viernes, 13 de marzo de 2020


EL DESAMPARO        

El teléfono sonó una sola vez. Ésa era la señal. Había quedado con una amiga para escapar de esa cárcel, la peor de todas, la que te ata el alma, te anula como persona, te maltrata, pero de forma tan sibilina, que no te das cuenta de ello y poco a poco vas cayendo en el pozo donde dejas de ser tú.
Su marido era psicólogo, ella había sido su enfermera largo tiempo. Sabía de su altruismo, de su bondad y cariño que ofrecía sin límites a sus pacientes. Algunos, ya curados, volvían para tener largas charlas con él, pidiéndole consejo para tal o cual asunto.
Eso la enamoró, aunque con ella no era nunca así. Lo disculpaba pensando que, al trabajar para él, quería guardar las distancias. Por eso, cuando le pidió matrimonio, no se lo pensó y le dijo inmediatamente que sí. Creía que al dejar de ser su empleada el trato hacia ella cambiaria, tendría todo el amor, la comprensión y la delicadeza conque trataba a sus pacientes.
Pero se equivocó. Todo empezó a ir peor. No quiso que siguiera trabajando, él que siempre había defendido que el trabajo de la mujer  la haría libre.
Tuvieron una hija. Durante un tiempo ése fue su refugio pero terminó pronto. Su marido decidió que había que llevarla a una guardería para que no pesara sobre la niña, durante toda su vida, la influencia materna.
Lo acepto sumisamente. Aún estaba  enamorada de ese dios que ella misma había fabricado.
 Se volvió a quedar sola. Un día, rompiendo el silencio que reinaba siempre entre ellos, él  le habló con esa  voz cálida y envolvente que usaba con sus pacientes.
Le explicó que tenía un experimento en mente, que ya había empezado con ella. Era la persona idónea, no podía negarse. Quería escribir un libro sobre la total anulación de la mujer por un macho dominante, sin maltrato físico y sin que ella se diera cuenta de los escalones que, de tiempo en tiempo, iba bajando en su autoestima.  Naturalmente aceptó colaborar. Pensó que ella era fuerte y podría superarlo y, a la vez, le ayudaría en su  importante investigación. Aún no se daba cuenta del crimen que se iba a cometer en su persona. Sólo pensaba en recuperar el cariño de su marido, si este cariño alguna vez había existido. Sentía que de esa manera estarían más unidos y cuando acabara, si tenía éxito, serían un matrimonio normal, no el científico y su conejillo de indias.
Se dejó llevar. Había conseguido un poco de paz, su espíritu estaba más tranquilo.
Pero todo estalló cuando una amiga, a la que no veía desde hacia tiempo, la llamó para tomar un café y ponerse al día en lo que había sido la vida de ambas.
No podía salir sin permiso y sabía que le controlaba el móvil, pero las ganas de verla fueron mayores que el miedo y se fue.
En ese café, donde su amiga al principio no la reconoció, se dio cuenta del horror al que estaba sometida. No tenía que haberse prestado al experimento. Se lo contó todo. Idearon un plan, escaparía de allí con su hija.
El timbre del teléfono fue la señal. Bajó corriendo las escaleras, quería llegar a la guardería antes de que su marido la localizara, pero fue inútil. La niña no estaba. Sólo le entregaron un sobre a su nombre.
Temblando lo abrió y tuvo que sentarse para no caer. “Sé lo que estás tramando. No lo conseguirás. La niña y yo iremos a casa a la hora de siempre. Seguiremos con el experimento. Ya queda muy poco para acabar el libro y entonces seremos libres los dos”
De camino a casa pensaba que la única solución era una bañera de agua bien caliente y un cuchillo. Cuando la encontraran habría un gran escándalo. Ésa sería su venganza. El libro nunca se publicaría por ser un experimento con resultado de muerte. Ella sabía que había sido un éxito, pero todavía le quedaba algo de ese “Yo” que él creía anulado debajo de amenazas, ridículos, negaciones y oprobios, para llevar a cabo esa última decisión libremente.
Pero la verdad saldría a la luz. Cuando su amiga se enterara iría a la policía, lo contaría en las redes sociales, en las que era una experta y su caso se haría “viral”. El sacrificio no sería en vano, serviría para que otras mujeres no convirtieran al “tirano” en un Dios y supieran detectar en los primeros síntomas eso, que nada tiene que ver con el amor.









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