MI MAR
Mis
recuerdos van y vienen como las olas que contemplo desde mi terraza, esta tarde
aún fresca de primavera.
No
tardará mucho en aparecer mi nieta con la mantita en la mano, porque sabe que
todavía no voy a entrar. Quiero ver, como todos los días, el atardecer, ese mar
tragándose el sol en el único momento que nos deja mirarle cara a cara, porque
se ha hecho viejo y va a desaparecer,
aunque él volverá radiante por la mañana con sus tonos dorados sobre un
mar en silencio.
Me
queda ya poco tiempo para poder disfrutar de estas maravillas, por eso todo es
más intenso, vivo esta magia como si fuera la última vez.
Dice mi
nieta que mañana cumplo 100 años, puede ser, los recuerdos que tengo en mi
memoria valdrían para tres vidas. Nací a finales del siglo XIX, de eso sí me
acuerdo, en este mismo pueblo con este bendito mar de mis amores. Mi padre
quería un chico para que siguiese su trabajo en el pequeño astillero donde la
familia hacía barcos de pesca desde varias generaciones atrás. Me contaron que un
día, conmigo en brazos, se acercó a la ventana y dijo: Hija, mira bien el mar,
él nos da trabajo, alimento y nos adormece en las noches inquietas con su
monótono runruneo, tienes que quererlo y cuidarlo para que él siga cuidándonos
a todos. No le temas, si sabes leer en su color, sus olas, su reflejo del cielo
y eres prudente, será un fiel amigo.
_Abuela
¿no quieres entrar todavía? La tarde está fresca y aunque no te gusta que te lo diga, eres muy
mayor.
_Sí
cariño, ya sé que soy mayor, pero
seguiré aquí porque este mar me da fuerzas para volver a verlo mañana.
Mañana
vendrás conmigo al astillero, recuerdo que me dijo mi padre, ya eres toda una
jovencita a punto de cumplir 15 años. Ese será mi regalo. ¡Me lo has pedido
tantas veces! Tienes que saber que para conseguirlo he tenido un pequeño
disgusto con tu madre, ella opina que no es el sitio de una joven “casadera”, sí
eso ha dicho, no te rías, pero yo quiero que mi hija sea una mujer fuerte que
luche entre hombres y que sepa llevar el negocio. Está decidido, a partir de
mañana vendrás todos los días.
Cuanto
te agradecí papá que pensaras así. Yo creo que he colmado todas tus
expectativas.
_Abuela
¿En qué piensas? Vamos dentro, no te
vayas a enfriar que mañana es tu cumpleaños y vienen todos a felicitarte.
_Siéntate
aquí a mi lado y disfruta de este
momento mágico. ¿Te he contado como conocí a tu abuelo? Seguramente más de un
millón de veces, pero me apetece recordarlo ahora.
Mi
trabajo en el astillero molestaba a todo el pueblo. Las mujeres me miraban con
recelo y yo creo que también con un poco de envidia, aunque lo disimulasen en nombre de las conveniencias sociales. Los
hombres no admitían que una mujer pudiera darles órdenes, muchos me negaron el
saludo, pero el que yo quería se atrevió a enfrentarse a todos pidiendo mi
mano. Unos decían que si por mi dinero, otros buscaban la razón en alguna
inmoralidad oculta etc... Pero él no necesitaba mi dinero y por suerte tampoco
se dedicaba al negocio del mar, tenía marjales de tierra plantados de caña de
azúcar que le proporcionaban unas buenas rentas.
_ Sí
abuela, ya me lo has contado, pero me gusta oírlo, ten ponte mi pañuelo en el
cuello y sigue contándome tu historia, si te apetece.
_
Fuimos muy felices, cada uno con su negocio, no te puedo negar que intentó que
lo dejara en más de una ocasión, sobre todo en los embarazos, pero yo era
fuerte y esos paseos por la playa
vigilando el astillero me daban vida.
¿Te he
contado que cuando era pequeña, en las noches de luna bajaba todo el pueblo a
la playa a bañarse? Las mujeres con sus largas sayas negras y los niños
gritando y jugando a su alrededor. Si nos hubieran visto desde arriba parecería
algo de brujería, un aquelarre o algo así. ¡Cómo ha cambiado todo! Pero ese
olor a algas, las olas regodeándote el cuerpo y el sabor a sal en la boca son uno de mis mejores recuerdos.
_Sería divertido
ser niño entonces ¿Verdad abuela? Una vez me contaste que hicisteis en los
astilleros un pequeño yate y se lo regalaste al abuelo, con un gran lazo azul
atado a uno de los palos, cuando celebrasteis las bodas de plata. No me acuerdo
del nombre ¿Cómo se llamaba?
_Le
llamamos “MI MAR”, con él nos aficionamos a navegar cerca de la costa y tu
abuelo se rebeló como un estupendo marino. Lo sacábamos en verano y cada vez
íbamos un poco más lejos. Siempre seguí los consejos de mi padre. ¡Qué
sensación de libertad! Nos tumbábamos en cubierta para ver desaparecer el sol,
como ahora, pero entonces nunca dudaba de volver a verlo al día siguiente.
No me
pesan los años vividos, que han sido muchos, siempre he podido contarle mis
penas al mar y llorar en él, que recogía mis lágrimas reconociéndolas como
suyas por el sabor a sal.
Dame tu
mano y quédate conmigo, ya falta poco, el sol va formando ríos rojos sobre su
superficie, y yo iré cerrando los ojos deseando como siempre poder ver otro
atardecer.