LA HOJA
VERDE.
Delante
de mi ventana hay un árbol grande. Siempre ha estado ahí, pero nunca le he
concedido demasiada atención. Salían sus hojas en abril y en junio ya estaban
marrones por la contaminación. Eso era lo más que me acercaba a él.
Todo
cambia en la vida y la del planeta, incluyendo la mía, anda en estos tiempos
con actividad bajo mínimos. Quien no está en el hospital, está encerrado en su
casa por culpa del maldito virus Cobi-19, se puede salir solo a lo
estrictamente necesario, con guantes y mascarillas, por supuesto. Decíamos que
los orientales eran exagerados porque las llevaban en los lugares públicos y
ahora somos nosotros los que luchamos por conseguir una aunque sea a precio de
oro.
Todo ha
sido un desbarajuste, pero hacia un siglo que el mundo no se enfrentaba a algo
tan terrible y la verdad no estábamos preparados.
Uno de
estos días sentada en la terraza cerca del árbol, vi al final de una rama pelada una pequeña yema.
Al día siguiente la mire por casualidad y se había convertido en una hoja
minúscula, entonces pensé: ¿Se hará ella grande como sus hermanas antes de que
yo salga del encierro, o será al revés?
Todos los días la veo crecer y también oigo el
piar de los pájaros, eso estaría también antes, porque es primavera, aunque no
lo parezca y la vida explota en todos lados, seguramente con el ruido del
tráfico no los apreciaba. Ahora hay tan poco que el otro día vi a tres gaviotas
paseando tranquilamente por en medio de la calzada como dueñas y señoras de la
calle.
No sé
cuánto tiempo más tendré que estar aquí recluida y sola, pero todos los días
miro la hoja y le digo que no se haga grande hasta que yo pueda salir. Creo que
me está escuchando porque no he visto desarrollo de una hoja más lento. ¿O es
que nunca me había fijado?
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