FICCIÓN
Y REALIDAD
Adiós,
mamá, adiós, me decía tan ufano montado en su caballito de madera, con su
espada, el casco con plumas rojas y la armadura que le regaló su abuelo. ¡Me
voy a la guerra! decía, ese era su juego favorito. Yo tenía que despedirlo y
estar allí cuando volviera victorioso.
Ese día
lo despedí como siempre, Adiós, mamá, adiós. Pero mi corazón no estaba alegre,
ocultaba mis lágrimas dentro para no acercarme a la realidad. Cuando volvió yo
estaba allí, ahora podía llorar y dar suelta al dolor que encogía mi corazón.
En su caja de pino, no lo oiría.
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