lunes, 20 de abril de 2020


LA HOJA VERDE.
Delante de mi ventana hay un árbol grande. Siempre ha estado ahí, pero nunca le he concedido demasiada atención. Salían sus hojas en abril y en junio ya estaban marrones por la contaminación. Eso era lo más que me acercaba a él.
Todo cambia en la vida y la del planeta, incluyendo la mía, anda en estos tiempos con actividad bajo mínimos. Quien no está en el hospital, está encerrado en su casa por culpa del maldito virus Cobi-19, se puede salir solo a lo estrictamente necesario, con guantes y mascarillas, por supuesto. Decíamos que los orientales eran exagerados porque las llevaban en los lugares públicos y ahora somos nosotros los que luchamos por conseguir una aunque sea a precio de oro.
Todo ha sido un desbarajuste, pero hacia un siglo que el mundo no se enfrentaba a algo tan terrible y la verdad no estábamos preparados.
Uno de estos días sentada en la terraza cerca del árbol, vi  al final de una rama pelada una pequeña yema. Al día siguiente la mire por casualidad y se había convertido en una hoja minúscula, entonces pensé: ¿Se hará ella grande como sus hermanas antes de que yo salga del encierro, o será al revés?
 Todos los días la veo crecer y también oigo el piar de los pájaros, eso estaría también antes, porque es primavera, aunque no lo parezca y la vida explota en todos lados, seguramente con el ruido del tráfico no los apreciaba. Ahora hay tan poco que el otro día vi a tres gaviotas paseando tranquilamente por en medio de la calzada como dueñas y señoras de la calle.
No sé cuánto tiempo más tendré que estar aquí recluida y sola, pero todos los días miro la hoja y le digo que no se haga grande hasta que yo pueda salir. Creo que me está escuchando porque no he visto desarrollo de una hoja más lento. ¿O es que nunca me había fijado?

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