sábado, 16 de mayo de 2020


         EL SEÑOR SCROOGE
El señor Scrooge estaba sentado en su mecedora cerca de la ventana que daba al jardín, viendo caer la nieve. Sobre la manta a cuadros que tenía en sus debilitadas piernas, dormía el único amigo que le quedaba, su gato Pirracas.
Con los ojos entornados veía transcurrir su vida. Una vida feliz. Había disfrutado de riquezas, pero la mayor de ellas habían sido sus muchos amigos a los que ayudaba en caso de apuros. Siempre pensó que era mejor tener 10 amigos que 10 libras. Estaba triste en ese caserón que había sido vivienda provisional para muchos necesitados de ayuda, a cambio llenaban el aire de sonidos de niños, cariño y olores a buena comida.
De pronto, dejo de nevar. Por el jardín, al otro lado de la ventana, se aproximaba una figura, sus ojos no veían ya con claridad y hasta que estuvo cerca no lo reconoció. Era su secretario, un hombre enjuto y triste, daba la impresión que todas las desgracias del mundo hubieran caído sobre sus hombros, de lo encogido que andaba. ¡Años le costó hacer que tuviera una visión más positiva de la vida. Cuando llego a la ventana, atravesó el cristal y se sentó en el sillón que había al lado de Scrooge. Este se alegro mucho de verlo, aun sabiendo que había fallecido años antes. Pero los ancianos casi nunca separan los recuerdos de la realidad, así que no le dio importancia.
Max, su secretario, empezó a hablar, su voz era la de siempre, pero había perdido ese aire de enterrador que siempre llevaba encima.
--Sr Scrooge , vengo a darle las gracias por todo lo que hizo por mí, sin su ayuda y sus consejos no hubiéramos podido salir a delante. Cuando mi mujer enfermó, usted nos mando a los mejores médicos, aunque la muerte no estaba dispuesta a dejarla, nuestro agradecimiento fue el mismo y le hicimos un hueco en nuestro corazón.
Al Sr Scrooge se le saltaron las lágrimas, era de llanto fácil y muy sentimental. Cuando se tranquilizo, vio al lado del secretario a un joven militar que también le sonreía.
¿Quién eres tú? Le pregunto. Soy el hijo de su amigo Jorge. Usted pago mis estudios pudiendo así realizar el sueño de mi vida, ser médico. Pero llego la guerra, me movilizaron y allí acabaron mis días, fui feliz ayudando a los soldados y se lo debo a usted.
Fueron llegando más y más figuras, tantas, que el jardín se lleno de sonrisas. Su vida, pensó, había sido una buena vida y dejando a Pirracas en el suelo se fue atravesando el cristal, con sus amigos.



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