EL
JARDÍN DE LOS HIBISCOS
Ya
estoy de nuevo en el jardín de los hibiscos, este año no están tan frondosos, se
fumigaron y parece que renacen, es una maravilla la naturaleza, ver las hojitas
en miniatura y al día siguiente se han multiplicado y van creciendo a una vida
nueva. Ojalá nosotros pudiéramos hacer lo mismo pero un año se nota mucho
cuando eres mayor, no brotan en ti ilusiones como las hojas del hibisco, es
verdad que cada día es un regalo del que muchos no han podido disfrutar y hay
que dar gracias por ello pero lo hacemos con menos fuerza, con menos convicción, la mente
se “aturulla”, las rodillas crujen, vas más despacio y todo eso te recuerda que
la hoja de tu vida ya está marrón y pendiente de un débil tallo. Así tiene que
ser pero qué difícil es hacerse a la idea…
Mirando
al jardín vuelvo a mi juventud con nostalgia, mis hijos pequeños, mi compañero
del alma, que me dejó sola en este jardín hace ya muchos años, los partidos de
fútbol viéndolos sentada en las escaleras, esas que ahora me cuesta trabajo
subir, mientras se hacia la comida. Un día trajeron un futbolín de verdad, de
los grandes, a los mellizos le llegaba la cara a la altura de los mandos y su
padre los ponía de espectadores detrás de las porterías para que no se hicieran daño.
Los
campeonatos de ping-pong, las bajadas a la playa en el 127 que hacíamos furgoneta
para que cupieran también los amigos de los niños, las meriendas con la familia, los días de
tirar las cometas desde el monte y tantas y tantas cosas que es mi juventud la
que vive en esta casa, pero cuando tengo que cogerme bien al bajar las
escaleras la realidad me planta cara.
Esos
días no volverán pero agradezco haberlos vivido.