MUJERES
OLVIDADAS
Había
dejado de llover, del suelo se elevaba un vapor oloroso, vivificante, ese olor
a tierra húmeda, lo impregnaba todo. A lo lejos el sol seguía su curso hacia
las cumbres nevadas. Que maravilloso silencio el del atardecer.
Sentada
en la terraza de la casa común, la hermana Mercedes recordaba momentos de su
vida, contemplando el paisaje que había sido su compañero desde que llego a este
lugar perdido en África, hacia ya más de sesenta años.
Nací en
Madrid en la primera mitad del siglo xx. Estudié medicina para dedicarme a
ayudar a los demás, pero después de ejercer unos años en un gran hospital,
sentía que me faltaba algo, eso no era lo que había soñado desde niña. Un día
entré en la capilla, estaba solitaria, el silencio me envolvía, era agradable
tener unos minutos para mirar hacia mi interior. No fue un arrebato, lo llevaba
sintiendo hacia tiempo, pero en ese momento lo decidí. Me iría de misionera a
un lugar donde verdaderamente hiciera falta. Había visto reportajes llenos de
injusticias, violaciones, maltrato y esa monstruosidad de las ablaciones a
niñas al cumplir los doce años. Daria mi tiempo y mi vida con gusto, si con
ello podía remediar algo de todas esas atrocidades.
Después
de un viaje en el que usamos, yo creo, todo tipo de transportes llegamos al
poblado cuatro Hermanas más y yo, con una mochila llena de ilusiones que pronto
se vio vaciada por los inconvenientes que encontramos para realizar nuestra
labor.
Acompañadas
por el sacerdote fuimos a ver al jefe de la tribu, el cual nos dejo bien claro
lo que podíamos y no podíamos hacer. Nada de niñas en la escuela. Al día siguiente
empezamos a transportar el material para construirla. Ya habría tiempo para
convencerlo.
Los
hombres pasaban el día trabajando en los
campos o con el ganado y mientras ellos
no estaban, las mujeres no podían salir de casa. No nos habían prohibido visitarlas
y eso hicimos. Ayudándoles nos fuimos ganando su amistad y dándoles razones,
desbaratamos los prejuicios que tenían sobre nosotras.
Las más
valientes hablaban por las noches con sus maridos, contándoles lo que habían
aprendido en el día. No se necesita un aula para enseñar a quienes lo están
deseando.
Al ver los bonitos trabajos que hacían con las
ramas de un arbusto que crecía a orillas del riachuelo, decidimos consultarle
al jefe de la tribu si le parecería bien que se vendieran a los poblados vecinos,
repartiendo con él los beneficios. Hizo como que lo pensaba durante unos
minutos y acepto con algunas reservas, solo podrían ir mujeres casadas con el
permiso de sus maridos. Por supuesto lo aceptamos al ser el principio de algo
que prometía. Ellas, al contar con
dinero propio se sentían más seguras y hasta eran capaces de mantener sus
opiniones. Paso algún tiempo y decidimos que trabajaran en el hospital, con un
pequeño sueldo. Ellos se opusieron al principio a que estuvieran en las salas
con otros hombres y ayudaran en las curas, pero pronto se dieron cuenta que así
el dinero se quedaba en el poblado. Aprendían rápido, eran formales y no
desatendían sus casas.
Habían pasado ya muchos años desde nuestra
llegada, cuando reunimos a todos en la escuela y les proyectamos unos videos
sobre la terrorífica mutilación genital de las niñas y sus consecuencias
llegando incluso a la muerte, como habían comprobado por desgracia muchas
veces. Solo queríamos que pensaran y llegaran a considerar a sus mujeres y a
sus hijas seres humanos distintos pero con los mismos derechos.
Estoy muy cansada, soy ya muy mayor y ¡queda
tanto por hacer! Pero la semilla esta puesta, otras mujeres recogerán los
frutos e irán llenando sus mochilas de nuevos logros.
¡Qué
preciosa esta la tarde! La ilusión que me trajo aquí está colmada con creces.
He sido muy feliz. Algunas de aquellas niñas, que al principio no dejaban ir a
la escuela, consiguieron estudiar en la capital y han vuelto para seguir con la
labor que hace más de sesenta años comenzaron unas pobres monjas sin más
interés que ayudar a las más desfavorecidas del mundo: Las mujeres y las niñas.
Este
escrito quiere ser un pequeño homenaje a esas misioneras, que han hecho un
trabajo silencioso arriesgando muchas veces su salud y sus vidas por los demás.
Me ha gustado mucho. Es un homenaje muy merecido.
ResponderEliminarMuy bonito homenaje a todas esas misioneras que, dejando atrás familia y comodidades, han dado su vida para mejorar la de las demás. Ellas son un excelente ejemplo a destacar en el día internacional de la mujer.
ResponderEliminarEs un homenaje muy bonito. Seria estupendo que esa maravillosa labor fuera más visible
ResponderEliminar