EL
LAUREL Y LA HIGUERA
Detrás
de aquellas montañas está el mar por el que tanto he luchado. Una vida entera
en guerra con los cartagineses. Ahora ya somos dueños absolutos de él. Nuestro
comercio prospera, dominamos Hispania y esa magnífica ciudad a orillas del Mediterráneo a la que dimos el nombre de
Cartago Nova. Siempre la recordaré, en ella viví un amor imposible y un tiempo
de paz.
Estaba
escrito mi destino. Soy un Escipión, acompañé a mi padre y a mi tío con solo 17
años a la conquista de Hispania, allí murieron por la traición de los
mercenarios celtíberos y juré vengarme. Este juramento hizo que mi vida se
desarrollara en los campos de batalla entre gritos de los heridos, tronar de
hierros y pájaros negros volando en círculo para darse un festín al acabar la
carnicería. Dicen que en mi vida perdí una batalla, eso es exagerado pero sí
recuerdo haber ganado todas las importantes, contra Asdrúbal Barca, su hermano
Magón y por fin a Aníbal Barca, un gran estratega en la batalla de Zama, en su
propio territorio. Por esa batalla me dieron el agnomen de” El Africano”.
Cuanta
paz se respira en esta villa de Literum en Campania. Me olvidé de vivir para
hacer grande a Roma y a políticos ineptos que nunca han olido la sangre de los suyos,
siempre cómodos en sus sillones del Senado. Se atrevieron a acusarme de
traición y malversación, pero no les di el gusto de defenderme y me exilié
voluntariamente a este rincón del mundo.
Una
noche en Cartago Nova hice la promesa de volver a esa ciudad al final de mis días,
pero no creo que pueda cumplirla. Solo me queda el recuerdo que viene nítido a
mi mente de ese mar, de esa ciudad y de mi querida y dulce Liria, cierro bien los ojos para resistir el
resplandor de aquellos días tan felices.
Estos
recuerdos se entremezclan con la preparación de la batalla. Quien tomara esta
ciudad tendría acceso a sus minas de plata y se quedaría con los esclavos y
mercenarios. Por suerte estaba casi desguarnecida, solo quedaban unos pocos cartagineses
al mando de Magón y unos cientos de civiles. El gran Aníbal se había llevado el
grueso de las tropas para atacar Roma.
Asaltamos
la ciudad por tres puntos, las murallas inexpugnables por mar con la flota
mandada por mi amigo Cayo Lelio, por el istmo y por la laguna que, como nos
dijeron unos pescadores de Tarraco, tenía poca vigilancia.
Cartago
Nova aun hervía con los últimos ecos de
la batalla cuando yo, victorioso, recorría sus calles, no buscando gloria que
ya había conseguido, sino paz. Había prohibido el saqueo de la ciudad y mandé a
mis tropas respetar a los ciudadanos. Sabía por experiencia que la violencia solo
engendra resistencia y odio.
Entonces
la vi en medio de unas ruinas, su vestido blanco fue el faro que me llevó hacia
ella. Tenía los ojos oscuros como el vino, no tembló al mirarme y yo no alcé la
voz para imponer mi poder. Se hizo un gran silencio en el que solo hablaban las
miradas y los gestos. Entendí que era descendiente de una noble familia ibera
aliada de Cartago, prisionera sin cadenas entre las ruinas de su palacio. Se
llamaba Liria, la traté con respeto devolviéndola a lo que quedaba de su hogar
y prometiéndole la seguridad de su gente.
Con el
paso de los días me dediqué a reorganizar la ciudad y a descubrir el amor en
esos ojos oscuros. En nuestros ratos de soledad, en los jardines de las ruinas
del templo de Tanit recostados debajo de una higuera, me contaba historias de
su pueblo. Yo le hablaba de mi padre muerto aquí en Hispania, de mi juramento,
de mi vida siempre preparado para morir en cualquier batalla por el honor de
Roma.
Una de
esas tardes, después de habernos besado con la pasión del que sabe que todo es
un sueño, un imposible, le regalé un broche con forma de laurel, la joya más
preciada cuando está en la corona de un Triunfo y ella me respondió arrancando
una hoja de la higuera, testigo silenciosa de nuestros amores, y trenzándola
por ser el símbolo de la fecundidad entre los iberos. No necesité palabras para
entender. Una parte de mí quedaría siempre en esta ciudad a la que prometí
volver cuando la guerra terminara para recuperar los años perdidos y encontrar la paz.
No pudo
ser. Estando exiliado no puedo salir de Campania. Aquí estoy en este rincón del
mundo, añorando la sombra de aquella otra higuera y reviviendo dentro de mi
alma un amor que nunca he olvidado.
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ResponderEliminarMe ha impactado por la veracidad de sus hechos y la sensibilidad que transmite.
ResponderEliminarRelato de mucho nivel en donde se mezcla lo histórico con lo intimista. Enhorabuena!!
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