sábado, 17 de febrero de 2024

LA VIDA PASA

 

LA VIDA PASA         (Premio Jornadas Carmen Conde 2017)

 

Ya cantaban los gallos la amanecida en ese pueblo del bajo Aragón perdido entre las montañas. Los años 50 del pasado siglo eran  años de miseria y silencio, años grises como la bruma que aquella mañana bajaba de las cumbres, años al fin de tristeza y desesperanza.

Había sido un pueblo alegre, se vivía bien antes de esa locura infernal que los hombres llaman guerra, después la cárcel para muchos, la hambruna…Manuel y Rosa habían tomado ya una decisión, el emigraría a Alemania como tantos en el pueblo, ella se quedaría cuidando a los hijos y el poco ganado que les quedaba. Desde entonces se sorprendían mirándose en silencio con los ojos transparentes por las lágrimas. Se querían demasiado, esa separación sería como un desgarro de una parte de su cuerpo pero no encontraron otra solución. Él les mandaría dinero y a los tres o cuatro años volvería. Pasaría pronto, se decían mintiéndose abrazados por las noches.

Nunca se habían separado: la escuela, la adolescencia, los bailes en las fiestas, los paseos cerca del rio…y un día sintieron que sin la presencia del otro les faltaba el aire. Se casaron muy jóvenes y  vinieron los hijos, dos chicos y una chica, muy seguidos, unos regalos maravillosos pero que había que sacar adelante, la marcha era la mejor solución.

Esa mañana tomaría el tren hacia lo desconocido, tenía miedo, no tendría ese calor de la familia, de sus hijos saliendo en tromba a abrazarle cuando venía del trabajo, la mujer de los ojos más bellos recibiéndolo con una sonrisa. Por las noches cuando se quedaban solos  en la cocina se contaban con las manos juntas los acontecimientos del día. Hasta que se acabo el trabajo y todos sus sueños cayeron en picado.

Él se va, tengo que ser fuerte lo he prometido cuidare de todos hasta su vuelta, los hijos, la casa y el campo ocuparan mis días. ¿Pero y mis noches?

Al principio las cartas llegaban con regularidad todas las semanas y entonces la casa era una fiesta, se las leía a los niños una y otra vez. Por las noches en la soledad, intentaba leer entre líneas si me seguía queriendo, pero no podía apartar de mi mente la imagen de otra mujer desconocida que en esos momentos  le daba cariño y unos brazos acogedores rodearían su cuerpo ofreciéndole otro amor nuevo, sin cadenas, libre de obligaciones al despertar.

El tiempo pasaba rápido, las cartas se fueron espaciando.” No tengo cosas que contarte “decía.

Al final volvió pero no era ya el que se había ido, seguramente tampoco era yo la mujer que dejo y que idealizaba en sus primeras cartas. Nunca me dijo nada, ni yo le pregunte pero sé que esa mujer existió. Algunas noches perdía la mirada en la lejanía y sus ojos se volvían transparentes y ella estaba allí entre los dos, para no irse nunca.

Nos fueron bien las cosas, nuestros hijos estudiaron, se hicieron independientes, pasó la vida por encima de nosotros aplastándonos con su silencio, nunca quiso volver, pienso que todavía le dolía demasiado aquella pérdida, tuvo que escoger y volvió conmigo, con sus hijos, con su primera familia.

Este es un pequeño homenaje a las mujeres de los emigrantes españoles de los años 50 y 60 del pasado siglo, que tuvieron que sacar adelante, solas, a sus familias.

 

 

 

2 comentarios:

  1. Relato muy entrañable y premio muy merecido. Refleja la que, probablemente, fuera la realidad de muchas personas. Circunstancias externas que te cambian la vida para siempre. Necesitamos a las personas que queremos cerca de nosotros. Para hablar, para reír, para llorar,...Los amores platónicos están muy bien para los libros pero, en el mundo real, es el roce el que genera el cariño.

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  2. Muy bonito! Me he emocionado al leerlo.

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