jueves, 11 de septiembre de 2025

EL LAUREL Y LA HIGUERA. Este relato ha participado en el concurso de Cartagineses y Romanos año 2025.

 

EL LAUREL Y LA HIGUERA

 

Detrás de aquellas montañas está el mar por el que tanto he luchado. Una vida entera en guerra con los cartagineses. Ahora ya somos dueños absolutos de él. Nuestro comercio prospera, dominamos Hispania y esa magnífica ciudad a orillas  del Mediterráneo a la que dimos el nombre de Cartago Nova. Siempre la recordaré, en ella viví un amor imposible y un tiempo de paz.

Estaba escrito mi destino. Soy un Escipión, acompañé a mi padre y a mi tío con solo 17 años a la conquista de Hispania, allí murieron por la traición de los mercenarios celtíberos y juré vengarme. Este juramento hizo que mi vida se desarrollara en los campos de batalla entre gritos de los heridos, tronar de hierros y pájaros negros volando en círculo para darse un festín al acabar la carnicería. Dicen que en mi vida perdí una batalla, eso es exagerado pero sí recuerdo haber ganado todas las importantes, contra Asdrúbal Barca, su hermano Magón y por fin a Aníbal Barca, un gran estratega en la batalla de Zama, en su propio territorio. Por esa batalla me dieron el agnomen de” El Africano”.

Cuanta paz se respira en esta villa de Literum en Campania. Me olvidé de vivir para hacer grande a Roma y a políticos ineptos que nunca han olido la sangre de los suyos, siempre cómodos en sus sillones del Senado. Se atrevieron a acusarme de traición y malversación, pero no les di el gusto de defenderme y me exilié voluntariamente a este rincón del mundo.

Una noche en Cartago Nova hice la promesa de volver a esa ciudad al final de mis días, pero no creo que pueda cumplirla. Solo me queda el recuerdo que viene nítido a mi mente de ese mar, de esa ciudad y de mi querida y dulce Liria,  cierro bien los ojos para resistir el resplandor de aquellos días tan felices.

Estos recuerdos se entremezclan con la preparación de la batalla. Quien tomara esta ciudad tendría acceso a sus minas de plata y se quedaría con los esclavos y mercenarios. Por suerte estaba casi desguarnecida, solo quedaban unos pocos cartagineses al mando de Magón y unos cientos de civiles. El gran Aníbal se había llevado el grueso de las tropas para atacar Roma.

Asaltamos la ciudad por tres puntos, las murallas inexpugnables por mar con la flota mandada por mi amigo Cayo Lelio, por el istmo y por la laguna que, como nos dijeron unos pescadores de Tarraco, tenía poca vigilancia.

Cartago Nova aun hervía con los últimos  ecos de la batalla cuando yo, victorioso, recorría sus calles, no buscando gloria que ya había conseguido, sino paz. Había prohibido el saqueo de la ciudad y mandé a mis tropas respetar a los ciudadanos. Sabía por experiencia que la violencia solo engendra resistencia y odio.

Entonces la vi en medio de unas ruinas, su vestido blanco fue el faro que me llevó hacia ella. Tenía los ojos oscuros como el vino, no tembló al mirarme y yo no alcé la voz para imponer mi poder. Se hizo un gran silencio en el que solo hablaban las miradas y los gestos. Entendí que era descendiente de una noble familia ibera aliada de Cartago, prisionera sin cadenas entre las ruinas de su palacio. Se llamaba Liria, la traté con respeto devolviéndola a lo que quedaba de su hogar y prometiéndole la seguridad de su gente.

Con el paso de los días me dediqué a reorganizar la ciudad y a descubrir el amor en esos ojos oscuros. En nuestros ratos de soledad, en los jardines de las ruinas del templo de Tanit recostados debajo de una higuera, me contaba historias de su pueblo. Yo le hablaba de mi padre muerto aquí en Hispania, de mi juramento, de mi vida siempre preparado para morir en cualquier batalla por el honor de Roma.

Una de esas tardes, después de habernos besado con la pasión del que sabe que todo es un sueño, un imposible, le regalé un broche con forma de laurel, la joya más preciada cuando está en la corona de un Triunfo y ella me respondió arrancando una hoja de la higuera, testigo silenciosa de nuestros amores, y trenzándola por ser el símbolo de la fecundidad entre los iberos. No necesité palabras para entender. Una parte de mí quedaría siempre en esta ciudad a la que prometí volver cuando la guerra terminara para recuperar los años perdidos  y encontrar la paz.

No pudo ser. Estando exiliado no puedo salir de Campania. Aquí estoy en este rincón del mundo, añorando la sombra de aquella otra higuera y reviviendo dentro de mi alma un amor que nunca he olvidado.

 

3 comentarios:

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  2. Me ha impactado por la veracidad de sus hechos y la sensibilidad que transmite.

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  3. Relato de mucho nivel en donde se mezcla lo histórico con lo intimista. Enhorabuena!!

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