa  vigilando el astillero me daban vida.

¿Te he contado que cuando era pequeña, en las noches de luna bajaba todo el pueblo a la playa a bañarse? Las mujeres con sus largas sayas negras y los niños gritando y jugando a su alrededor. Si nos hubieran visto desde arriba parecería algo de brujería, un aquelarre o algo así. ¡Cómo ha cambiado todo! Pero ese olor a algas, las olas regodeándote el cuerpo y el sabor a sal en la boca  son uno de mis mejores recuerdos.

_Sería divertido ser niño entonces ¿Verdad abuela? Una vez me contaste que hicisteis en los astilleros un pequeño yate y se lo regalaste al abuelo, con un gran lazo azul atado a uno de los palos, cuando celebrasteis las bodas de plata. No me acuerdo del nombre ¿Cómo se llamaba?

_Le llamamos “MI MAR”, con él nos aficionamos a navegar cerca de la costa y tu abuelo se rebeló como un estupendo marino. Lo sacábamos en verano y cada vez íbamos un poco más lejos. Siempre seguí los consejos de mi padre. ¡Qué sensación de libertad! Nos tumbábamos en cubierta para ver desaparecer el sol, como ahora, pero entonces nunca dudaba de volver a verlo al día siguiente.

No me pesan los años vividos, que han sido muchos, siempre he podido contarle mis penas al mar y llorar en él, que recogía mis lágrimas reconociéndolas como suyas por el sabor a sal.

Dame tu mano y quédate conmigo, ya falta poco, el sol va formando ríos rojos sobre su superficie, y yo iré cerrando los ojos deseando como siempre poder ver otro atardecer.