HORAS,
MINUTOS, SEGUNDOS.
El
tiempo había sido siempre su problema, más bien su falta para poder llevar a
cabo lo que en su imaginación pensaba como aficiones interesantes, pero el
trabajo y la familia lo ocupaban todo.
Era
feliz aunque le faltaba algo que fuera solo suyo y empezó a escribir,
encontraba un gran placer en ello y no le quitaba mucho tiempo.
En sus
historias siempre había un reflejo de ella, de sus inquietudes, de sus deseos,
de lo que haría cuando” tuviera más tiempo”. Escribía relatos de lo más variado
hasta se atrevió con alguna escena de teatro, otra de sus grandes aficiones para”cuando
tuviera tiempo”. Y así era feliz con la familia y compartiendo con sus
personajes otra parte de la vida.
Pasaron
los años, los hijos crecieron y se fueron de casa, quedó sola con su compañero
y llegó la jubilación, podía empezar con algunas cosas siempre pospuestas, el
yoga le gustaba, ejercicio y relajación. Por supuesto siguió con sus relatos.
Parecía
que esa felicidad no iba a terminar nunca pero su marido murió y ella con él,
después de tanto luchar, esperando, siempre esperando había perdido lo que más
quería, su amante, su amigo, su compañero, su confidente, pues todo eso y mucho
más era su marido para ella. Dejó de escribir, solo hacía un diario que llamaba
“de mi soledad”, pero con eso hundía más el cuchillo en la herida.
Ahora que le sobraba tiempo no sabía ni
quería utilizarlo, sus fantasías de juventud eran un pobre sucedáneo de lo que
había perdido, ¿Se puede reciclar una persona a partir de los sesenta años?
Llevas encima una mochila de recuerdos que te aplastan. Se fue haciendo a la
idea de bajar el último tramo sola y así empezó a ir a conferencias en la Universidad
de mayores. De eso hace ya muchos años, poco a poco fue retomando actividades y
empezando otras, la vida le había dado otra oportunidad. Lo que nos lleva hacia
atrás son los recuerdos, no hay que olvidarlos pero no anclarse en ellos, hacia
delante nos llevan los sueños y estos no hay que perderlos nunca.
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