A LA
SOMBRA DEL HÉROE (Este relato ha participado en el concurso de Cartagineses y Romanos año 2024)
He
mandado que me suban a cubierta y reposo sobre mi capa que tiene olor de mil
batallas, desde aquí veo el mar, ese mar de mi infancia en Cartago y el mismo
cielo de un azul infinito, no distingo bien el uno del otro, será por la fiebre
que me producen las heridas de la última batalla. Di orden de zarpar
rápidamente desde Italia, quiero ver
pronto las costas de mi querida Cartago, si tengo que morir allí descansaré
tranquilo rodeado de los míos y si no llego, que me arrojen a este mar que
tantas veces he atravesado con honores de victoria o con tristezas de derrota,
aquí mi espíritu navegará recorriendo las costas, las islas, mi vida y mi
historia.
Soy
Magón Barca, hijo de Amílcar y hermano pequeño del Gran Aníbal de quien fui su
mano derecha, siempre lo he amado y respetado y aunque mis logros en Hispania
fueron muchos, se que la historia se
olvidará de mí eclipsado por el nombre de Aníbal que seguirá pronunciándose a
través de los siglos. Pero estoy orgulloso de haber sido un líder capaz de la
caballería como lo demuestran las emboscadas a los romanos en Hispania e
Italia.
Mi
nombre significa grande o mago, alguien que sabe sacar provecho de lo más
difícil y difícil era reclutar tropas prometiendo, sin haberlo conseguido aún,
el oro del Sil o la plata de Qart Hadast. He sido un gran negociador, alagaba y
colmaba de regalos a los jefes de las tribus hispanas y así conseguir hombres
para el ejército de Cartago.
Estamos
pasando cerca de una isla, no la reconozco pero recuerdo todas y cada una de
ellas, he navegado hasta el mar que hay más allá de Gades buscando hombres y
riquezas, pero la que estará siempre en mi corazón es una del Mar Nuestro, en
la que fundé una ciudad a la que di mi nombre, a esa isla fui a contratar los
mejores honderos y reclutarlos para nuestras filas pero hice un mal negocio y
mi corazón quedó atrapado en la profundidad de unos ojos negros y un cascabeleo
de risas en el aire. Se llamaba Adama y partir de entonces navegamos juntos,
pero Magón será nuestro destino final, las suaves colinas que bajan hacia el
mar en bosques de pinos, el aire limpio, la paz que necesitaré después de tanta
guerra, ese creía yo que sería mi final, pero el destino que no le pide permiso
ni a los poderosos decidió que no fuera así.
No
éramos conquistadores como Roma, no imponíamos nuestras leyes, ni nuestros
dioses, descendemos de un gran pueblo de comerciantes, el Fenicio, pactábamos
con las tribus para el intercambio de mercancías, pero nuestros barcos eran
hundidos y eso nos llevó a las guerras con Roma. Queríamos tener el dominio
absoluto del mar.
Veo
pasar nubes blancas, el aire salino me reseca los ojos y mi boca parece
contener arcilla, me cuesta respirar, tengo que llegar, solo necesito un poco
más de tiempo, mientras van y vienen retazos de mi vida que no quiero olvidar.
Otra
ciudad importante para mí, aunque de tristes recuerdos es Qart Hadast la ciudad
de las minas de plata, no he visto puerto más abrigado y seguro. Cuando estás
dentro las grandes montañas lo protegen y sientes que allí nunca llegará la
guerra.
Los
recuerdos llegan a mi mente como las piedras de una playa tropezando unas con
otras para quedar inmóviles en la orilla hasta que una ola más fuerte las
vuelva a llevar rodando buscando el camino o el recuerdo que habías dejado
atrás.
Aníbal
estaba preparando una expedición a Roma desde Qart Hadast. Había noticias de
que los romanos, con la excusa de la toma de Sagunto por nosotros, estaban
formando un gran ejército al mando de Escipión el africano que se uniría a la
gran armada de Cayo Lelio, salirle al encuentro o aprovechar para un golpe
genial atacando a la misma Roma, era la idea que se discutió en el último
consejo cartaginés, porque dudábamos encontrar los apoyos necesarios, ser
traicionados por alguna tribu que tuviera un pacto anterior con Roma o encontrar el ingente material de hombres y
pertrechos que necesitaba semejante aventura.
Aníbal,
nuestro héroe, mi querido hermano también dudaba. Eso tendría como consecuencia
dejar casi desprotegida esta pequeña y maravillosa ciudad. Estos recuerdos me
producen un gran dolor, yo insistí en la expedición y también en quedarme a
defenderla ante el consejo cartaginés,
siempre pensé que era inexpugnable, sus altas murallas y su mar interior
eran su mejor defensa. Después de días de deliberaciones se aceptó mi propuesta
y los dioses saben que no fue por ganar más honores, a mi entender no podíamos
dejar sin defensa esa zona tan importante del Mar Nuestro.
Aquello
fue un terrible error, tenía entonces 34 años y la sangre me hervía solo con oír
mencionar a los malditos romanos, que adivinaban nuestros pensamientos y nos
iban adelantando en la guerra.
Estoy
en un duermevela a causa de la fiebre pero aquella aciaga noche no dormía, con la
bella Adama recostada a mi lado pensaba que sería de ella y de todos nosotros
si mi plan estratégicamente concebido fallaba, solo contaba con 1000 soldados y
los que habíamos armado de entre los habitantes de Qart Hadast.
Cuando
me avisaron de que se divisaba una gran armada, aun lejos del puerto, puse en
marcha mi plan, 500 hombres bien armados defenderían la ciudadela y otros 500
el cerro consagrado a Asclepio. Sabiendo que Escipión estaba acampado en otra
de las colinas cercanas, hice una salida con 2000 habitantes de la ciudad, para asustar a los atacantes. Ese fue mi gran
error, tenía que haberme quedado dentro a defenderla, como se acordó en el Consejo.
La lucha fue durísima, una verdadera carnicería. Cuando tuve noticias de que
los romanos habían conseguido pasar las murallas y que también se luchaba en la
zona del mar interior al ser abiertas
las puertas por un esclavo traidor, quise volver con los pocos hombres que me
quedaban, pero era imposible, decían que no quedaba ser viviente en la ciudadela
y huí, huí destrozado con graves heridas. Mi pensamiento era llegar a Cástulo,
contratar mercenarios para volver, y reconquistar la bella ciudad.
Pero el
destino no lo quiso así. Fui contratando mercenarios por Hispania y me dirigía
a Gades para cerrar tratos cuando me llegó la noticia de la muerte de nuestro hermano Asdrúbal
cuando intentaba unirse a Aníbal en Italia. Con rabia y dolor en el alma tomé
una decisión, partir para Italia. Esa sería mi tercera expedición a esa
península y nunca volvería a Qart Hadast.
Después
de reunir un ejército de casi 70000 hombres en aquella llanura de Elipa, en la
Galia Cisalpina fui herido. Eso significaba que la última oportunidad de Aníbal
para recibir algún refuerzo nunca llegaría. Cartago no conseguiría cambiar el
curso de la guerra.
Los dioses no me permitieron morir en la
batalla como un soldado, moriré aquí, en este barco y deseo que al recordar mi
historia sean magnánimos.