miércoles, 10 de marzo de 2021

 

                                     MUJERES OLVIDADAS

Había dejado de llover, del suelo se elevaba un vapor oloroso, vivificante, ese olor a tierra húmeda, lo impregnaba todo. A lo lejos el sol seguía su curso hacia las cumbres nevadas. Que maravilloso silencio el del atardecer.

Sentada en la terraza de la casa común, la hermana Mercedes recordaba momentos de su vida, contemplando el paisaje que había sido su compañero desde que llego a este lugar perdido en África, hacia ya más de sesenta años.

Nací en Madrid en la primera mitad del siglo xx. Estudié medicina para dedicarme a ayudar a los demás, pero después de ejercer unos años en un gran hospital, sentía que me faltaba algo, eso no era lo que había soñado desde niña. Un día entré en la capilla, estaba solitaria, el silencio me envolvía, era agradable tener unos minutos para mirar hacia mi interior. No fue un arrebato, lo llevaba sintiendo hacia tiempo, pero en ese momento lo decidí. Me iría de misionera a un lugar donde verdaderamente hiciera falta. Había visto reportajes llenos de injusticias, violaciones, maltrato y esa monstruosidad de las ablaciones a niñas al cumplir los doce años. Daria mi tiempo y mi vida con gusto, si con ello podía remediar algo de todas esas atrocidades.

Después de un viaje en el que usamos, yo creo, todo tipo de transportes llegamos al poblado cuatro Hermanas más y yo, con una mochila llena de ilusiones que pronto se vio vaciada por los inconvenientes que encontramos para realizar nuestra labor.

Acompañadas por el sacerdote fuimos a ver al jefe de la tribu, el cual nos dejo bien claro lo que podíamos y no podíamos hacer. Nada de niñas en la escuela. Al día siguiente empezamos a transportar el material para construirla. Ya habría tiempo para convencerlo.

Los hombres pasaban el día trabajando  en los campos  o con el ganado y mientras ellos no estaban, las mujeres no podían salir de casa. No nos habían prohibido visitarlas y eso hicimos. Ayudándoles nos fuimos ganando su amistad y dándoles razones, desbaratamos los prejuicios que tenían sobre nosotras.

Las más valientes hablaban por las noches con sus maridos, contándoles lo que habían aprendido en el día. No se necesita un aula para enseñar a quienes lo están deseando.

 Al ver los bonitos trabajos que hacían con las ramas de un arbusto que crecía a orillas del riachuelo, decidimos consultarle al jefe de la tribu si le parecería bien que se vendieran a los poblados vecinos, repartiendo con él los beneficios. Hizo como que lo pensaba durante unos minutos y acepto con algunas reservas, solo podrían ir mujeres casadas con el permiso de sus maridos. Por supuesto lo aceptamos al ser el principio de algo que prometía.  Ellas, al contar con dinero propio se sentían más seguras y hasta eran capaces de mantener sus opiniones. Paso algún tiempo y decidimos que trabajaran en el hospital, con un pequeño sueldo. Ellos se opusieron al principio a que estuvieran en las salas con otros hombres y ayudaran en las curas, pero pronto se dieron cuenta que así el dinero se quedaba en el poblado. Aprendían rápido, eran formales y no desatendían sus casas.

 Habían pasado ya muchos años desde nuestra llegada, cuando reunimos a todos en la escuela y les proyectamos unos videos sobre la terrorífica mutilación genital de las niñas y sus consecuencias llegando incluso a la muerte, como habían comprobado por desgracia muchas veces. Solo queríamos que pensaran y llegaran a considerar a sus mujeres y a sus hijas seres humanos distintos pero con los mismos derechos.

 Estoy muy cansada, soy ya muy mayor y ¡queda tanto por hacer! Pero la semilla esta puesta, otras mujeres recogerán los frutos e irán llenando sus mochilas de nuevos logros.

¡Qué preciosa esta la tarde! La ilusión que me trajo aquí está colmada con creces. He sido muy feliz. Algunas de aquellas niñas, que al principio no dejaban ir a la escuela, consiguieron estudiar en la capital y han vuelto para seguir con la labor que hace más de sesenta años comenzaron unas pobres monjas sin más interés que ayudar a las más desfavorecidas del mundo: Las mujeres y las niñas.

Este escrito quiere ser un pequeño homenaje a esas misioneras, que han hecho un trabajo silencioso arriesgando muchas veces su salud y sus vidas por los demás.

 

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho. Es un homenaje muy merecido.

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  2. Muy bonito homenaje a todas esas misioneras que, dejando atrás familia y comodidades, han dado su vida para mejorar la de las demás. Ellas son un excelente ejemplo a destacar en el día internacional de la mujer.

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  3. Es un homenaje muy bonito. Seria estupendo que esa maravillosa labor fuera más visible

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