LA TRAMPA
Estoy a
punto de morir o de pasarme años en la cárcel sin culpa alguna.
Cuando
mi jefe aquella mañana, se acercó sonriente a mi despacho creí que iba a
anunciarme que había conseguido el puesto. Pero no, me dio un poco de coba, lo
tuyo se está estudiando, estoy seguro de que arriba valorarán tu trabajo etc...
Ya estaba en la puerta cuando se volvió hacia mí y como si fuera un asunto sin
importancia me preguntó si el fin de semana podía acercarme a su casa de la
sierra para llevarle a su mujer un paquete que había olvidado. El tenía un
viaje de negocios esos días. Pensé en mi ascenso y no pregunté más. Me dio el
paquete y salió de mi despacho.
Tenía que haber sospechado algo, pero mi
candidez no tiene límites. De haberlo sabido antes le iba a llevar el paquete
su “santa” madre.
Y aquí
estoy en medio de un fuego cruzado entre la guardia civil y unos tipos que quieren que se lo entregue. Mi jefe me
denunció para distraer la atención de un alijo más grande.
Si
salgo de esta, juro que nunca más haré la pelota a nadie.
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