LA
GUITARRA
Se ha
cerrado el círculo, he vuelto al taller de donde salí a una ciudad azul de mar
y cielo, olor a algas y alegría en las gentes, recién pintada, con todas mis
cuerdas y el clavijero intacto. ¡Qué tiempos! Era joven, tenía ilusiones y
muchas notas en mi interior esperando que alguien hiciera con ellas una
preciosa melodía.
Fui el
regalo para un joven adolescente, pensé que había caído en buenas manos, pero ni buenas ni malas, me dejó en un rincón
exhibiéndome ante sus amigos como un trofeo. En realidad no tenía el pobre buen
oído, no supo arrancar de mí ni una nota agradable. Él se cansó y también su
padre de pagar al profesor.
El
tiempo que estuve con mi segundo dueño fue la etapa más bonita y creativa de mi
vida. Era el guitarrista de un tablao flamenco, un entendido, tenía dos como yo
más antiguas, pero cuando me probó pasé horas y horas en sus manos. ¡Qué
maravilla! Con que entusiasmo me acariciaba, sacaba de mí los mejores sonidos,
la mejor música. ¡Cuánto lo he amado! Pasábamos largo tiempo juntos, yo entre
sus brazos y él en éxtasis porque estaba consiguiendo ese sonido único que
tanto había buscado.
Una
noche en la que acompañábamos a una joven recitando preciosos poemas, nos
acoplamos tan bien, que los versos y la melodía formaban un todo. La sala
estaba llena pero era como si no existiera más que música y poesía.
Fueron
años felices de sueños cumplidos, pero nunca nada es para siempre.
Mi
dueño murió, no tenia nadie a quien
dejar sus pocas pertenencias y fui arrastrada con todas ellas al trastero del
local donde actuábamos.
¡Qué
depresión al llegar! Frio, suciedad, cosas que serian imprescindibles y amadas
por alguien, acababan allí sus días en soledad.
Pasaron
muchos años, la humedad se cebo en mis cuerdas y se partió el clavijero de un
golpe por no estar bien sujeta. Sentía una gran nostalgia, aun podía ofrecer
mucho pero nadie me hacía caso. Algunas
veces venia gente que revolvía entre los objetos, me tomaban en sus brazos pero
me despreciaban por vieja y no dar buena imagen.
Un día
ocurrió un milagro, entró en el trastero un muchacho joven, alto, delgado como
un junco y de lo poco que quedaba de mí fue sacando algunas notas que le
gustaron, mi sonido tenía algo especial, algo único.
Y aquí
estoy, en el taller de donde salí, esperando que consigan reparar lo que el
tiempo y la desidia hicieron.
Sé que
nunca volveré a sonar como la primera vez pero aun puedo hacer feliz a alguien
con mis notas viejas y sabias.
Un relato muy entrañable. Siempre hay una segunda oportunidad
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