EL
SIROPE DE ARCE Y LA MELAZA
¡¡¡Vamos,
ha dicho mi padre que hay un deposito
vacio y nos ha preparado retorta!!!
Esto
sucedía allá por los años 50 del pasado
siglo en la playa de Salobreña, La Guardia se llama, donde la hermana de mi
abuela tenía una casa grande con un
patio central lleno de macetas que hacia las delicias de cualquier visitante
cansado y sediento, al estar siempre en un rincón una mesita de mármol y una
jarra de limonada con un trozo de caña de azúcar dentro,
En La
Guardia se había instalado, hacia años, una fábrica de azúcar ya que los
majales que rodeaban Salobreña producían mucha caña y era un buen negocio.
La
pesca y la caña eran las dos industrias, salazones y azúcar, dulce y salado,
como la vida misma.
La
playa no había sido aún tomada por los turistas, entonces llamados veraneantes.
Corrimos
el grupo de niños a la llamada del amigo y nada más entrar en la fabrica el
olor a melaza era tan dulzón que
mareaba, era mucho más penetrante que el del sirope de arce, pero este me ha
remitido a ese sitio de mi cerebro, de mi infancia, pan con miel, jarabe para
la tos, juegos en la playa, libertad con pocos años chupando un caramelo
inacabable.
La
retorta era lo que quedaba en las paredes del depósito cuando se sacaba el jugo
caliente de la caña. Era muy duro y muy dulce, chuparlo era una delicia y nos
pasábamos el día disfrutando de su sabor. ¡Qué poco necesitábamos para estar
contentos!
Cada
persona es producto de su tiempo, pero comparando mi infancia con la de mis
nietos creo que han perdido muchas cosas, es cierto que se manejan muy bien en
las redes sociales y disfrutan con ello, pero una merienda con pan y algo dulce
o un lametón a la retorta, eran placeres inigualables.
Gracias
al padre de mi amigo disfruté de la melaza de caña y gracias a mi amiga Isabel
he podido saborear por primera vez el sirope de Arce.
Ya para
siempre estarán unidos en mi memoria, donde guardamos olores y sabores que
tienen el poder de transportarnos a momentos y situaciones que creíamos
olvidados.
Un gustazo tener buena memoria vivencial y disfrutarlo tanto. No soy partidario de comparar entre generaciones; cada momento tiene su afán y cada personita disfruta, a su manera, de lo que las circunstancias y su aprendizaje le aportan. Pero es inevitable que las madres y abuelas quieran compartir con su prole lo mejor de sus vidas
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