sábado, 10 de octubre de 2020

 EL MAR PEQUEÑO.

A principio de los años 60 del pasado siglo, cayó en mis manos propaganda de “La Manga Un Paraíso”. Eso decía el folleto y allí me fui. Era impactante ver esa lengua de roca donde chocaban las olas dejando su espuma en una tierra amarilla de dunas. Pero lo que más me llamó la atención fue que delante de esa muralla había otro mar, casi cerrado, sin olas, y en su interior tenía islas que se reflejaban en él como en un espejo. Seguramente se habrían replegado detrás de la muralla huyendo de los fuertes oleajes.

Mi idea era disfrutar las vacaciones en alguno de esos pueblecitos costeros, que inicialmente habrían sido solo de pescadores, y hacer excursiones para conocerlos todos. Me sorprendieron tantas palmeras casi a orillas del agua salada. Vi un volcán apagado al que las rocas en su cima, daban la forma de un dragón.

El primer baño fue increíble, el agua cubría poco, llegué nadando hasta una zona en que se hacía más oscura. El paisaje submarino era maravilloso, algas danzantes, pececillos con rayas negras, caracolas que dejaban una senda en la arena del fondo y hasta un caballito de mar que se me acercó con graciosos movimientos, sin temor. Al salir a la orilla y secarme un poco al sol, tenía la piel blanca de sal. Fueron unas vacaciones estupendas, pero pasaron cosas en mi vida que me impidieron volver.

Un día leí en la prensa una cosa que no podía creer. Ese mar pequeño, ese precioso lago azul se estaba muriendo. Ya no había algas, ni peces, ni caballitos de mar. En la foto tenía un color marrón grisáceo. ¿Cómo habían podido destruir esa maravilla?

Desperté sudando, había sido solo una pesadilla, ese verano decidí volver a pasar allí mis vacaciones.

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