A LA DERIVA
Amanecía
el primer día de un nuevo año. Desde mi cama veía al sol hacer guiños
llamándome a la vida, pero estaba decidida a no ir a su encuentro. ¿Para qué?
¿Qué vida? Todo seguiría igual allí fuera, no tenía ya fuerzas para enfrentarme
de nuevo a un mundo al que no pertenecía. Algo dentro de mí se había apagado.
Pensé que sería la ilusión, el deseo de aprender algo nuevo, la curiosidad
quizás, no sé, pero mi mundo había desaparecido. También sabía que tendría que
adaptarme o sería el fin.
Nunca
había sentido tanto silencio dentro y fuera de mí, no tenía ganas de romperlo.
Tuve
que hacer un gran esfuerzo de voluntad para levantarme pensando, en que iba a
emplear las largas y tediosas horas del día.
Antes
lo programaba todo como si yo fuera la dueña del tiempo, que solo corría para
satisfacer mis deseos. Ahora en cambio me dejo llevar, aunque tengo que
contenerme para no mirar constantemente el reloj como hacia cuando participaba
de la vida.
Me doy cuenta de que no era la dueña de nada,
sino la prisionera de esas horas, esos minutos, ese tiempo que quería adaptar a
mi conveniencia, pensando siempre que el que vendría me traería algo mejor.
¡Qué
tonta fui! No disfrute del presente como debía y ahora solo tengo PRESENTE,
pero estoy decidida, ya no se me va a escapar.
Por supuesto que no vas a dejar escapar ni un segundo
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