LOS
LIBROS
El
hombre mayor de pelo blanco y paso cansado, llevaba esposadas las manos, la
cabeza alta y el abrigo de paño oscuro con el que se cubría había pasado de
moda hacía mucho tiempo, ahora hombres y robots vestían el mismo uniforme de
colores chillones con la insignia que hacía referencia a su trabajo bien
visible en el centro del pecho.
Ya faltaba
poco para la sala donde tenía que celebrarse el juicio, este había creado mucha expectación pues los informativos de la
única cadena de TV y la red social mundial, llevaban semanas hablando
machaconamente de él.
Iba a
ser un juicio por rebeldía, por saltarse las normas establecidas y no aceptar
el pensamiento único que les había sido dado y consensuado entre hombres y máquinas
de todo el mundo.
Llegaron
a la sala. El juez, humano, estaba en lo alto del estrado y más abajo los
robots que memorizarían todo lo que allí se iba a decir. El fiscal era un
androide de rasgos perfectos y sonrisa que inspiraba confianza. El anciano por
el contrario, había elegido para su defensa a un humano casi tan mayor como él
pensando, que podría entender mejor los motivos que le habían llevado a esa situación.
Empezó
la exposición del fiscal.
Señorías:
A este hombre despreciable se le acusa de tener en su poder LIBROS y señalo un paquete que había en su
mesa envuelto en algo transparente en el que se podían leer algunos nombres:
Cervantes, Shakespeare, Las mil y una noche, Platón, La Divina Comedia, entre
otros y siguió diciendo el fiscal: todos libros subversivos y prohibidos por
desviarse del pensamiento único. La creatividad siempre ha sido mala para los
humanos, los ha enfrentado a unos contra otros, se han hecho guerras por ideas
o por intereses económicos que favorecían solo a unos cuantos. ¿Pero la idea
ganadora era la mejor? No, Era la más fuerte, la más poderosa y con mejores
medios para llevarla a cabo. El pensamiento único acabo con todo esto. ¡Alabado
sea!
A
continuación el fiscal subió al estrado a una anciana que aseguro haber visto
al acusado en su juventud, entrando en
esos antros ya desaparecidos de maldad y desinformación llamados librerías y
bibliotecas. Tanto le costó decir esas dos palabras que tuvieron que darle un
vaso de agua para qué se tranquilizara.
El
defensor hizo lo que pudo, quedándose dentro de lo políticamente correcto sin
señalarse mucho, sabiendo que el juicio estaba perdido de antemano.
El
jurado dictó su fallo: CULPABLE.
El juez
muy serio golpeo con el mazo dando por terminada la sesión, mientras arrugaba
con tristeza un papel que llevaba en el bolsillo de su chaqueta y que decía
así:
“Con
esto poco a poco llegué al puerto a quien los de Cartago dieron nombre….
Lo
había aprendido de pequeño y como él muchos otros leían a escondidas. No se
perdería la cultura ni la diversidad de pensamientos con que la humanidad había
ido enriqueciéndose a lo largo de tantos siglos, tendrían que tener paciencia,
pero el ingenio, la creatividad, la imaginación, en resumen el pensamiento
individual del ser humano no podría ser doblegado por esos nuevos tiranos.
Futurista y espeluznante relato que, a pesar de ello, deja puerta abierta a la esperanza .... digno de "Fahrenheit 451 o Mad Max"
ResponderEliminarRelato distópico al estilo de 1984 de Orwell. Desgraciadamente, la cultura de la cancelacion ya nos está dejando pinceladas del pensamiento único en nuestro día a día. El veredicto del jurado era previsible, no así la reacción del juez. Y el guiño a Cartagena, lo mejor de todo :-) Me ha gustado mucho.
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