domingo, 18 de julio de 2021

La goleta

Este año, como todos desde hace tiempo, voy a pasar mis vacaciones (no debería llamarlas así ya que los jubilados disfrutamos de vacaciones continuadas) en un pueblo de la costa, con lugares bonitos para excursiones y también playas de arena fina por las que dejar mis huellas cuando el sol sale por el horizonte para hacerme compañía.

Soy viudo, no tengo hijos y mi compañera se fue demasiado pronto dejándome en la frontera de la nada, ni joven para empezar una nueva vida que no me apetecía, ni mayor para sentarme a contemplar añorante mis recuerdos.

Sigo haciendo las mismas cosas que hacíamos juntos y una de ellas era recorrer el litoral, cada año en una playa distinta.

Las casas de alquiler para poco tiempo suelen ser muy parecidas. Pocos muebles, más bien baratos y feos. Sólo lo imprescindible, sin personalidad, sin recuerdos de anteriores inquilinos, sin ese olor que guardan las casas cuando son habitadas largo tiempo.

Por eso contraté la oferta que vi en Internet y decía así: Matrimonio alquila su casa situada en un pueblo de la costa a 5 km del mar, por tener que viajar a Francia a ver a su hija que ha dado a luz (muchas explicaciones me parecían). Nunca lo hemos hecho. Cuídenla como si fuera suya y, por favor, no toquen nada de la biblioteca. Tiene un gran valor sentimental.

El anuncio les costaría una pasta, muy agobiados debían estar pues se notaba a la legua que el solo pensamiento de que personas ajenas tocaran, usaran y tuvieran sus cosas les parecía poco menos que una violación.

Habían tenido suerte. Por mí no habría problemas, respetaría su voluntad.

El coche me llevó directamente a la puerta (milagros de la tecnología). Lo primero que me sorprendió fue lo bien cuidada que estaba. Tenía un pequeño jardín con muchas flores en jardineras y en maceteros distribuidos elegantemente. Tendría que cuidarlo y eso me gustaba. No más de seis escalones lo separaban de la puerta principal. Era una vivienda unifamiliar, antigua, con clase. El interior tampoco me defraudó. Tapicerías, cortinas y muebles denotaban un gusto exquisito. Allí latía la vida, se podía percibir el olor de otras personas, el cariño por cada uno de los objetos. Su espíritu seguía estando allí aunque ellos estuvieran lejos.

Dejé el poco equipaje en el dormitorio. En un jarrón, sobre una pequeña mesa, se consumían las últimas flores que pusieron antes de irse. Era como un detalle de bienvenida y también como una advertencia: Éste es nuestro hogar, respétalo.

Cada vez estaba más contento con mi elección. Iban a ser unas vacaciones distintas, sentí que la casa me acogía sin recelo.

Al fondo del pasillo había una puerta cerrada, al abrirla no pude contener un ¡Oh! de admiración. Era un lugar mágico. Con las contraventanas entornadas, los pocos rayos de sol que se colaban iban iluminando estanterías llenas de libros, todo muy ordenado y limpio. Una mesa de camilla y dos butacones completaban la decoración que, con la lámpara de pie, formaban un bonito rincón para pasar las tardes de invierno con un libro en la mano.

Al mirar una pequeña estantería que había al lado de la puerta los vi. Eran varias maquetas de barcos antiguos hechos a mano, en madera. Me acerqué para examinarlos con más detalle y quedé fascinado con el que ocupaba un lugar principal. Era una goleta. No le faltaba detalle. Había sido hecha por manos expertas y con mucho cariño. Sus dos mástiles bien erguidos. El más alto, el de mesana, tenía su aparejo formado por las velas áuricas (cangreja y escandalosa) y las de cuchillo (foques y velas de estay), es decir, velas dispuestas en el palo siguiendo la línea de la crujía, de proa a popa en vez de montadas en vergas transversales como las velas cuadradas.

Para un antiguo marino como yo, enamorado del mar, encontrar un tesoro así en una casa de alquiler rayaba en lo impensable. Pero ahí estaba.

El timón manejable a la popa con su pala que se supone sumergida. Una pequeña ancla unida por la soga al cabrestante que giraría dócilmente al sumergirse ésta en el agua. Pero aún tenía más detalles, Las velas muy blancas y proporcionadas, le daban un toque de elegancia y categoría a la maravillosa goleta.

Las puertas que daban paso a las bodegas y a los camarotes, colocadas sobre pequeñas elevaciones horizontales, se desplazaban dejando al descubierto unas pequeñas escaleras de las que colgaban sendos faroles que se encendían al abrirlas.

No sé cuánto tiempo permanecí extasiado mirándola. Tenía que conocer a los dueños de la casa y darles las gracias por los días que me habían dejado disfrutar de su hogar y de todas esas maravillas.

Cuando se cumplió el tiempo de mi alquiler me trasladé a la pensión del pueblo. Tenía que conocerlo, que me enseñara su arte, le pagaría por ello, no me importaba quedarme, alquilaría allí una casa y pasaría el invierno. No había nada que me atara a otro lugar y allí había encontrado lo que buscaba desde hacia tiempo, una nueva ilusión en la que emplear lo que me quedara de vida

Todas las mañanas pasaba por la puerta de aquella casa mágica que fue mía por un tiempo, buscando en las ventanas signos de vida dentro.

Un día lo vi salir. Tendría más o menos mi edad. Me acerqué a presentarle mis respetos comunicándole la idea de quedarme si él me aceptaba como alumno. Me di cuenta, después de las presentaciones, que solamente hablaba yo, comentando lo bien que había estado en la casa y sobre todo alabando los barcos de madera. Él escuchaba con una sonrisa tímida, como el que recibe felicitaciones que no merece.

Cuando terminé de expresarle todo mi entusiasmo, sonrió divertido y me dijo: Está usted en un error, yo no entiendo nada de barcos. Ésos y muchos más que va regalando a los amigos son obra de mi mujer. Su padre era marino y ella también lo hubiera sido de haber nacido en esta época. Entonces enfocó su pasión por la construcción de maquetas de barcos antiguos con los que ha ganado varios premios, el más importante fue precisamente la goleta. Pero ella no está aquí. Yo sólo he venido a darle una vuelta a la casa y a ver cómo se había portado nuestro inquilino y le felicito de corazón pues todo está como lo dejamos.

Yo vuelvo a Francia donde pasaremos todavía una larga temporada. Si tuviéramos necesidad de alquilarla de nuevo no lo dude, usted sería el elegido.

Nos despedimos amigablemente. El verano no fue baldío. Disfruté de una hermosa casa y había encontrado algo que despertó mis ganas de volver a vivir, no dejarme arrastrar hacia la nada como estaba haciendo, sin ilusiones, sólo viendo pasar los días. Quería trabajar la madera y llegar a hacer barcos  como los que me acompañaron durante estas vacaciones.  

4 comentarios:

  1. Sin pausa y sin prisa he leído los nuevos relatos q me has mandado, saboreando cada palabra, cada frase y quedando como siempre a la espera y ávida de q lleguen muchos más te doy las gracias por enviármelos y te vuelvo a decir q eres la mejor y ahora me dejas con ganas de más escritos .preciosos q seguro q seguirán fluyendo de tu pluma👏👏👏👏
    No sabia q entendías tanto de marinería. Te quiero cuídate mucho, espero poder acercarme a verte una tarde de estas, te avisaré 💖💋💋💋💋

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  2. Un relato repleto de sorpresas, todas muy agradables e imaginativas. Nos enseña a controlar los juicios previos (los prejuicios) porque no sabemos cómo la autora va a proponer la historia y caemos en la tentación de adelantarnos para luego encontrarnos la sorpresa.
    Muy bueno, querida Milagros.
    🤩🤩🤩

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Un precioso relato que como siempre lleva un gran mensaje

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