jueves, 26 de septiembre de 2024

LOS SONIDOS DE LA VIDA

 

LOS SONIDOS DE LA VIDA

 

Estaban sonando las campanadas en el reloj de la catedral, llegaba tarde a la cita, había tardado demasiado en arreglarme, también influyó en la demora la música que estaba oyendo, Serrat es siempre una buena idea, yo la tatareaba a la vez y no me di cuenta de la botellita de perfume que con ese “clic” característico del cristal se estrello contra el suelo, llenando la habitación de un delicioso perfume.

Acababa de poner el pie en la calle cuando a mis espaldas oí la voz enlatada de siempre “Cierra la puerta al salir, gracias”, sonreí pensando que esa puerta siempre se cierra sola.

El ruido de la ciudad era ensordecedor a esa hora, coches, sirenas, obras que parecen no tener fin, pero allí fluía la vida y sus sonidos.

No había acertado con los zapatos, el tacón era muy fino y el sonido que hacía sobre el asfalto era acompasado como un reloj de pared y en mi andar rápido las pulseras le hacían de coro.

Crucé la calle y de mi bolso salió el aviso característico de un whatsApp , dos, tres, no eran importantes, silencié el teléfono, ya llegaba demasiado tarde.

En un semáforo un perro se acercó a oler mi pierna y por lo visto no le gustó pues empezó a ladrar de forma agresiva por mucho que el dueño le gritara que se callara y tirara de la correa, un niño que iba en silleta se asustó y empezó a llorar, como solo saben hacerlo los niños de “silleta”, el semáforo parecía que tardaba más que nunca en cambiar.

Por fin llegue a la plaza donde tenía mi cita, en el suelo de losas grandes de piedra mis tacones hacían un sonido distinto, yo era la misma y ellos también pero el pavimento le daba un sonido mucho más profundo, mi amiga al verme arrastro la silla para levantarse produciendo otro sonido distinto en la misma piedra. El abrazo fue sincero, hacía tiempo que no nos veíamos y nuestras voces se unieron a las de las personas que había alrededor, obligándonos a subir el tono para poder oírnos.

Llegó el camarero y pedimos la consumición que al traerla deparó nuevos sonidos, la del líquido contra el vaso fue fresco, burbujeante muy diferente del de la cucharilla rozando la taza de café que yo había pedido.

Pensé en los sonidos que se habían colado en mi cerebro en ese poco tiempo y los que por cotidianos se me habrían escapado, no podemos asimilar todo lo que oímos y entonces me di cuenta del ruido que hacemos al vivir.

 

 

 

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