¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo te sientes? La misma cantinela todos los días al despertar. Y, a mi lado, Marcelo con la bandeja del desayuno. Nada de cosas “buenas”. Todo muy sano y ecológico.
Cuando
te dice esa frase alguien que no sea un robot le respondes cosas como, “bueno,
podría estar mejor”, o también, “para los años que tengo…no del todo mal” y un
sinfín de frases más que cualquiera entendería. Pero Marcelo no. A él tienes
que contestarle, bien o mal, sin datos intermedios. Un día quise explicarle que
había dormido mal y me dolía un poco la cabeza. Entonces comenzó a marcar el
código, a desarrollar el programa, a aplicar el protocolo y, por mucho que le
dije que se me pasaría, al día siguiente amanecí en el hospital. Eso sí, con
Marcelo de pie a mi lado y su sempiterna pregunta ¿cómo te sientes? Por
supuesto le contesté que muy bien y nos fuimos a casa.
Al
principio me pareció una buena idea. Después de la pandemia de los años 20 que,
aunque estamos ya finalizando el siglo, aún campa a sus anchas por algunos
lugares del mundo, se cerraron todas las residencias de ancianos y nos mandaron
a casa. El que la tuviera, claro. Para
los demás, “papá estado” proveería. Pero no nos mandaron solos sino con un cuidador o cuidadora ayudante para
que no nos saltásemos las reglas.
Había
varios modelos adaptados a los presupuestos de cada uno. Yo escogí uno con
aspecto humano. Guapo, cachas, en fin, lo que me apetecía tener al lado en ese
momento. Ya que no tenía compañero sería un buen sustituto. Tenía una
conversación agradable, era culto y no molestaba demasiado. Pero un día tuvimos
una discusión sobre... ya ni me acuerdo y me acaloré bastante. Creo que hasta
me subió la tensión por la cara de susto que puso al mirarme y, desde entonces,
me da la razón en todo. Es una lata. Así no hay conversación inteligente pues
parece que, al darme siempre la razón, me toma por tonta.
También
tiene ventajas. Gracias a él puedo salir a la calle, bajo su supervisión por
supuesto, y cruzarme de lejos con otras personas en la misma situación que yo.
Es
triste donde hemos llegado al final de
nuestras vidas. Yo me encuentro bien y
estoy decidida a ir adaptándome a todo lo que el futuro me depare. No pienso
tirar la toalla.
Esto de
los robots es otro negocio para los que controlan el mundo. En tiempos fueron
las mascarillas, los geles desinfectantes, los EPI, las vacunas y, ahora, el
negocio redondo: Los robots personalizados, como en su tiempo fueron los
móviles.
Los
jóvenes pueden salir solos hasta que cometen la primera infracción a las reglas
establecidas. Entonces tienen dos salidas: reclusión domiciliaria durante tres
meses o adquirir, previo pago, un acompañante que los vigile. Todo esto, dicen,
es por nuestro bien, pero ¡menudo negocio!
No he
sido nunca muy efusiva en mis manifestaciones de cariño pero siempre había a
quien darle un abrazo, un beso, o cogerle la mano en señal de apoyo. Parece
mentira, con lo poco que me gustaba, que lo eche tanto de menos.
A mi
familia solo la puedo ver a través del ordenador y con Marcelo al lado, no se
me vaya a escapar algo que no sea políticamente correcto.
Las
redes sociales campan a sus anchas por el mundo. Cada vez hay en ellas, aparte
de las cosas positivas que también abundan, más comentarios estúpidos y
aberrantes, aunque con un poco de criterio y bastante práctica puedes llegar a
diferenciar la verdad de la mentira.
Un día estaba jugando al ajedrez con Marcelo y conseguí hacer una buena jugada ganándole. No lo pude remediar. Aunque tenemos prohibido tocarlos, estaba enfrente mía sonriente, contento, tan humano que me levanté y antes de que pudiera hacer nada le di un sonoro beso en la mejilla. Fue terrible. Se le rompieron todos los circuitos. Tuve que llamar a la central de robots para que lo arreglaran y, después de la regañina, me mandaron otro que tuve que pagar. Marcelo no tenía arreglo. Por lo visto mi beso fue demasiado apasionado.
Te encariñas con Marcelo.
ResponderEliminarQue no lleguemos a eso
ResponderEliminar