sábado, 30 de enero de 2021

 

                LA CASA DE LOS GUZMAN

Me llamo Octavio soy arquitecto y este verano he decidido pasar mis pocos días libres yendo a algún pueblo perdido de la España “vaciada”. Había recorrido algunos y casi siempre encontraba un tesoro en forma de joya arquitectónica, que me servía para enfrentarme a nuevas ideas o nuevos estilos en los que inspirarme. Casi siempre estaban en un penoso abandono, pero estudiándolas con tranquilidad me decían cosas de su pasado esplendor e incluso de las costumbres de quienes las habitaron.

Sin pensarlo dos veces, me fui a perderme con mi perro Argos por esa Castilla milenaria y olvidada.

Alquilé una pequeña casa rural donde pasar esos pocos días y muy de mañana,  antes de que el sol quemara demasiado, salía a pasear por los alrededores del pueblo.

El silencio era grandioso, solo se oía el sonido del cereal casi agostado, agitado por el viento.

Esa mañana al final de la senda la vi, era una gran casa, casi un palacete. Me sorprendió lo bien conservada que estaba aunque no parecía tener vida en su interior.

Era de estructura rectangular de dos plantas, la de abajo con ventanas y contraventanas de buena madera y protegidas por unas rejas de hierro con maravillosas filigranas y dibujos, que mas parecían salidas de la mano de un pintor que de la forja. El piso tenía una balconada hacia la calle con el mismo enrejado, a la cual se abrían tres puertas de madera tallada. Los laterales también con balcones aunque más pequeños, le daban una bonita simetría vista desde cualquier ángulo.

En la parte trasera del piso superior se veía la esquina de una terraza, que debía ser grande por lo que podía apreciar desde mi lugar de observación.

Rodeando la casa había un gran jardín, no muy descuidado, con grandes árboles, senderos a los que se asomaban macizos de flores, algunas de ellas desconocidas para mí, una gran pérgola por la que trepaban buganvillas de varios colores, bancos de piedra con patas simulando garras de animales y hasta una fuente con la talla de una joven de tez oscura sosteniendo un cántaro por donde debía de salir el agua. Era un jardín de diseño antiguo y por lo que se podía apreciar, hecho con cariño.

Cercando casa y jardín, había una valla alta con barrotes de hierro terminados en punta de flecha que me permitieron apreciar desde la lejanía todos estos detalles.

Delante de la puerta principal había también un pequeño espacio con macizos de flores, algunas ya secas, pero no por ello se dejaba de apreciar la armonía de formas y de colores.

Se accedía a la puerta principal por cuatro escalones flanqueados por barandas en forma de medio arco, todo ello de mármol de buena calidad pues el paso del tiempo le había hecho poca mella.

En la puerta principal alternaba la madera, la forja y cristales opacos de diversos colores.

Busque una piedra del camino para sentarme y observarla a gusto. Me dio la impresión de una casa hecha desde el cariño para albergar un hogar en ella, pero al mismo tiempo sentía que estaba rodeada por un halo de silencio, tristeza, cansancio de haber sobrevivido a desgracias y seguir presentando buena cara.

Me sacó de mis pensamientos el sonar de unos cascabeles, pues avanzando por el camino se veía venir en medio de la polvareda, un gran rebaño de cabras. Con él apareció el pastor que me saludo cordialmente. ¿Le gusta la casa? ¿Usted no es de por aquí? ¿Tiene intención de comprarla? Sonreí al verme asediado por tantas preguntas que encontré natural viniendo de una persona que pasa el día en soledad, al encontrar a alguien con quien echar un cigarro, como dijo ofreciéndome uno.

A todo le conteste con el mismo agrado, comentándole que tenia curiosidad por saber algo de familia que había vivido en ella.

¡Ah sí! Contesto, buscándose un sitio para acomodarse a mi lado mientras las cabras retozaban en el campo vigiladas por sus perros, la familia Guzmán, por lo que se comenta en el pueblo no fueron muy felices. Vivían en ella un matrimonio mayor, hidalgos decían que eran, no sé si se habrá dado cuenta del escudo que corona la casa, (pues no me había dado cuenta, en mi descargo diré que desde el observatorio improvisado, casi no se veía). Tenía esta pareja un hijo mozo, pero al igual que en estos tiempos, la hidalguía y el dinero casi nunca van juntos y el joven marcho a hacer las Américas, quedando aun la casa más triste y silenciosa. Daba pena ver al matrimonio, ya anciano, salir por las tardes a pasear muy arreglados, como de boda ¡vamos! Y saber que a la vuelta solo tendrían sobre la mesa un mendrugo de pan y la caridad de los vecinos.

Pasaron los años, los ancianos murieron y la casa con ellos.

Un día llego la gran noticia, el hijo había vuelto rico y con una familia, su mujer y un hijo. No escatimo dinero para darle a la casa el esplendor, que ni el mismo había conocido. El gran secreto era la joven esposa, el pueblo deseaba conocerla pero parecía que se escondía de todos. Cuando finalizaron los arreglos tuvo lugar una gran fiesta, todos estaban invitados, ¡Por fin conocerían a la dueña! Cuando bajo por la escalinata que daba al jardín, todo el mundo admiró su belleza y la elegancia de sus movimientos, solo tenía una cosa en su contra, era demasiado morena, era una mujer negra. De la mano llevaba a su hijo, un niño de unos cuatro años, con ojos muy grandes y curiosos que se aferraba a su falda con miedo. Fue la habladuría de la fiesta. Todo el mundo se esforzó por aparentar que el color no importaba, que la casa se llenaría de risas y felicidad, que se visitarían como amigos, pero no fue así.

La casa no salió del silencio, la joven no  se adapto. No podía soportar las miradas esquinadas e hipócritas de sus vecinos, cuando salía de paseo con su hijo, los corrillos que se formaban y las miradas mal intencionadas y hasta lascivas de algunos hombres que se sentían con derecho a hacerlo solo por el color de la piel.

Ella cada vez salía menos hundiéndose en la tristeza y su marido cada vez hacia más vida social. Salía todas las tardes elegantemente vestido y volvía a su casa cuando el sol ya asomaba. Según las malas lenguas, estaba probando otros colores.

Un día en la casa ocurrió una gran desgracia, la joven murió según decían tirándose desde la terraza, no pudiendo soportar más las infidelidades de su marido y las risas burlonas de la gente al pasar.

El joven cogió a su hijo y se marcharon de nuevo a América, pero nunca abandono la casa que restauró con tanto cariño y donde creía que tendría un verdadero hogar. Todos los años mandaba dinero al Alcalde para su mantenimiento y ese dinero sigue llegando hasta hoy.

Se despidió el cabrero, agradeciéndole que compartiera conmigo la historia de la casa de los Guzmán.

Los días que estuve en el pueblo, no deje de ir con Argos todas las mañanas a sentarme en la misma piedra y crear con mi fantasía,  otra historia más feliz para esa bonita y señorial casa.

 

 

 

1 comentario:

  1. Muy conseguida la descripción. Es fácil imaginarse el entorno y la casa.

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