LA RADIO
Se acercaba la hora. Como todas las tardes había
expectación en esa cocina de la España triste de los años 40. No era muy grande
pero todas las cosas importantes de la casa sucedían en ella. No os imaginéis
una cocina luminosa como las de ahora. Ésta tenía un poyo con dos hornillas de
carbón. Ponerla en marcha era todo un ritual. Primero se metía el carbón en el
hueco, después papeles y, por último, teas, que eran unos palitos finos de
madera que ardían muy bien. Se encendía con una cerilla y después con un
abanico de esparto, mangual se llamaba pero mi abuela andaluza le decía
“Zoplillo”, se abanicaba la boca que tenía abierta paralela al suelo. El humo
salía por una chimenea de piedra en forma de campana y una vez conseguido el
fuego, ése era el mejor lugar de la casa. Se estaba caliente, estaba limpio y, dentro
de su pobreza, era acogedor.
Recuerdo que había dos tinajas grandes con agua que
tenían una piedra amarilla en el fondo, luego supe que era azufre para que no
le salieran gusarapos pues era el agua de beber. A mí me daba “repelús” y no
quería pensar en esos bichos. Las tinajas se llenaban con el agua que traían
los aguadores en carros tirados por caballos pues, aunque era una ciudad
costera y plaza fuerte militar, aun no había llegado a ella el agua corriente.
Para los demás servicios sí salía agua de los
grifos. Se llamaba “agua inglesa” porque una empresa de esa nacionalidad la
comercializaba y había puesto un gran depósito en una de las colinas que rodean
la ciudad que, desde entonces, se llamó “Cantarranas”, os podéis imaginar por
qué. Ese agua era salobre y abundaba en el subsuelo de la zona.
Pero volvamos a esa cocina. Lo más importante que
había en ella era una radio de galena
que mi padre trajo un día y fue la alegría más grande que tuvimos en
mucho tiempo.
Mientras comíamos y también durante la cena se oía
”el Parte”. Así se llamaba el noticiario de entonces. Lo escuchábamos con un
silencio reverencial, yo creo que más que en Misa. La mitad de las noticias no
las entendía pero por la cara que ponían los mayores me imaginaba si eran
buenas o malas.
Para mi madre, siempre en la cocina, era su fiel
compañera. La música de los boleros, las canciones españolas casi siempre
lacrimógenas, de amores, traiciones y engaños, los pasodobles alegres,…, todas
ellas conocidas mis hijos porque mi madre me las cantaba a mí y yo a ellos.
Estaba la radio en una leja no muy alta para poder
llegar a los mandos y cambiar de emisora aunque todas parecían la misma.
Los domingos por la tarde venían unos amigos de mi
padre para oír el resumen de los partidos de futbol y saber el resultado de las
quinielas. Así se ahorraban de ir al bar que había en una plaza donde, al lado
de la puerta, colgaban una pizarra y un camarero subido a una escalera iba
poniendo con tiza el tanteo de los equipos que jugaban ese domingo. Todos
suspiraban por los 14
He empezado diciendo que se acercaba la hora. A las seis en punto de la tarde, de lunes a
viernes, se reunían en la cocina mi madre, mi abuela y algunas vecinas para oír
el serial radiofónico de turno. Algunas de ellas, con solo oír la música de
cabecera del programa, ya tenían que sacar el pañuelo, grande como una sabana,
pensando en la desgracia que ese día les esperaría a los personajes.
Ahora, al recordarlo, me parece enternecedor que
mujeres maduras que habían soportado una guerra y estaban en lo peor de la
postguerra se dejaran arrastrar por unas desgracias que, seguramente, serían
mucho más leves que las suyas, consolándose al pensar que esos personajes tan importantes
también tenían que soportar lo malo que la vida les mandara.
Recuerdo sus caras de niñas grandes ilusionándose al
oír un “te quiero” o un “hijo mío” que ellas habrían pronunciado tantas veces.
Los suspiros se escapaban de los labios de algunas al escuchar cómo
traicionaban un amor, situación que algunas habrían sufrido.
Colgaba del techo una bombilla con poca luz que
pendía de un cable sucio por los humos. Casi todas iban de negro con su
delantal a cuadritos. Parecían mujeres derrotadas por la vida pero, cuando la
protagonista era una aristócrata o una importante triunfadora, todas se veían
en ese espejo y eran felices por unos momentos.
Ésa es la magia de la radio. Solo te da sonidos pero
con la imaginación te puede llevar a personajes, emociones, sentimientos o
lugares donde siempre has querido estar.
Bendita la radio que con esos programas hacía más
llevadera la tristeza, la oscuridad y el silencio de aquellos años.