LA VIDA
PASA (Premio Jornadas Carmen
Conde 2017)
Ya
cantaban los gallos la amanecida en ese pueblo del bajo Aragón perdido entre
las montañas. Los años 50 del pasado siglo eran años de miseria y silencio, años grises como
la bruma que aquella mañana bajaba de las cumbres, años al fin de tristeza y
desesperanza.
Había
sido un pueblo alegre, se vivía bien antes de esa locura infernal que los
hombres llaman guerra, después la cárcel para muchos, la hambruna…Manuel y Rosa
habían tomado ya una decisión, el emigraría a Alemania como tantos en el
pueblo, ella se quedaría cuidando a los hijos y el poco ganado que les quedaba.
Desde entonces se sorprendían mirándose en silencio con los ojos transparentes
por las lágrimas. Se querían demasiado, esa separación sería como un desgarro
de una parte de su cuerpo pero no encontraron otra solución. Él les mandaría
dinero y a los tres o cuatro años volvería. Pasaría pronto, se decían
mintiéndose abrazados por las noches.
Nunca
se habían separado: la escuela, la adolescencia, los bailes en las fiestas, los
paseos cerca del rio…y un día sintieron que sin la presencia del otro les
faltaba el aire. Se casaron muy jóvenes y
vinieron los hijos, dos chicos y una chica, muy seguidos, unos regalos
maravillosos pero que había que sacar adelante, la marcha era la mejor
solución.
Esa
mañana tomaría el tren hacia lo desconocido, tenía miedo, no tendría ese calor
de la familia, de sus hijos saliendo en tromba a abrazarle cuando venía del
trabajo, la mujer de los ojos más bellos recibiéndolo con una sonrisa. Por las
noches cuando se quedaban solos en la cocina
se contaban con las manos juntas los acontecimientos del día. Hasta que se
acabo el trabajo y todos sus sueños cayeron en picado.
Él se
va, tengo que ser fuerte lo he prometido cuidare de todos hasta su vuelta, los
hijos, la casa y el campo ocuparan mis días. ¿Pero y mis noches?
Al
principio las cartas llegaban con regularidad todas las semanas y entonces la casa
era una fiesta, se las leía a los niños una y otra vez. Por las noches en la
soledad, intentaba leer entre líneas si me seguía queriendo, pero no podía
apartar de mi mente la imagen de otra mujer desconocida que en esos
momentos le daba cariño y unos brazos
acogedores rodearían su cuerpo ofreciéndole otro amor nuevo, sin cadenas, libre
de obligaciones al despertar.
El
tiempo pasaba rápido, las cartas se fueron espaciando.” No tengo cosas que
contarte “decía.
Al
final volvió pero no era ya el que se había ido, seguramente tampoco era yo la
mujer que dejo y que idealizaba en sus primeras cartas. Nunca me dijo nada, ni
yo le pregunte pero sé que esa mujer existió. Algunas noches perdía la mirada
en la lejanía y sus ojos se volvían transparentes y ella estaba allí entre los
dos, para no irse nunca.
Nos
fueron bien las cosas, nuestros hijos estudiaron, se hicieron independientes, pasó
la vida por encima de nosotros aplastándonos con su silencio, nunca quiso volver,
pienso que todavía le dolía demasiado aquella pérdida, tuvo que escoger y
volvió conmigo, con sus hijos, con su primera familia.
Este es
un pequeño homenaje a las mujeres de los emigrantes españoles de los años 50 y
60 del pasado siglo, que tuvieron que sacar adelante, solas, a sus familias.
Relato muy entrañable y premio muy merecido. Refleja la que, probablemente, fuera la realidad de muchas personas. Circunstancias externas que te cambian la vida para siempre. Necesitamos a las personas que queremos cerca de nosotros. Para hablar, para reír, para llorar,...Los amores platónicos están muy bien para los libros pero, en el mundo real, es el roce el que genera el cariño.
ResponderEliminarMuy bonito! Me he emocionado al leerlo.
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