lunes, 29 de marzo de 2021

 

         EL NIÑO QUE QUERIA VOLAR

Hace muchos años dejé esta ciudad a la que he vuelto sin conseguir ninguna de las cosas que me hizo salir de ella: fama, triunfo y fortuna. He vuelto a que me perdone. La maldije en mis años jóvenes por no apreciar mi arte, por avocarme al destierro ¡Como hubieran cambiado las cosas solo con un pequeño reconocimiento! Pero la culpa era mía. Con el paso de los años me he dado cuenta de que era la ineptitud, la poca valía lo que despreciaban y tampoco llegaba a ser desprecio solo indiferencia, por eso he vuelto a recorrer sus calles y a pedirle perdón.

Han pasado más de 50 años, todo está muy cambiado, en mis paseos me adentro en la ciudad vieja, la que me trae recuerdos de ilusiones infantiles, alas mágicas que me llevarían a alcanzar las nubes con la punta de mis dedos.

Soy pintor, sin gloria ni reconocimiento, pero pintor de corazón. Aunque lo mío es mas el dibujo en blanco y negro que mezclar colores, también he trabajado el bello arte del lienzo y la paleta. Me forjé en estas calles, siempre a la caza de algo interesante.

El defecto de mi pierna me impedía jugar con los demás niños y al dibujarlos me integraba con ellos en sus aventuras, en cada travesura, en cada juego… Eran mis amigos y se sentían orgullosos al verse en mis cuadernos. Si, solo ellos se sintieron orgullosos.

Pasaron los años y cuando llegó el momento de preparar la primera exposición la ilusión me desbordaba, pensé que todos me aclamarían como mis amigos cuando éramos niños pero fue un fracaso, no vendí ningún cuadro y los comentarios tampoco ayudaban: Todo muy infantil. Esto ya lo hemos vivido. Reflejan unos años de los que es mejor olvidarse y cosas así.

Yo seguía preguntándome porque no les gustaban, era su vida, la vida de su ciudad, sus costumbres. Al principio pensé: “Ya lo entenderán” y seguí dibujando. Más exposiciones, más fracasos. Apenas iba gente a verlos. Por eso me fui, para volver triunfador y  decirles que ellos eran los que no estaban a la altura, que mis dibujos habían sido un éxito.

He vuelto sin ningún triunfo y salgo como antes por estas calles que han sido mías a dejar su historia en el papel aunque ya sin pedir el reconocimiento de nadie.

Esa tarde me acerqué a la que fue mi casa, el abandono se hacía palpable, la puerta de madera con bonitos gravados estaba desconchada, habían desaparecido los llamadores de bronce en forma de puño cerrado, las rejas andaluzas oxidadas y muchas de ellas arrancadas daban idea del poco aprecio que tenia esta ciudad por las cosas bellas.

Cuando marché dejé en ella todos mis dibujos, quería renovarme, encontrar algo nuevo, pero durante todo este tiempo solo tenía en mi imaginación y en mi lápiz esta ciudad, todos los bellos rincones que  parecían ante mis ojos estaban aquí, ya los había visto.

Me senté en un banco que había sobrevivido al vandalismo juvenil y me disponía a dibujarla así en su decadencia sintiéndome igualado con ella en el tiempo.

No lo vi llegar, solo oí su voz. Yo conocía al chico que vivía en esta casa, dijo. Sorprendido de que aun me recordaran le pregunté que había  sido de él.

El desconocido comenzó a hablar: Salió una mañana y jamás volvió, quería triunfar y aquí se asfixiaba. Lo que no supo nunca es que años más tarde su madre, antes de marchar a reunirse con él, donó al Ayuntamiento todos sus dibujos que sirvieron para ilustrar un libro sobre la vida en la ciudad durante los años grises del siglo XX. Consiguió fama y reconocimiento. El libro se editó en varios países, pero entonces no había tantos adelantos como ahora y no pudimos dar con él.

Al levantarme para darle las gracias, mi cojera me delato. Era Raúl, mi amigo de la infancia, nos fundimos en un gran abrazo.

Después de tantos años deseándolo, vagando por el mundo, en mi ciudad me estaban esperando para darme las alas que desde niño siempre deseé tener.

 

 

 

 

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