OTRA CLASE DE AMOR
El niño
no entendía porqué cuando salía de la guardería y se acercaba corriendo hasta
su madre, esta no lo recibía con los brazos abiertos, bajándose a su altura
para darle un gran abrazo como hacían las otras madres, solo le cogía la mano y
con una gran sonrisa le preguntaba como lo había pasado.
Al niño
llego un momento en que esto dejó de importarle, porque su madre siempre estaba
allí. Le traía golosinas y juguetes pequeños que compraba en el Kiosco de la
esquina.
No
conoció a su padre y tampoco pregunto nunca. Era feliz con ese cariño distinto
pero que se palpaba en las miradas, los gestos y en la protección que nunca le
faltó con ella.
Por las
tardes, al volver del colegio se quedaba un rato en la calle jugando con los amigos.
Un día un niño le preguntó porqué su madre cuando iba a recogerlo, nunca lo
besaba ni abrazaba hasta dejarlo sin respiración, el no supo que contestar,
solo dijo: ella es así.
Pasaron
los años y el muchacho pensaba: Mi madre es diferente, pero me quiere mucho,
nunca me ha faltado nada, me ayuda en todo desde esa distancia que ella marca,
siempre está dispuesta a sacrificarse por mí y eso vale tanto como los besos y
abrazos muchas veces dados por la fuerza
de la costumbre.
Cuando
intentaba besarla me ofrecía la mejilla con un gesto de resignación o cuando llegaba sudoroso, alegre por haber
ganado un partido y se me iban los brazos para rodearla, ella me sentaba a su
lado mientras escuchaba muy atenta lo que yo, con nerviosismo, le contaba explicándole
lo bien que había jugado o los goles que había metido. Hablábamos mucho. La
mejor hora del día era después de la cena, cuando le ayudaba a recoger y nos
sentábamos a comentar como se había desarrollado la jornada.
Cuando
fui mayor me di cuenta de que mi madre era incapaz de mostrar sus emociones.
Un día
de confidencias, me contó que en el orfelinato donde había pasado su infancia,
cuando menos visible te hicieras, mejor. Allí no había besos ni abrazos, solo
castigos.
La
habían dejado incapaz de saber lo maravilloso que es el roce de los labios de
un hijo en la mejilla o de los tuyos buscando su pelo, su cuerpo pequeño para
abrazarlo y llenarlo de besos.
Pero no
se fue de esta vida sin aprenderlo, de eso mis hijos tienen la culpa, derramo
en ellos todos los besos, abrazos y caricias imaginables que tenía aplastados
en el corazón, pugnando por salir durante tantos años.
Muy bonito. Me ha encantado
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste relato ayuda a que miremos hacia nuestro interior y.....pensemos.Gracias
ResponderEliminarEs muy emotivo. Me ha gustado mucho
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