jueves, 26 de agosto de 2021

Marcelo

¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes? La misma cantinela todos los días al despertar. Y, a mi lado, Marcelo con la bandeja del desayuno. Nada de cosas “buenas”. Todo muy sano y ecológico.

Cuando te dice esa frase alguien que no sea un robot le respondes cosas como, “bueno, podría estar mejor”, o también, “para los años que tengo…no del todo mal” y un sinfín de frases más que cualquiera entendería. Pero Marcelo no. A él tienes que contestarle, bien o mal, sin datos intermedios. Un día quise explicarle que había dormido mal y me dolía un poco la cabeza. Entonces comenzó a marcar el código, a desarrollar el programa, a aplicar el protocolo y, por mucho que le dije que se me pasaría, al día siguiente amanecí en el hospital. Eso sí, con Marcelo de pie a mi lado y su sempiterna pregunta ¿cómo te sientes? Por supuesto le contesté que muy bien y nos fuimos a casa.

Al principio me pareció una buena idea. Después de la pandemia de los años 20 que, aunque estamos ya finalizando el siglo, aún campa a sus anchas por algunos lugares del mundo, se cerraron todas las residencias de ancianos y nos mandaron a casa. El que la tuviera, claro.  Para los demás, “papá estado” proveería. Pero no nos mandaron solos  sino con un cuidador o cuidadora ayudante para que no nos saltásemos las reglas.

Había varios modelos adaptados a los presupuestos de cada uno. Yo escogí uno con aspecto humano. Guapo, cachas, en fin, lo que me apetecía tener al lado en ese momento. Ya que no tenía compañero sería un buen sustituto. Tenía una conversación agradable, era culto y no molestaba demasiado. Pero un día tuvimos una discusión sobre... ya ni me acuerdo y me acaloré bastante. Creo que hasta me subió la tensión por la cara de susto que puso al mirarme y, desde entonces, me da la razón en todo. Es una lata. Así no hay conversación inteligente pues parece que, al darme siempre la razón, me toma por tonta.

También tiene ventajas. Gracias a él puedo salir a la calle, bajo su supervisión por supuesto, y cruzarme de lejos con otras personas en la misma situación que yo.

Es triste donde hemos llegado  al final de nuestras vidas.  Yo me encuentro bien y estoy decidida a ir adaptándome a todo lo que el futuro me depare. No pienso tirar la toalla.

Esto de los robots es otro negocio para los que controlan el mundo. En tiempos fueron las mascarillas, los geles desinfectantes, los EPI, las vacunas y, ahora, el negocio redondo: Los robots personalizados, como en su tiempo fueron los móviles.

Los jóvenes pueden salir solos hasta que cometen la primera infracción a las reglas establecidas. Entonces tienen dos salidas: reclusión domiciliaria durante tres meses o adquirir, previo pago, un acompañante que los vigile. Todo esto, dicen, es por nuestro bien, pero ¡menudo negocio!

No he sido nunca muy efusiva en mis manifestaciones de cariño pero siempre había a quien darle un abrazo, un beso, o cogerle la mano en señal de apoyo. Parece mentira, con lo poco que me gustaba, que lo eche tanto de menos.

A mi familia solo la puedo ver a través del ordenador y con Marcelo al lado, no se me vaya a escapar algo que no sea políticamente correcto.

Las redes sociales campan a sus anchas por el mundo. Cada vez hay en ellas, aparte de las cosas positivas que también abundan, más comentarios estúpidos y aberrantes, aunque con un poco de criterio y bastante práctica puedes llegar a diferenciar la verdad de la mentira.

Un día estaba jugando al ajedrez con Marcelo y conseguí hacer una buena jugada ganándole. No lo pude remediar. Aunque tenemos prohibido tocarlos, estaba enfrente mía sonriente, contento, tan humano que me levanté y antes de que pudiera hacer nada le di un sonoro beso en la mejilla. Fue terrible. Se le rompieron todos los circuitos. Tuve que llamar a la central de robots para que lo arreglaran y, después de la regañina, me mandaron otro que tuve que pagar. Marcelo no tenía arreglo. Por lo visto mi beso fue demasiado apasionado. 

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