LA FLOR
DEL HIBISCO
Se
sorprendió mirando el cristal de la estantería que reflejaba el jardín donde un
gran hibisco rosa dejaba caer sin tristeza, sus maravillosas flores sabiendo
que al día siguiente serian sustituidas por otras y quién sabe si aún más
bellas.
Hacía
años que le había dado la espalda a la vida, un mal tropiezo, un desengaño, su
manera de ser, todo eso metido en una coctelera y agitado (no batido, como
decía 007) salía la persona que era ahora, oscura, amargada, sin tiempo para
nada que no fueran reproches.
Tenía
que haber actuado de otra manera, la culpa es mía, no entiendo a la gente, no
me gusta la sociedad en la que me ha tocado vivir, esas y muchas más eran sus
quejas con las que llenaba los días.
Pero
ese atardecer, viendo la vida efímera de esa flor tan bella, empezó a pensar.
Sintió que los remordimientos no sirven, nunca arreglan lo que has hecho mal,
si acaso valen para que no lo vuelvas a hacer.
Con
tristeza por el tiempo perdido en lamentaciones, salió por la puerta del jardín que nunca usaba,
hizo un gran esfuerzo mental para poder sentarse en el balancín que tanto le
gustaba antes y donde creía que se habían gestado todas sus desgracias. Pero el
balancín solo era un objeto, no podía haber influido en su decisión, como
tampoco la música, la suave brisa de la noche o el cielo estrellado. Solo ella
era dueña y responsable de sus actos. Se equivocó y lo había pagado con creces
pero, ¿No tenía derecho como la flor del hibisco a renacer?
Llamaría
a esa persona a la que tanto echaba de menos, no sería un perdón, si no un
“vamos a vivir”. Cambiaria, había más vida y en ese instante al dejar atrás la
pesada mochila con la que cargaba hacia años, comprendió que podía ser feliz.
Volver a empezar...
ResponderEliminarComo ella, deberíamos ser capaces de vivir el presente sin reprocharnos continuamente lo que dejamos atrás. Rectificar, si es posible, pero con intención de ser feliz y expandir esa felicidad día a día
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