UN FIN
DE SEMANA APROVECHADO
Ese fin
de semana prometió ser entretenido, estresante, distinto, afín de cuentas.
Mi hija
me había pedido que me quedara con sus tres “preadolescentes”, dos niñas y un
niño, a los que quiero muchísimo, pero que al vivir lejos, cuando empezamos a
tener confianza y a conocernos más, se tienen que marchar. Si que con los
modernos adelantos tecnológicos, el Skipe, por ejemplo, nos vemos todas las
semanas, pero se van haciendo mayores, cambian sus gustos, sus intereses. Por
eso, a pesar de la alegría que me dio cuando me comunicaron su venida, quería
estar preparada para que lo pasaran lo mejor posible.
Llegaron
un viernes por la noche, yo estaba ansiosa por abrazarlos y para comenzar con
buen pie les había preparado su cena favorita.
Nos
despedimos de sus padres y casi con el beso a medias me preguntaron: ¿Es que
aquí no hay Wi-fi? Mi hija no les había dicho que en la casa de la playa no
tenia, seguramente para pasar un viaje tranquilo. Tampoco les había dicho que
al haber poca cobertura, los teléfonos, unas veces sonaban y otras no. En fin
que no empezamos con buen pie. El aislamiento y la tranquilidad que era buena
para mí, no lo era para ellos que se habían traído todos esos aparatos
electrónicos sin los cuales está generación parece que no puede vivir.
Para
colmo el día siguiente amaneció gris. Después
de un buen desayuno hacia frio para los juegos de piscina y nos encontramos
sentados en el porche los tres en el balancín con caras largas echándoles
tiernas miradas a sus aparatos inservibles y yo enfrente pensando en la mejor
manera de distraerlos. Necesitaban a sus amigos virtuales con los que mantenían
largas conversaciones, intercambiando fotos y videos pero no abrazos y juegos
en los que el contacto físico fuera indispensable.
Mi
nieta mayor me pregunto: Abuela, cuando tú eras pequeña, si no había internet
¿a qué jugabais? Esa fue la pregunta clave. Mi imaginación empezó a” hervir”
recordando mis juegos infantiles y allí se quedo el tedio y el aburrimiento.
Empecé
contándoles que yo vivía en una plaza y que en vacaciones nos pasábamos el día
en la calle. Mi nieto puso los ojos como platos y exclamo ¿De verdad? ¿Y tus
padres te dejaban con los peligros que hay en la calle? Yo me reí diciéndoles
que el mayor peligro era una caída al jugar a la pilla pero que estábamos
acostumbrados, una costra saltaba y enseguida salía otra.
Otro
peligro, les dije, y este sí que era grave, (los veía cada vez estaban más
interesados) pasaba cuando la pelota se caía al jardín y entrabas por ella sin
darte cuenta que el guardia te estaba mirando, entonces sí que había peligro,
pues te castigaba sentada en un banco hasta que él quisiera.
¿Y a
que jugabais? Porque a la pilla también jugaos nosotros en el recreo. Pues mira
le dije, uno de nuestros juegos favoritos era el Tes-Te, en otras ciudades le
llaman rayuela. Tres voces preguntaron ¿Cómo es? ¿Podemos jugar? Pues claro,
les dije, solo necesitamos una tiza y una pequeña piedra plana a la que
llamamos tita.
Siguiendo
mis indicaciones pintaron en el suelo una especie de avión, numerando los
recuadros y empezaron a jugar llevando a la pata coja de un recuadro a otro la
“tita”. Pasaron entretenidos un buen rato, pues había que tener tino para que
la piedra cayera en el recuadro que te tocaba. Estaban entusiasmados. Mi nieto
pequeño palmoteaba ¡otro abuela, otro!
Para descansar nos sentamos y les enseñe a
jugar a las “pelis”. Hicimos dos equipos y cada uno se preparó, en secreto, el
titulo de una película que el otro equipo tenía que adivinar. Cada participante
se inventaba una historia en la que metía la parte del título que le había
tocado, sin que se notase mucho. Este juego duro poco, necesitaban acción.
Entonces
me acorde de un juego que me gustaba mucho, las tabas, Este juego si les iba a
sorprender, yo guardo con gran cariño 5 “Rey Huesos” que son el hueso del
codillo de los corderos. Al principio no se lo creían ¡Qué asco! ¡Yo no toco
eso! Y otras expresiones parecidas salían de sus pequeñas bocas, mirándome
asombrados por lo que creían un juego, podíamos decir, para ellos un poco fuera
de lo normal.
Entonces
les conté el proceso que seguíamos para limpiarlos. Primero teníamos que ir al
carnicero, pues no había supermercados y
les pedíamos, por favor que nos lo guardara. Cuando al fin conseguíamos los 5,
había que dejarlos cocer 3 horas para soltar la carne que tenia adherida y
ponerlos al sol durante una semana hasta que se pusieran blancos, entonces ya
podían usarse.
Es un
juego muy interesante. Les expliqué que están muy relacionadas las manos y la
atención. Con distintas posturas de ellas tenían que conseguir llevarlas de una
mano a otra. Otro movimiento era hacer un puente con una mano y pasarlas por
debajo mientras otra taba había sido lanzada al aire y tenias que cogerla al
vuelo. Podías hacer también una
cueva con la mano que quedaba en el
suelo o un rio con afluentes abriendo los dedos metiendo entre ellos las tabas
mientras la otra volaba. Jugamos a todos, con más o menos suerte porque se
necesita práctica, pero lo pasamos muy bien, yo pude comprobar con alegría que
a pesar de la artrosis aun me respondían las manos.
Ahora eso sería un ejercicio de sicomotricidad.
No
volvieron a acordarse de los aparatos electrónicos y nos falto tiempo para
jugar a todo lo que les propuse. Estaban entusiasmados con todo lo que se puede
hacer solo con la imaginación y algunos materiales digamos, “fáciles “de
conseguir.
Cuando el
lunes volvieron sus padres, les contaron, atropellándose al hablar, los juegos
nuevos que habían aprendido. Era el mejor fin se semana que habían pasado en
mucho tiempo. Mi hija me hizo un guiño sonriendo y les dijo: Ya sabía yo que
con la abuela lo ibais a pasar muy bien.
Ese fue
el mejor regalo junto con un beso y un abrazo muy apretado que me dieron al
marcharse. Haciéndome prometer que cuando volvieran tendría nuevos juegos que
enseñarle.
Fue un
fin de semana muy aprovechado.
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Divertido y entrañable
ResponderEliminarMe hace recordar mis tiempos de chiquilla junto a mis hermanos y primos.Qué tiempos tan felices!!!
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