lunes, 15 de febrero de 2021

 

                               EL SUEÑO AMABLE

Desperté dentro de mí sueño. Un sueño amable y recurrente que me acompañaba cada noche desde hacía algún tiempo.

Era como un cuadro, mis ojos pasaban sobre él lentamente intentando  grabar todos sus elementos en mi cerebro. No era un mal sueño hasta que esa horrible mañana al despertar, me vi formando parte del cuadro. Ya no era estático, se movía, tenía sonidos, luces cambiantes, las nubes discurrían por el cielo y esos pájaros pintados habían cobrado vida, volaban y piaban a mí alrededor.

Me senté en una piedra para analizarlo con detalle, me lo sabía de memoria, no faltaba nada.

En lo alto de la loma estaba el castillo blanco al que se llegaba por un solitario sendero, lo primero que me produjo desasosiego fue ver que por él desfilaban, a diferencia de mi sueño, unos seres vestidos de negro cantando salmodias  como en procesión, parecía que andaban pero no avanzaban intentando llegar al castillo.

La nieve, que en el cuadro eran telas blancas dejadas caer desde arriba, se había convertido en un velo gris sucio que arrastraba animales muertos. De pronto, el conejo que estaba escondido en ella saltó a mis brazos sollozando y suplicándome que lo salvara. El terror me paralizo. Hacia nosotros se acercaban dos pájaros enormes, uno blanco y otro negro gritando: ¡Tienes que escoger! ¿Escoger entre qué? Les pregunte, pero sobrevolaron mi cabeza  dirigiéndose al castillo. El conejo mirándome fijamente a los ojos me dijo: ¡Tú puedes cambiarlo! ¿Cambiar qué? Le contesté y sin saber muy bien lo que hacía lo arroje a la nieve sucia. El miedo me supero, tenía los pies clavados en el suelo cuando me di cuenta de que los arboles silenciosos se desplazaban hacia mí formando un circulo para encerrarme en él.

De pronto se me ocurrió  que mi salvación podía ser llegar al castillo, allí estaría la contestación a todas las preguntas y sobre todo a la más importante: ¿Por qué estoy aquí?

Corrí hacia el sendero pero los arboles me impedían el paso azotándome con sus ramas, me separaba de él la nieve gris, intente cruzarla pero me hundía cada vez más, los golpes me llegaban por todos lados, agarré una de ellas y conseguí cruzar. 

Las figuras de negro habían cambiado de dirección, ahora se movían avanzando hacia mí. Ese cuadro tan apacible que yo veía por las noches era el mal, que atrapa al hombre con sus encantos y bonitas formas hasta que dando la cara lo hace su esclavo y cuando no le sirve lo arroja al torrente sucio y gris.

Yo corría alocado, podía pasar a través de los cuerpos de las figuras negras cuyos rostros tenían una mueca horrible de ironía y pavor. Ahora podía oír la salmodia “Nosotros también lo intentamos” repetían al unísono.

Cuanto más me acercaba al castillo la oscuridad crecía, quedando solo él iluminado por un resplandor extraño.

El cuadro empezó a doblarse desde abajo como un rollo de papel, atrapando en su interior todos los elementos que lo componían. Estaba muy cerca, mis pies eran de plomo, no llegaría nunca a la puerta que parecía entreabierta.

De mí tiraban dos fuerzas opuestas una oscura y otra con la misma luz del castillo. Eran los pájaros grandes que seguían diciéndome: ¡Escoge! Por fin llegue a la puerta pero la fuerza negra me hizo retroceder algunos metros y cuando ya el rollo vivo casi me alcanza, haciendo un esfuerzo sobrehumano conseguí entrar.

En ese momento todo desapareció de mi vista, me encontraba en mi cama sudoroso y aterrado.

El sueño me había dado una lección. El camino del bien sería difícil pero si lo intentaba de verdad ganaría la batalla.

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Como lección está muy bién, pero más que sueño amable parece una pesadilla de Stephen King

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